La tele brilla tanto por su ausencia en mi casa que, el día que compré el sofá, no supe a qué encararlo; y va ayer y pasan dos cosas que, de haberlas tenido en cuenta el día que decidí que no, habría sido que sí y ahora, seguramente, tendría un plasmote colgado en la pared, el sofá mucho más claramente orientado.
Ayer resucitaron a dos muertos y uno resultó estar en mucho mejor estado. Y no era por lo que hacían o aparentaban, era por lo que les sobrepasaba, por la cosa de tener un mundo que no estuviera acabado ya. Aznar, el primero, pasó por Antena 3 en forma de entrevista, haciendo el parche, negando, taponando y presentándose como la capa de pintura, rancia, que le hacía falta a este viejo barco. Pujol, el segundo, por tv3, como Historia; como reportaje de pasado que hablaba mucho más de futuro.
Y era una cuestión de tiempo e Historia, la que proponían los dos, sólo que el primero miraba hacia adelante con gesto de romper con pasado y presente. Negó el presente negando a Rajoy. Dijo que sólo se habían visto un día y que, como todos comprenderíamos, habían ido al grano -palabras amables cero-. Negó hasta el rey actual: cada vez que decía que, en el pasado, había hecho cosas buenas, servidora pensaba que no se refería a éste de hoy, que estaba tirando más bien de cuando la reconquista o así; después, cuando pitonisaba sobre lo que haría de bueno en el futuro, una, a éste, lo daba ya por muerto. Rompía tanto con el pasado Aznar, que hasta olvidaba que el pasado era él. Rompió tanto con el presente también, que no dudó en reconocer que en la boda de su hija faltaban luces.
A Pujol, en cambio, media hora más tarde, en tv3, lo andaban presentando como puente franco. Y he aquí la diferencia: mientras el primero andaba capeando, navegando lejos, haciendo como que su zodiac no estaba del todo perforada, moviendo los brazos diciendo 'eh, aquí, que ya vengo a salvaros'; el segundo se presentaba como puente directo con un pasado del que se enorgullecía. Iba moviendo también los brazos Pujol, pero lo suyo era para espantarse tamaña presencia; el puente sabe que lo importante es una orilla y la otra orilla, y que de la parte del medio, lo que importa es el río. Que si el río, entre medio, te pega una paliza, tu responsabilidad queda prácticamente reducida a manterner la vida, decía, y que más te vale, ya que vas a seguir viviendo, salvar un poquito el honor, decía también.
El honor es lo que no puede salvar Aznar, porque el honor de Aznar es el honor del yo y no el del país. El honor es lo que no ha salvado Aznar porque no tiene país, no tiene yo, más o menos limpio del que hablar. Y aunque, volviendo a los puentes, nunca hay que olvidar el río, aunque el río que Pujol intenta salvar tampoco baja precisamente limpio, ahora, sabiendo que la orilla que dejamos atrás tenía tanto sentido, podemos pensar, o aunque sea sólo imaginar, que también lo tendrá la que vendrá.
Así es como se construye la historia; así es como, a Pujol, la historia le está construyendo el yo.