dimarts, 1 de febrer del 2011

(De la gente que te entra así como a contrapelo)
(... que la hay)


No puedo con la gente expansiva. No puedo. Me comen el terreno, me ofenden los oídos (suelen hablar a un volumen tirando a estridente), me ocupan el espacio vital. Y además, tengo todo el rato la sensación de que lo hacen con toda la intención. Que notan que yo retrocedo y les miro de reojo y enseño un poco los colmillos al verlos entrar en mi radio de acción. Y que eso los envalentona.

Me dan mucha rabia y soy capaz de cerrar la boca y pasarme callada (¡yo, callada!) el tiempo delimitado por su entrada y salida en escena, pensando gilipollez, gilipollez, gilipollez, a cada frase que sueltan.

Me pasa tanto de manera presencial como no presencial: hoy mismo, en lo que va de día (y va muy poco de día), le he enseñado los colmillos en dos ocasiones al monitor del ordenador: una leyendo una entrevista en un diario y otra, leyendo unos cuantos comentarios sueltos en Facebook.

No puedo con ellos. Me provocan una necesidad irracional de salir corriendo, soltando bufidos por aquí y por allá, hacia la ducha más cercana. Arg.

dilluns, 31 de gener del 2011

Así como medio trastocada por culpa de un gatito que el sábado me encontré en el portal. Suerte que no lo tengo en casa -está en casa de Jaume- y que no he sucumbido a la tentación de inventarle un nombre -Jaume lo ha hecho (Tomeu) y se ha creído el milagro de haber superado, de la noche a la mañana, una alergia que él sabe que no se va, que ayer se despertó llorando-.

Yo sé que en el fondo lo mío es sólo nostalgia: el gatito en cuestión es igualito igualito que el Koldo de pequeñín, un poco más grande que cuando lo encontramos. Por suerte no tiene un ojo infectado ni una vértebra (¿son aún vértebras las de la cola?) fuera de sitio. Tampoco tiene el miedo atroz que tenía y aún tiene el Koldo al género humano en general. De hecho, estas tres cosas son las que le he contado al veterinario: "No tiene infecciones en el ojo ni huesos fuera de sitio ni miedo", y me he dado cuenta de que se lo contaba señalando al gatito con mediodesprecio. Pura fachada: todo el mundo sabe que me lo quedaría, que me pasaría el día haciéndole carantoñas y que le pondría de nombre Kurtz (coronel), por seguir con la K de Koldo y Kika y por haber coincidido su aparición con la mía en la editorial Navona (con el gran Conrad en el catálogo). Pero no.

Adóptenlo, por favor, o llévense a Jaume a Lourdes a ver si se cura de verdad y me puedo quedar con el coronel (al que disimuladamente llamaré Tomeu) aunque sólo sea como vecino de escalera.

diumenge, 30 de gener del 2011

Ustedes no pueden permitirse estar tristes: ni ustedes ni nadie. Esto es tan corto, pasa tan volando que mejor no ceder terreno a la cosa esta de la nostalgia ni a la de la imposibilidad aparente. Ni hablar.

Léanse un buen Saki pero ni se les ocurra, por evocaciones facilonas, dar el salto a Vian. Vian es una trampa mortal; con Vian pueden reír, pero irá cavándoles así un punzón justo en el punto del pecho en el que estaría el vértice inferior del corazón, si el corazón fuera como lo dibujamos. Y yo no sé si ustedes lo habrán notado pero el vértice inferior del corazón está directamente unido a la sien izquierda, peligrosamente cercana al lacrimal.

No: Vian no es lectura recomendada para los domingos post cócteles con amigos que, de repente, justo cuando tienes la guinda del Manhattan en la boca, te preguntan bueno, y de aquello, ¿qué? Y tú contestas dada, cedo, con la guinda hinchándote el carrillo para seguidamente morderla y notar que, ésa en concreto, resulta especialmente áspera a la lengua, tanto, que lo siguiente que haces es buscar a Albertito con la mirada y con la mirada también rogarle, suplicarle, que ignore a esa guiri rubia tan obvia que acaba de pedirle con todas las letras un martini-agitado-no-removido-como-los-de-James-Bond y te prepare a ti otro Manhattan como los tuyos, aquellos que llevan esa angostura que, en cuanto a amargor, no tiene ni punto de comparación con la que sabes que Vian te va a provocar al día siguiente.

dissabte, 29 de gener del 2011

Se me rebela la cafetera: la dejo encendida mientras me ducho y cuando vuelvo a la cocina me encuentro el café desparramado por el suelo y al gato mirando, totalmente alucinado, cómo el charco avanza hacia él. Tiene el café a un escaso centímetro de sus patas, mira hacia abajo, inmóvil. Cuando el café está a punto de alcanzarle, retrocede un centímetro, vuelve a poner las patas juntas y vuelve a mirar fijamente hacia abajo, inmóvil otra vez. Digo: Koldo. Me mira y se va.

