A ver, que estamos un poquito de los nervios.
El gran mérito de Freud no fue empezar a implicar el inconsciente en las explicaciones de la actividad y reaciones diarias de la persona, sino que todo el mundo, a partir de aquel descubrimiento, entendiera tan bien la cosa (seguramente porque eso que vio Freud era precisamente lo que nadie quería reconocer, y todo el mundo sabe que lo que no se quiere reconocer es precisamente lo más conocido). Está tan aceptada la teoría del inconsciente que uno podría teorizar en base a ella incluso para explicar cómo abre una bolsa de patatas fritas: por qué la coge con una mano y no con la otra, por qué la abre por la mitad o por un extremo... La consecuencia de esta popularización es que la teoría del inconsciente de Freud anda devaluadísima: a nadie más que a uno, y a veces ni eso, le importa por qué abrimos así las bolsas de patatas; vamos, como si nos da por tumbarlas en la encimera y acuchillaras sañosamente con el jamonero. Bueno, esto último, a un abogado defensor igual sí que le interesaría por aquello de alegar enajenaciones temporales y tal.
El caso es que se ha armado gran revuelo con la entrevisteta de Mariscal; con aquella en la que responde a una pregunta cantando que las banderas le dan alergia y que el 11S le recuerda a los tiempos de Hitler.
Yo la leí y pensé: ya estamos. Y sí; ya estábamos: las manos a la cabeza, de la cabeza al teclado y el twitter a full. Y el fantasma venga a sobrevolar Europa otra vez. Y Mariscal, federalista. Y Mariscal, tu perro era un truño...
Y miren por dónde que yo me quedé con esta otra: Mariscal, tu padre era nazi. Ahí lo tienen: el padre de Mariscal era nazi y Mariscal era un hippie; un hippie con la porramenta, los amigos descalzos y el padre nazi. Sabiendo qué es un perro dentro de la cabeza de Mariscal, ¿se imaginan qué es un nazi dentro de la cabeza de Mariscal? Debe de ser una especie de señor muy serio y muy alto, que le pone mala cara cuando no se corta el pelo, cuando llega a casa borracho y cuando se niega a ponerse la americana para la cena de Navidad. Un señor que da mucha pereza, tanta como la que le debe de dar que ahora parezca que vayan a cambiar las cosas, con lo bien que le han ido a él las cosas cuando las cosas estaban como estaban.
¿En serio se creen que Mariscal tiene un mínimo de predicamento cuando habla de nazis? No. A Mariscal no hay que escucharle. No hay que darle la razón ni que enfadarse con él. Mariscal no sirve ni de enemigo ni de aliado. Quien cite a Mariscal, quien se apoye en su analogía, tampoco sirve de nada. Y esto hay que tenerlo muy en cuenta, porque sólo faltaba que nos pusiéramos ahora a perder el tiempo luchando contra los fantasmas del inconsciente del último mono que se nos ponga delante.
divendres, 3 de maig del 2013
dimecres, 1 de maig del 2013
Se me han mezclado luchas y causas en la cabeza y llevo toda la mañana tarareando esta canción
y pensando si no será otra forma de dictadura esta manera descarnada de tener que ganarnos las alubias que últimamente se nos está imponiendo.
Ya, la respuesta es sí y la reflexión no es original: cuando te oprimen, te oprimen, da igual que lo hagan con una sirena de fábrica, con una ley de vagos y maleantes o con un aumento del tanto por ciento en el irpf acompañado de una subida del agua y de la luz.
Siempre es el puñetero Estado. Es el Estado el que primero va de padre, obligando, por ejemplo, a reducir la velocidad, a poner advertencias en cajetillas de tabaco y etiquetas de güisquis para decir a los niños lo que no tienen que hacer, y que, cuando tienen a los padres medio confiados en este sentido por cuestiones de responsabilidades compartidas, van un paso más allá y, por los poderes que les han sido concedidos, acaban obligándoles a ellos también a no poder hacer otras cosas como ingresar un sueldo en el banco cada mes y, en consecuencia, no poder pagar tampoco la hipoteca y mucho menos la vacación; ¿pa qué? si también está prohibida otra cosa que no sea vacacionar.
Luego nos extrañará que haya nostálgicos que digan que, al menos, lo que vetaba el anterior era solo pensar, y que, total, de no pensar, uno no se moría de hambre, aunque poco comían algunos entonces también.
