dijous, 12 d’agost del 2010

Dietario de la tienda
Día 4. Jueves

Creo que, si en ese momento hubiera sido sólo el jefe, habría sido mucho más tajante y me habría prohibido leer en la tienda. Pero era también mi hermano, así que sólo me dijo que si leía, lo hiciera con disimulo.

Eso pasó ayer, cuando yo estaba aún a vueltas con la Recherche. Fue decírmelo y ponerme yo a buscar la manera física de leer con disimulo, pero un rato después, no pude evitarlo, me puse a buscarle el sentido implícito a la semiorden/petición/consejo de mi hermano.

Lo que él quería decir es que yo estoy allí trabajando y cuando uno trabaja se supone que no puede perder el tiempo (ni siquiera buscándolo con Proust, ¡jojojo!) . Vale que leer la Recherche (según cómo se lea, claro) no es lo mismo que hacer sudokus pero es verdad que a mí últimamente sólo me estaba incitando a la contemplación o (¿a quién quiero engañar a estas alturas?) al avistamiento de musarañas, actividad de muy muy poco provecho tanto para la tienda como para mí.

Lo de la poca productividad para la tienda -una vez que he abierto, he encendido las luces, me he recuperado del susto de los maniquíes, he encendido la caja y me he dado una vuelta de perfilamiento-, si no entra nadie, no tiene remedio. Pero lo de conseguir optimizar el beneficio de la lectura, sí. Así que esta mañana, mirando el "A la sombra de las muchachas en flor" encima de la mesa, al lado de mi bolso, me he armado de valor y le he cantado mentalmente aquello del "hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo", lo he apartado sin ningún miramiento y he metido en el bolso "El legado de Homero", de Alberto Manguel.

Reconozco que lo he hecho un poco a ciegas. Reconozco que tengo ese libro simplemente 1) porque es de Manguel y 2) porque contiene en sus primeras páginas sendas sinopsis de la Odisea y la Iliada, al más puro estilo de "episode guide" de serie de culto. Y yo, la Odisea sí pero la Iliada no me la he leído.

Total que a media mañana, escondo el libro entre la caja registradora y el mostrador y muy disimuladamente me pongo a leer.

Debo poner aquí al lector en antecedentes para que entienda el por qué de lo provechoso (esta vez sí) de mi lectura: Yo, desde hace años, tengo una historia en la cabeza. No tengo ningún problema en explicarla aquí porque la historia, casi, es lo de menos: lo que me ha tenido entretenida y me ha dado grandes satisfacciones estos últimos años ha sido imaginarla y reimaginarla, sin más. Es la historia de un señor que, ya que va a tener que morirse como todos los señores, decide que no puede morirse de cualquier manera. Digamos que se pasa la vida buscando la manera de dignificarse por medio de su propia muerte, así que desde bien temprano, decide no dejarla en manos del destino.

Volvamos a la tienda. Estoy (con toda la discreción de la que soy capaz) leyendo el libro de Manguel sobre Homero, cuando llego al noveno capítulo, en el que Manguel reflexiona sobre la influencia de Homero en la obra de Dante, entre otros, y leo: En Homero, los muertos surgen en tropel y los hombres llegan y se van como las hojas; lo que subraya el poema es la naturaleza cíclica de las sucesivas generaciones. (...). A las ideas de cambio perpetuo y de cantidad infinita, Dante añade la del destino individual, el de cada hoja que llega a su propio final particular, una tras otra. (...). Dante insiste en que el verbo morir debe conjugarse siempre en la primera persona del singular (...), otorgando a cada hoja y, como consecuencia, a cada alma, un movimiento voluntario. La muerte es el fin que se nos ha asignado, parece decirnos Dante, pero es también una acción de la que somos responsables. Que todos hemos de morir es algo que está decretado, pero el acto de morir nos corresponde a cada uno individualmente. He perdido toda compostura, he cogido el bolígrafo de firmar recibos de Visas, y me he puesto a subrayar a la vez que a hacer una lista de próximas lecturas provechosas en los ratos de tienda (Manguel habla aquí de Homero y de Dante, pero también de Virgilio y Malraux), que me servirán de documentación para mi propia historia, la del señor de la muerte dignificadora que les contaba.

Lo malo es que la edición que tengo de "La divina comedia" es aquella ilustrada por Barceló que hace unos años publicó Círculo de Lectores y ésa, hermano, jefe, ésa sí que no sé cómo voy a esconderla.