Dietario del fin de semana (o así)
Lunes
Soy insípido y desazonado (dijo Iván).
Tú no puedes permitirte ser insípido y desazonado. El sábado te vienes conmigo a conocer al Carrete (dije yo).
Jueves (o de cómo acabar a las 5 de la mañana, de la manera más tonta, en el Arc del Teatre hablando con el futuro más grande escritor ebrenc sobre viajar, sobre Logroño y sobre qué decir en las entrevistas)
Cumpleaños de Pedrals. El show talent, realmente, estaba en el callejón de detrás del (H)original más que en el (H)original mismo (cosas del fumar). El Pitxi contando chistes y la Panti investigando escaleras arriba. Y el Ferran soltando unos jo, això, no ho havia vist mai abans, que se le iba el alma en ellos. Y Beñat reconociendo a Martí y reconociéndose a sí mismo allí, en el (H)original, que no había estado nunca, y yo no explicándome cómo eso podía ser: ¡si es su sitio! El que no era nuestro sitio era el smoke-free Kentucky, que jo, el Kentucky sense fum sí que no ho havia vist mai abans y que, para eso, nos quedamos en la calle, ¿eh, Joan? Y en la calle nos quedamos, paseíco hasta el cajero de La Rambla incluído. A las 5, reintegración con el pelotón de los abrigos que ya no huelen mal; que si cuál es tu canción favorita de los Beatles, que si eso es imposible de decidir.
Viernes (o de acordarse de cómo era eso de ir a trabajar de resaca)
Quedo con Marta para hablar de trabajo (del suyo) y acabamos hablando de los amigos. Y de libros, claro. Al final uno no puede evitar los temas que realmente importan. Y el trabajo, bueno, sí, el trabajo también, que todo va mezclado. Salgo de La Central pensando que qué suerte cuando lo que importa y el trabajo no son agua y aceite. Se lo cuento a Joan y a Marisa y ellos me hablan de su amigo Castellet. Vuelvo a mi despachito pensando en aquello de ser lo que se trabaja: eso sí que el diablo no se lo puede llevar.
Noche. Un clásico: el Tahití, con Jordi, Víctor y Jaume, otros clásicos, y más tarde Abel, que está ahí en el lindar de la categoría clásica también aunque de otra manera. Y una historia -buenísima-: Esto es Abel que está en un bar: 1.- Oye a un tipo hablando de Proust por teléfono. 2.- Mira al tipo y lo reconoce: es Albert, un amigo de Jaume. 3.- Oye que el tipo habla... sí: con Jaume. 4.- Se le ponen los nervios de punta cuando escucha que Albert dice que Proust moja la magdalena en un café con leche. ¡Té! ¡Es té, no café! A punto está de decirle algo, cuando oye que rectifica "moja la magdalena en té". Abel respira tranquilo y se va sin hablar con Albert. Fue terrible; estuve a punto de mandarte un mensaje (dijo Abel). Conclusión: cuando uno se ha leído el tiempo perdido en francés no puede pretender volver a ser capaz de leerse el periódico en un bar tranquilamente.
Sábado (o el Carrete de Málaga)
El Carrete vio un día a su madre escondiendo trigo debajo de las enaguas para llevárselo casa para comer sin que le pillara la Guardia Civil. El Carrete vio que a su madre le pelaron los tres caracolillos, ¡tres caracolillos que tenía la madre del Carrete, una gitana guaaaapa!, por robar una cartera. Y el Carrete, venga a bailar. Al Carrete le preguntas cuándo empezó a bailar y pone los ojos en blanco igual que si le preguntas cuándo nació. Le preguntas quién es su maestro y te dice que Fred Astaire, que lo veía en el cine cuando era chico mientras se comía una batata al ritmo del claqué. El Carrete se casó por lo mormón con una americana y tuvo que volverse de Estados Unidos para España porque la americana lo estaba dejando chupao. El Carrete la lió parda en el aeropuerto de Oslo explicándole a la policía cómo la gitana se había limpiao el rilete con el papelillo fino del billete de avión. Y ya está, Iván, sólo por esto tenías que venir a conocer al Carrete; porque a nosotros sólo nos queda arrimarnos al Carrete a ver si aprendemos algo, aunque no pasemos del soniquete de los tangos: es la única manera de no acabar condenados a la insipidez y la desazón que decías el lunes.