Ayer, antes de encontrarme con Jordi O. y luego con Gemma; antes de coger el tren para Vilassar, de decidir hacer una parada en Ocata, de tomarnos dos cervezas en el chiringuito, de acercarme a Vins i Divins a hacer una visita al Sr. Luri (no estaba, Sr. Luri, ya me pasaré otro día), de coger de nuevo el tren, de llegar a Vilassar, de bañarnos en el mar, de ver llegar a Ferran, Xavi, Víctor, Carles y Jordi F., de ir a hacer el vermut (a las 8 de la tarde), de quedarnos con hambre y pedir que nos hicieran bocatas; antes de que nos dijeran que no tenían pan, de ver a una señora entrar con una barra de pan debajo del brazo, de plantearnos si asaltarla o si pedírsela a cambio de favores sexuales, pero decidir que mejor simplemente le preguntábamos dónde lo había comprado; antes de que la señora -que nunca sabrá lo cerca que estuvo de tener una gran sesión de sexo con cualquiera de nosotros- nos dijera que la panadería ya había cerrado, de coger el tren y volver a Barcelona, de decidir tomar la última y acabar tomando la última y la penúltima en el (H)original, en el Haití y en el Almirall; y antes de volver a casa oliendo a sal y a arena, con boquerones, mejillones y una botellita de salsa de Ca n'Espinaler en el bolso. Antes de todo eso, pasé por Documenta a buscar un libro que ya había buscado antes en La Central y que tampoco tenían.
Y en algún momento entre medio de toda esta hiperactividad, miré a mi alrededor y me di cuenta de que el verano-verano, el de verdad, el de las vacaciones, del go with the flow y de tomarse las cosas con calma, acababa de empezar. Y me di cuenta de que llevaba mucho tiempo esperando a volver a tener un verano como este que empezó ayer.