Estos días me ha dado por volver a atacar "La broma infinita", de Foster Wallace.
Las dos veces anteriores, la cosa fue así:
1ª vez. Página 30. Me sorprendo preguntándome si era Hal quien jugaba a tenis y Orin quien jugaba a fútbol o al revés. Cierro el libro y pienso que lo volveré a coger unos días después, cuando tenga la cabeza despejada de incandenzas, pipas de marihuana y demás.
2ª vez. Página 60. No puedo creerme que, aún teniendo claro que Hal juega a tenis y fuma pipas de maría en los pasillos de la EAT, eso sea lo único que tengo claro de las 60 páginas que he leído. Cierro el libro pensando que ha tenido que pasar algo más en 60 páginas y que, clarísimamente, me lo he perdido. Y que mejor cerrarlo y volver a cogerlo más adelante, cuando haya vuelto a olvidarlo todo sobre Hal, sobre Mami, sobre Él Mismo, sobre Mario (¿era Mario quien jugaba a fútbol o era Orin?).
Así que, esta tercera vez, vuelvo a atacar el libro en blanco. En blanco yo, no el libro, claro: el libro está escritísimo en letra pequeñísima. Lo que no está escrito aún es el folio que pongo al lado para ir apuntando personajes a medida que van apareciendo. Voy por la página 160 y tengo ya un folio lleno de cosas del tipo 'Charles Travis, hermano adoptivo de Mami, director de la AET', 'Don Gately, drogadicto, ladrón', 'Kate Gompert, psiquiátrico, intento de suicidio'. Mi cabeza, en lo referente al libro, sigue casi en blanco. Digo casi porque sí que el libro ha generado un par de imágenes: 1. El despacho de Foster Wallace lleno de postits con anotaciones parecidas a las que yo voy apuntando en mi folio. 2. Una clase de narrativa en una universidad americana: objetivo del curso: coger de una en una las grandes obras de la literatura universal (o sea, americana)(o sea, "El guardián entre el centeno". Ejem.) e irlas reduciendo a recetas de cocina. Deberes: volver a montarlas, con otros ingredientes, en el ordenador de casa. Fecha de entrega: el lunes por la mañana.
David Foster Wallace se me antoja cada vez más como el amigo que te dice ven que te enseño mi coche nuevo y, en vez de llevarte a dar una vuelta, te explica con todo lujo de detalles el funcionamiento de su motor de inducción. Cuando le preguntas si corre mucho, te contesta '¿a que es grande?'
Voy a volver a abandonar "La broma infinita" y, de rebote, voy a volver a olvidarme una temporada de la literatura (perdón, ingeniería literaria) americana de los últimos 30 años. Me cansa. Me hace preguntarme a dónde fueron a parar Hemingway, Fitzgerald, Caldwell y Steinbeck. Mira que tenían bien asentadas las bases: un camino empezado de lujo y fueron a tomar la primera bifurcación que indicaba 'Hollywood' en letras bien grandes (con notas al pie de tipo: 'Introduzca un buen giro argumental cada vez que piense que el lector debe de estar a punto de aburrirse de la historia' o 'Para mantener enganchado al lector, dosifique una historia lineal en medio de todo el caos').
Bye bye, Foster Wallace. Una, a veces, en la vida, tiene que hacer lo que tiene que hacer.