Ayer, huyendo -yo, al menos, lo hacía- nos fuimos hasta el Empordà. La cosa fue así: hace unos días Xavi dijo 'el sábado toco allá', 'voy contigo' dije yo sin dejarle acabar la frase. Llevaba una semana de estrenar aire acondicionado en el trabajo. A mí, que me soplen, me repatea, sobre todo si es una máquina que encima sopla frío: dolor de cabeza todas las tardes y pocas ganas de cenar. Súmenle las noches de terraza recién estrenada delante de casa y petardos ocasionales, de los que convierten las noches en sucesión de primeras cabezadas. 'Así que me voy contigo, Xavi', le dije. Y quedamos al mediodía para llegar allí a comer a las cuatro, que es la hora del plato combinado de costa en el restaurante El Català, el único que, con camarera china, no está ya descongelando el sofrito de la paella de las cenas a media tarde de los franceses; el único que sabe que, si vienes de Barcelona y has salido a la hora del vermú, lo que toca todavía es comer.
Comimos, nos fuimos a la playa y, con Teresa, que también se había apuntado, dormida al lado y el escenario del día de la música a cincuenta metros, estuve un rato con la piel de gallina y la argamasa de sal y bronceador en brazos y piernas en plena coagulación, intentando leer. No pude. Se me colaba todo el rato el estribillo 'mañana, cuando despierte, ya no estarás aquí' de la canción del cantautor de veinte añitos que en ese momento probaba sonido. El estribillo suyo y el pensamiento mío 'y este niño, qué sabrá de estar o no por las mañanas que no sean películas aún'. Y pensé que estaba llamando a la mala suerte el cantautor; que estaba llamando a la mañana en que ella no estuviera cuando él despertara para poder entonces revolcarse en el pírrico consuelo de que él, todo eso, ya lo había cantado; de que la letra de sus canciones tenía razón.
Tocó Xavi.
Con los amigos que cantan pasa que los has visto ya tantas veces que no tienen hits porque todo son hits y que siempre buscan la manera de, implícita o explícitamente, dedicarte una canción. La mía, ayer, sonó con el mar de fondo y un solarro que iba haciendo para ponerse; con la piel de gallina y el bikini mojado todavía yo.
Habíamos ido sin plan para volver, estábamos un poco a lo que surgiera y lo que surgió fue no quedarnos a dormir, que ya era también parte del plan. Y yendo en el coche, de noche, yo en el asiento de atrás, Teresa y Xavi hablaban de novios, rollos y exes, y yo pensaba que las canciones del cantautor veintenañero, efectivamente, siempre acababan teniendo razón. Eché mano al teléfono para marcarme un tuit que dijera algo así como '¿Podéis parar todos de haceros canalladas? ¿Podéis pensar un poco más en el otro? ¿No véis que yo todo lo hago mío y, a este paso, voy a acabar no fiándome ni de mi padre?', pero vi que no me cabía en ciento cuarenta caracteres, pensé además que iba a decir nada nuevo y acabé dejándolo estar.
Llegamos a Barcelona hacia las doce. Esta noche, por fin, he podido dormir.
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