dissabte, 9 de juliol del 2011

Dietario de la tienda. Día 8

Manoli es de esas personas que trabajan tan rápido que, si tú estás trabajando a ritmo normal a su lado, hacen que parezca que estás remoloneando, escaqueándote y mareando la perdiz. Y no es verdad: yo estoy doblando camisas, polos y bañadores igual que ella, pero en lo que a mí me cuesta doblar uno, ella ya ha doblado tres. Es majísima, además, Manoli: totalmente inconsciente de lo mal que te está haciendo quedar, te va animando todo el rato: que si ya verás cuando le cojas el truquillo, que si esa camisa te ha quedado muy bien.

Además, Manoli es la supervendedora: ayer entró un cliente buscando unos pantalones. Quería unos para llevar con americana pero los que teníamos sueltos le parecían demasiado informales. Manoli le hizo probárselos. Una vez los tuvo puestos, le dejó una americana para que viera el conjunto. Los pantalones, no sé -dijo el cliente- pero la americana, me la quedo. Espere que le deje una camisa, ya verá -dijo Manoli-. Los pantalones, no sé -dijo el cliente-, pero la camisa también me la quedo. Hasta con un polo, le quedarían bien también... -Manoli-. Los pantalones, no sé, pero me quedo el polo -el cliente-.

Se llevó el polo, la camisa y la americana, que la dejó para que le arregláramos las mangas. Tiene que venir el martes a recogerla y, para entonces, habrá decidido si quiere también los pantalones o no.

Un, dos, tres, ¡ya! De lo de vender y venderse

Yo no soy vendedora.
Mi padre me intentó educar para serlo: él fue durante muchos años jefe del departamento de marketing de una multinacional. El tío, a la mitad de su vida laboral, dominaba ya tanto el tema, que se pasó la otra media vida intentado dominarlo en otro idioma: el inglés. No lo consiguió: lo de vender era lo suyo pero lo de los idiomas no. Por eso, por aquello del quiero que mis hijos sean una versión mejorada de mí mismo, cada verano, desde bien pequeños, nos daba puerta y nos enviaba a cualquier sitio angloparlante: primero iba yo, la mayor, de avanzadilla. Si la cosa iba bien, el año siguiente volvía a ir yo con mis hermanos. Nos prohibía hablar entre nosotros en español mientras estábamos fuera, salvo en caso de emergencia. Y, cuando volvíamos, insistía en que habláramos entre nosotros en inglés. Nunca hicimos ni lo uno ni lo otro, claro. Le mirábamos con cara de "Papá..." cuando nos lo decía. Entonces, por lo menos, poneros a estudiar en el piano (él siempre quiso aprender música también).

Para que se hagan a la idea del modus operandi de mi señor padre:
Mi hermano un día le pidió dinero para comprarse una moto.
Convénceme de que necesitas una moto y de que yo tengo que darte dinero para comprártela, dijo él.
..., hizo mi hermano.
Dime qué me va aportar a mí pagarte una moto, por ejemplo, dijo.
¿Que me voy a portar bien?, dijo mi hermano.
Portarte bien, se supone que tienes que hacerlo con o sin moto. Dame un plus sobre eso, respondió mi padre.
..., hizo mi hermano. Y se acabó comprando la moto con su dinero.

Han pasado los años y ni mis hermanos ni yo somos vendedores. Es por el estímulo negativo, claro: mi padre nos intentaba enseñar a serlo en momentos conflictivos y casi nunca nos salíamos con la nuestra. Le salió el tiro por la culata, y no lo digo con orgullo: a mí me gustaría ser una gran vendedora: convencer a los otros de que hacer lo que me viene bien a mí (vender o venderme) también es bueno para ellos (comprar o comprarme). Pero no: no lo soy; no hay caso.

De todos modos, imagínense cómo sería el mundo a estas alturas si todos fuéramos versiones aumentadas de nuestros padres: ellos más uno: vendedores con inglés y música. Y la siguiente generación, vendedores con inglés, música y excelencia deportiva. Y la siguiente, vendedores con inglés, música, excelencia deportiva y astrofísica... Y todos los defectos del padre más uno también: si el padre es facha, el hijo, un grado más de fachez; si el padre es hipocondríaco, el hijo, vendedor con inglés, música, deporte, astrofísica y una habitación a la que sólo se pudiera entrar con mascarilla y guantes....

No sé. Nietzsche lo tenía muy claro: al final, está bien quedarse sólo con el 2 de la v.2.0.