Mi amigo Natxo me llama por teléfono para decirme que de esto de ser anonymous, nada, que es muy creepy la cosa, y que los nazis empezaron así. Me dice que ha hablado también con Luis, que está en Londres, y anda poniendo cosas "anónimamente" en facebook. Yo le digo ¿anonymous? pero ¿tú has visto que todo va firmado? ¿has visto que colgamos cosas y arriba pone Luis Silva y pone también Isabel Sucunza? E insiste: que no le gusta, que al principio ha tragado pero luego ha visto que no y se ha agobiado y ha tenido, como siempre que pierde pie, que volver a las raíces y por eso se ha liado poniendo links de música irlandesa. En respuesta al anonimato, Natxo busca definirse y definiéndose, a veces, se le queda el muro hecho unos zorros.
Yo llevaba ya desde el viernes dándole vueltas a la cosa esta del anonimato como método espoleador de las masas, valga la redundancia. En serio, el viernes por la tarde me pasé un buen rato en el sofá, mirando al vacío, googleando mentalmente el concepto de ser todos y no ser nadie, siendo nadie quien te empuja a la acción, siendo todos la máscara protectora. Y sí; es creepy y da the chills pero funciona. Y ¿por qué funciona? Pues precisamente porque uno, en pleno subidón de ser nadie y ser todos, no se para a pensar en lo bizarro (bizarro, de valiente -déjense de anglicismos-: de valiente tontería) del asunto.
El viernes los top tres de mi lista de resultados googlementales fueron:
1.- La portada de aquel número de Navidad de 2006 de la revista Time, el de la semana en la que anualmente eligen a la persona del año. Aquel año, el protagonista absoluto eras TÚ. "Person of the year: YOU", decía la portada en medio de un monitor de ordenador. ¿YO? repetían miles -o millones igual- de lectores de todo el mundo entre halagados y mediosorprendidos. Y, patapúm, ego para arriba. Y venga a crecerse todos que sí, que claro que podemos, que somos importantes.
El salto mental fue claro:
2.- El "Yes, we can" obamiano: todos a votar por un cambio obvio que, de tan obvio, parecía que se haría solo pero que si se hacía solo no habría resultado tan brillante, así que para que el cambio reluzca como nunca, vamos a hacer creer que si pasa es porque hemos hecho entre todos que pasara, mejor aún: TÚ has hecho que pasara. Y patapúm, otra vez el ego para arriba: legiones de gente haciendo algo simplemente porque podían, sin pararse a preguntarse por un momento "Yes, we can... but WHAT is it we can do?" ¿Podrían si se lo hubieran preguntado? ¿Querrían? Unos años después, seguro que muchos responderían no a esta última pregunta.
De ahí salté a:
3.- La anécdota de la libélula.
No sé si la anécdota de la libélula es cierta, es una leyenda urbana o es un chiste, pero desde que me la explicaron la tengo guardada como argumento recurrente y siempre acabo echando mano de ella como explicación de lo inexplicable.
La anécdota de la libélula dice: una vez, un ingeniero demostró matemáticamente que las libélulas no podían volar. Alguien le preguntó: ¿y cómo es que vuelan? Él respondió: porque ellas no saben que no pueden hacerlo.
Así que no, we can't, pero Anonymous nos dice que sí y nosotros volamos nada anónimamente. Yo vuelo y tú vuelas. Y, oye, parece que funciona: al menos, algo de ruido estamos metiendo. A ver si no nos sale una rana por el camino, que ésas saben que no pueden volar pero lo que no saben es que es imposible tener una lengua tan larga y pegajosa.
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