Cojo la fregona y me pongo a... fregar, claro, ¿qué iba a hacer con la fregona si no ante un charco de café de perímetro creciente?

Koldo me mira con esa cara de uhm, entre decepcionado y condescendiente, que sólo los gatos y algunas personas muy desengañadas contigo o demasiado acostumbradas a ti, esas que creen firmemente que nunca, nunca llegarás a sorprenderles, suelen poner cuando te miran.

Para cuando acabo de fregar el desaguisado, Koldo ya ha acabado de pensar esta tía no sabe divertirse y se ha quedado dormido.

Lo de Kika es peor: Kika ni siquiera ha abierto el ojo durante todo el incidente del café. Lo de Kika es de una indolencia que a veces roza la imprudencia. Kika es indolente e imprudente, y todo lo que rima...

Me voy a dar una vuelta. Es uno de esos sábados que tengo muy claro con quién me gustaría pasar el día y con quién no lo voy a pasar. Uno y otro vienen a ser la misma persona.

Bueno, ya saben: uhm, esta tía no sabe divertirse.

divendres, 28 de gener del 2011

De ser un hype a que te cuelguen un sambenito hay un paso.

Hay ejemplos a patadas, en la historia; hay hasta hypes humanos que acaban siendo denostados por la misma sociedad que los encumbró. Hay hasta un negocio inventado en torno al descubrimiento del hype humano en cuestión. El mismo negocio acabará siendo un hype también. Y venga todos a alucinar con el hype y venga todos a entregarse luego al juego de la negación.

Y no olviden que el buen hype no es: el buen hype o está siendo o fue. Y en eso se parece mucho a la vida según la vemos los agnósticos.

dimecres, 26 de gener del 2011

Mi amigo Natxo, que encarna, en palabras de un escritor catalán en ciernes, el equilibrio perfecto entre garrulismo e intelectualidad, se ha buscado una misión en la vida: desequilibrar las encuestas. Mi amigo Natxo está convencido de que nos sacan información por todos lados, a cualquiera se la sacan, que eso es inevitable en la era de las redes sociales, los blogs y las encuestas a pie de calle, y de que luego aprovechan esa información para dos cosas: primero, hacerse ricos y segundo, manipularnos. O vicecersa. Cuando dice esto, mi amigo Natxo habla de, por ejemplo, las productoras de televisión que diseñan su producto a base de estudios de shares pasados y basan su estrategia en el ¿les gusta el café? pues café para todos y una vez decidido que café para todos, ya veremos qué ponemos y les colamos con ese café.

Así que mi amigo Natxo ha decidido dedicarse a despistar a las cafeteras del mundo. Existen mil maneras y métodos de sacarnos la información pero fuente sólo hay una: nosotros. Vamos a crearles un problema haciéndonos crecer caños y grifos y escupiendo unas veces agua, otras vino y otras kalimotxo; que tengan que pararse a pensar de dónde beben y cuáles son los motivos por los que unas veces escupimos una cosa y otras veces otra. En resumen: vamos a complicarles la vida.

Yo soy fan de mi amigo Natxo. Yo crearía una religión que consistiera en obrar según su Palabra. Así que ayer mostré interés por una cosa por la que no lo había mostrado nunca antes. Hice algo que yo creo que nadie, ni un estadista de cabecera que tuviera asignado, que llevara años siguiendo mi disoluta trayectoria de afinidades políticas, habría esperado de mí. Y lo hice, ya saben, para despistar.

Ayer me planté en el MACBA dispuesta a asistir al acto de presentación del canal en inglés de la Agència Catalana de Notícies.

Tengo que reconocer que en primera instancia fui por amistad: desde hace unas semanas hay una nueva actriz en el teatro de mi círculo de amistades más próximo: Gemma. Gemma me cae bien. Le cae mejor aún a mi amigo Jordi, pero ésa es otra historia. Para Gemma lo de ayer era profesionalmente importantísimo, para Jordi era muy importante y para mí era importante y encima encajaba en la línea de acción del marear la perdiz que propone Natxo. Así que para allá que me fui.

