Todo el tiempo que tardó en morirse Juan de Borbón en Pamplona, tuvo ocupada una planta entera de la Clínica Universitaria. Una planta entera sólo para él y supongo que accesos y pasillos de otras plantas también fueron cortados para el paso de su séquito de seguratas, familia y allegados. También los parterres de delante de la clínica, en la avenida Pio XII estuvieron, si no cortados, sí ocupados por fotógrafos a pie de calle y subidos a escaleras de tijera; fotógrafos y focos y furgonetas con antenas parabólicas. Y policía, claro, pero bueno, la policía siempre había sido tan parte del paisajismo urbano en Pamplona como las murallas de la ciudadela, los ciervos de la taconera y el pino con la copa partida en dos por un rayo de los jardines de la Diputación.
Nosotros en esa época nos fuimos a Rusia, a hacer quinielas entre vodka y vodka con el día de la muerte del rey que nunca fue. Los diarios no llegaban allá hasta el día siguiente y no había internet, así que por las noches apostábamos por si se había muerto o no durante aquel día que acababa de pasar. Por la mañana, pillábamos el diario y exclamábamos 'aún no; pero de hoy no pasa fijo' y seguíamos con nuestro viaje: nos íbamos a ver el Hermitage o a Lenin, previo paso siempre por la estación de Riga -que quedaba a la derecha en el camino de ida y a la izquierda en el de vuelta, como siempre se empeñaba en indicar nuestra pacientísima guía; que qué vocación la suya, qué santa paciencia ante tan gandul público de resaca sostenida y pocas ganas de escuchar; éramos jóvenes y cafres, estábamos fuera de casa y la botella de vodka costaba un dólar, qué queréis-.
El que no fue rey no se murió mientras estuvimos lejos. Cuando volvimos, entrando por Pio XII, vimos aún a todo el mundo allá, tal como los habíamos dejado.
Ahora se muere uno que sí ha sido rey. Y si mientras no se moría su única misión en este mundo había sido estar vivo, ahora, estos días, su único papel será estar muriéndose. Ni teniendo cumbres internacionales pendientes, visitas protocolarias, cositas que firmar, le han puesto sustituto; y ésta es la prueba de que su trabajo consiste sólo en ser. Ser delante de una cámara, ser encima de Corinna, ser cayéndose por las escaleras, ser vestido de militar, ser leyendo un papel en Navidad, ser sobre todo intocable, y, ahora, ser muriéndose.
Y nosotros, como cuando su padre, a mirar cómo es, que vendría a ser nuestro único papel ante la monarquía: mirar, ver, hojear el periódico de hoy o el de ayer y hacer apuestas o comentar. Si la institución monárquica ha aguantado tanto, igual es porque los papeles se han mantenido siempre en esta simpleza, porque a nadie, nadie, se le ha ocurrido actuar. Así que ¿cómo va a abdicar el Rey? Eso supondría un movimiento, un reconocer que tenía un trabajo fuera de otra cosa que no fuera ser. ¿Cómo va a abdicar el Rey ahora que lo está haciendo tan bién, además? Si los defensores de la monarquía hablan de la importancia del monarca como representación, ahora es cuando más tenemos que darles la razón, con este monarca deshecho, infectado, corrupto representando al país.
Así que muy bien, oiga, siga siendo, siga muriéndose usted, no intente arreglar lo que ya funciona, no le abra las puertas a la no impunidad, no sea que por el otro lado, a los que miramos, nos dé por actuar también.