Últimamente, por contraste, lo que pasa entre carta y carta de Victor Schlimmelmann es un poco más mundano y normal.
Estimado Helmut,
Hoy ha sido un domingo de los de verdad.
Me he levantado a las ocho, he desayunado té con tostadas, he pasado
la aspiradora y he podido estudiar hasta la hora de comer. Fuera soplaba
el viento, huraño, mordiendo los tejados y agitando los racimos de las
glicinas, que ya empiezan a cobrar color.
Por la tarde he ido a ver una exposición, varias decenas de
fotografías de Elliott Erwitt. Hacía tiempo que no ponía los pies en la
Giudecca, figúrese usted, aparentemente tan lejana, y que a la hora de
la verdad se halla trágicamente cerca. He visto mucho blanco y negro,
del que me gusta a mí, porque ya sabe usted que el color siempre me ha
parecido cosa de débiles.
Había la imagen de un domador, fíjese. Sostenía un látigo, o una
fusta, no lo recuerdo bien, y tenía la cara más triste que pueda tener
un domador de circo. A su alrededor un círculo de caballos daba vueltas
como si quisiera fundirse en una niebla en la que todo era vago y
preciso al mismo tiempo. He hablado de la niebla con C, que me ha
explicado que allá en su tierra es común que los bancos más espesos
aparezcan precisamente cuando el manzano florece, engullendo el ramaje
abigarrado de pétalos y futuros frutos.
Entrada la noche, mientras cocinaba la cena, he encontrado un mensaje de Isabel. Decía que "Jaumet
ha subido a comer a casa con un disco de Satie que se ha comprado esta
mañana en Sant Antoni. Lo ha puesto mientras comíamos y, claro, me he
acordado de ti. Luego ha dicho que tenía en casa masa de croquetas
congelada y, como seguía sonando Satie, yo le he contestado que esa
música era perfecta para prepararlas. Al final hemos concluído que
cocinar al ritmo de cualquier pieza de Satie era, sin duda, cocinar con
mucho más amor del habitual. Fin".
Ha escrito “fin” así, con la efe mayúscula y un punto al final.
Un gato, me hubiera gustado decirle, aquí hay un gato. Se llama
Barbablù, ronronea más que respira y siempre sabe cómo abrir las
puertas. Sin llamar, claro está, ser gato o cultivar la nonchalance es casi la misma cosa.
Reciba un abrazo,
Victor