El acto se presentaba en forma de debate sobre las líneas a seguir para la internacionalización de una Catalunya independiente o, al menos, con ganas de serlo. Participaban, agárrense los machos, (copio y pego de la web de la ACN) l'expresident Jordi Pujol, l'investigador Jordi Camí, l'economista Jordi Galí, l'empresari Ferran Soriano i l'arquitecta Benedetta Tagliabue. Todos empezaron a hablar de lo importante que era para Catalunya ser internacional para ser independiente. No te jode. Como si hubiera otra manera de serlo teniendo en cuenta que uno (país) es independiente precisamente si es internacional para todo el mundo excepto para él mismo...

Una vez puestos todos de acuerdo en este nada controvertido punto, empezaron a hablar de números: el economista, de PIBs; el empresario, de aeropuertos; el investigador, de idas y venidas de cerebros científicos; el expresidente, de kilómetros de vías de trenes de alta velocidad; y Tagliabue... bueno, Tagliabue de qué contenta se ponía cada vez que llegaba a Barcelona desde Shanghai. El caso es que, Tagliabue -que hablaba todo el rato de sí misma- a parte, nadie hablaba de personas. Ni de personas ni de qué piensan las personas ni de la manera de hacer de esas personas. Números y datos exclusivamente. Ni sentir ni pensar de quienes generaban esos datos. Ni sentir ni pensar de quienes, al otro lado de la frontera, recibían esos datos. Sólo hubo un momento en el que Jordi Galí, el economista, hizo un primer amago de humanización del asunto: en medio de todos esos números que hablaban de una más que posible independencia matemática de Catalunya, dijo algo así como que también había que ser sinceros y sensatos y reconocer que fuera, a Catalunya, no se le ve ni de coña como un Estado independiente; que ya es muuuucho que la gente viajada y leída tenga una pequeña idea de qué es Catalunya. ¡Zas! (No se volvió a pisar este terreno en toda la sesión).

Así que todos de acuerdo en que hay cosas que matemáticamente son posibles. Que Belén Esteban triunfe matemáticamente es posible: lo está haciendo. Que Catalunya sea matemáticamente independiente, es posible: lo podría conseguir. Que todo el mundo reconozca el prestigio y el mérito de cualquiera de las dos, eso es otra cosa. Puede que Belén Esteban incluso tuviera ahora mismo más oportunidad que Catalunya de ser declarada Estado independiente, miren qué les digo. Puede que a Europa o a la OTAN, les interesara ahora mismo tener las fronteras de Belén Esteban mucho más delimitadas que las de Catalunya. Pero ya lo dijo el Molt Honorable ayer por la tarde en el MACBA: a Europa ahora no le interesa tener nuevas independencias.

Yo espero que después de lo de ayer, me apunten en la lista estadística de independentistas catalanes, en la de los más conservadores, en la de los que saben lo que hacen y trabajan con números y volúmenes de negocio que, seguramente, son los más peligrosos para Madrid. Mientras eso pasa, me dedicaré a contar los días para el concierto del Salaíto y del Puchero del próximo 17 de marzo en el Taller de Músics.

dilluns, 24 de gener del 2011

Supongo que si a cierta edad te centras en una cosa y no en otra que tiene fecha de caducidad, es que esta segunda la estás empezando a borrar definitivamente del mapa.

Por ejemplo: servidora tiene casi cuarenta y desde el año pasado, en vez de plantearme lo que las mujeres se plantean a los casi cuarenta si no lo han hecho ya (tener hijos) estoy cada vez más centrada en hacer cosas no personas. No me lo tomo como una claudicación; lo sería si en algún momento me lo hubiera planteado como objetivo, supongo, pero no lo es tanto si piensan que más que algo que yo me haya planteado es algo que la sociedad esperaba de mí, como mujer, digo. Pero es que lo del "como mujer" es un argumento que nunca ha tenido peso suficiente para mí, llámenlo inconsciencia de la propia condición o llámenlo postfeminismo, como quieran. Ahora, no les resultará tan feminista la cosa si les cuento que no entiendo el proyecto hijo como iniciativa individual (y hablo ahora en primerísima y exclusivísima persona; todos mis respetos para quien sí lo puede entender así) sino compartida y, seamos sinceros, ni las circunstancias ni algunas personas me han acompañado.

Y todo eso ando pensando ahora que voy de pluriempleada, corriendo de aquí para allá.
Ya volveremos a hablar del tema de aquí a un tiempo cuando haya cambiado de opinión o sea definitivamente tarde para todo esto.