divendres, 4 de febrer del 2011

Ayer, ver bailar juntos a la Farruca y al Farruco, me dejó pensando un buen rato. Me dejó pensando en todos los niño, estate quieto; niño, ahora no; niño, el parquet; niño, eso déjalo para la noche, que debían sonar hace años y quién sabe si aún ahora, en casa de los Farrucos. Pero sobre todo me dejó pensando en la cara de felicidad de la Farruca bailando con su niño: sudando la gota gorda y así medio rozando las palmas, con los ojillos achinados por la sonrisa integral y el vaivén de la cabeza, que se le iba a los pies hasta, de un salto, tacatá rotundo, cerrarle el compás al niño y hacerle volver del trance (que de volar tan alto no se le pierda el niño). Y el niño quitándose de la cara el pelo para mirarla sonriendo también.

Mientras baila, al Farruco se le oye respirar. Y ya no son sólo cante, guitarra, tacones y palmas: son cante, guitarra, tacones, palmas y respiración. Respiración como la que les oyes a los toros en Pamplona si estás en primera fila del vallao en la curva de Mercaderes con Estafeta, en ésa en la que siempre patinan y se caen.

Al Farruco creí verle también un poco del chamanismo aquel que decías, Javier; esa mirada, ese venirse arriba y esa cosa desafiante en cada taconazo final que arranca oles así como que te suben por el esófago y te dejan después totalmente alucinada porque suenan a veinte oles juntos arrancados de otros veinte estómagos a la vez.

Y lo mejor, Javier (joder, qué regalazo me has hecho), reconocí las alegrías del final. Me pareció reconocerlas, al menos. Me hizo muchísima ilusión. Y mientras las reconocía, pensé en este trocito del libro de Ferrer Lerín: Iniciarse en un nuevo campo del saber, en una disciplina que aun perteneciendo a tu área profesional, es desconocida, produce una sensación de despegue, de apertura, de constatar día a día, hora a hora, cómo se amplían tus conocimientos y cómo, por lo tanto, tu capacidad de comprensión de los fenómenos naturales.




(Los Farrucos estarán un par de semanas bailando en el Tablao Cordobés de La Rambla. Pásense por allá a la mínima oportunidad que tengan porque, encima, Cristina y compañía, les tratarán como a reyes).