dijous, 29 de juliol del 2010

(And now, for something completely different)



Madre, ayer me compré un vestido preciosísimo, con el cuerpo a rayas blancas y rojas y la falda crudo y plisada. En el momento de pagar, le hice a la dependienta una pregunta que te había oído hacer a ti un millón de veces, cuando nos llevabas a los tres, a principio de curso y en primavera, a renovar el vestuario.

Dije: Y esto, ¿para planchar?
La dependienta contestó: Pon por si acaso un paño de algodón entre la plancha y el vestido y ten cuidado con los pliegues.
Y yo, suelta perdida: Sí, claro, lo plancharé respetando el plisado.

Acabo de sudar la gota gorda planchando la falda plisada doblez por doblez (que a punto he estado de enviarle una carta a Deleuze diciéndole que es de los míos), con el calor que hace. Si me vieras... estarías orgullosa de mí. Pero ni me vas a ver ni yo te lo voy a explicar porque ya sabes cómo van estas cosas: planchar faldas plisadas es más de tu época que de la mía y nuestra relación siempre ha sido una guerra encarnizada entre tu época y la mía, aunque bien que sé yo que tú te has dejado alguna vez todo el día la cama sin hacer y bien que sabes tú que yo me he pasado más de una tarde haciendo croquetas.

No puedo decírtelo porque lo interpretarías como un triunfo y pensarías que no todo está perdido y te pondrías a imaginar mi boda con un chico de Pamplona, en la mismísima catedral a la que me llevaste a bautizar. Y no estoy dispuesta a aceptarte esta victoria, que luego te llevas unos disgustos...

En fin, que gracias por enseñarme a mala cara (mía) a planchar faldas plisadas; por todos los "pon el dedo aquí" y por aguantarme los morros mientras lo ponía.

Yo, la próxima vez que vaya a tu casa, voy a ponerme el vestido para que tú me digas en perfecto pamplonica: "Ah, ya me gusta, pero ¿plancharlo ya sabrás?" Y yo te conteste: "Ya he planchado". Y tú te sonrías y lo dejemos aquí.

Un beso, madre.