En mi casa (gracias a Dios, que nació de madrugada el 24-25 y no volvió a nacer el 25-26), San Esteban no se celebra así que, en plan desenganche paulatino, he podido y tenido que empacharme en la soledad de mi hogar de otra cosa de digestión dificultosa pero gustosa. De la que no pica, vaya. De esto:
Estoy empezando la digestión, ya les digo, pero así a modo de primeros eructitos lo primero que me ha venido a la cabeza han sido dos cosas:
Uno, no vayan a venirme ahora a mí diciéndome en la calle que tal o cual hacen hoy cine arriesgado y de vanguardia.
Y dos, viendo esta película rodada en 1969 en Brasil, pienso que pedirle a la cultura como única misión la configuración de la definición de un país es acotarla por todos los lados. No sé, como si cogieran a Svankmajer o a Jean Eustache, a Buñuel, a Boris Vian, que se empeñaba en ser Vernon Sullivan, o a Nelson Pereira dos Santos, ya que tenemos tarde de cine de aquellas latitudes, y se les encerrara en el redil del idioma y de las costumbres. Ni hablar. Yo pienso más bien que la cultura debe sobrepasar al país y si el país sabe mantenerse a la altura de su cultura o no, allá él, que a fin de cuentas, tampoco es como si la cultura fuera tan suya. Y si lo es, malo.