Así que, porque ahora puedo y por si mañana no, que todo vuelve, todo esto ando pensando hoy, primero de mayo.
y pensando si no será otra forma de dictadura esta manera descarnada de tener que ganarnos las alubias que últimamente se nos está imponiendo.
Ya, la respuesta es sí y la reflexión no es original: cuando te oprimen, te oprimen, da igual que lo hagan con una sirena de fábrica, con una ley de vagos y maleantes o con un aumento del tanto por ciento en el irpf acompañado de una subida del agua y de la luz.
Siempre es el puñetero Estado. Es el Estado el que primero va de padre, obligando, por ejemplo, a reducir la velocidad, a poner advertencias en cajetillas de tabaco y etiquetas de güisquis para decir a los niños lo que no tienen que hacer, y que, cuando tienen a los padres medio confiados en este sentido por cuestiones de responsabilidades compartidas, van un paso más allá y, por los poderes que les han sido concedidos, acaban obligándoles a ellos también a no poder hacer otras cosas como ingresar un sueldo en el banco cada mes y, en consecuencia, no poder pagar tampoco la hipoteca y mucho menos la vacación; ¿pa qué? si también está prohibida otra cosa que no sea vacacionar.
Luego nos extrañará que haya nostálgicos que digan que, al menos, lo que vetaba el anterior era solo pensar, y que, total, de no pensar, uno no se moría de hambre, aunque poco comían algunos entonces también.
Así que, porque ahora puedo y por si mañana no, que todo vuelve, todo esto ando pensando hoy, primero de mayo.
dilluns, 29 d’abril del 2013
Yo me estoy dando cuenta de que uno, con los años, acaba repitiéndose. También, uno con los años acaba encontrando justificaciones a dicho repetirse; se dice cosas como que, bueno, que lo que pasa es que hay temas que son los verdaderamente importantes y que si van saliendo y saliendo y saliendo calcados, si la mente tira de ellos a la primera de cambio, es porque uno es coherente y maduro y hay preocupaciones que trascienden al momento porque son las verdaderamente importantes y blablá.
Que me voy a repetir, vaya,
Uno de los mayores berrinches de mi vida me lo cogí cuando me enteré de que aquello que me habían enseñado de que si hacías las cosas bien, las cosas te salían bien era mentira; fallllllso como un duro de cuatro pesetas; uno de los engaños mejor montados, más protegidos, de la historia de la humanidad (o igual no de hace tanto tiempo, que luego ya me enteré que era una cosa más bien judía, católica igual también; que iba muy así de la mano con lo de ir o no al cielo); uno de aquellos engaños que si funcionan te hacen pensar que claro, que con lo bueno que eres, te mereces todo lo mejor; pero que si no te lo acabas llevando -lo mejor-, en el caso de que te lo hayas creído, te hace un desgraciado total y absoluto, un cenizo, acabas siendo un tipo de cabeza gacha cuando no te queda ninguna de las fases psiquiátricas -shock, negación, caída en picado... ya saben- por quemar.
Miren si estoy traumatizada -que no es coherencia, que es trauma- por todo aquello que me ha vuelto a venir a la cabeza la cosa cuando me he enterado de la enésima trampa: en el borrador de la declaración de la renta, viene por defecto marcada la casilla que indica que renuncias a la devolución.
Pero es que imagínense: se pasan ustedes el año trabajando, haciendo números cada vez que les sale un trabajito nuevo para ver si les compensa o no cogerlo, que a veces son pan para hoy y collejón para mañana estos trabajos, porque de repente te has pasado de franja resulta que por ganar 50 euros más o menos, luego te reclaman unos cientos más y te los reclaman todos juntos además y ya la has liao, que resulta que, en neto, ganas menos, y que ese menos era lo que te servía para pagar el teléfono, por ejemplo, o el agua o el gas o el comedor del cole; y que, trabajando más al mes, te ves llegando menos a fin de mes; o que acostumbrado a que, con la renta, te cayeran al año doscientos euricos por sorpresa, porque nunca sabías cuándo te iban a caer, sin en junio o en diciembre con los langostinos congelados ya comprados; de repente te los quitaran el mismo día cero de hacer la declaración o la mitad el día cero y el día treinta la otra mitad.
Imagínense que han trabajado, les han retenido todo el año un tanto por ciento más que el año anterior, o sea, el tanto por ciento con el que pagaban el teléfono o el agua o el gas o el comedor del cole, llegan un día cansados a casa, se encuentran el borrador en el buzón, ven que les devuelven los doscientos euricos y llaman inmediatamente para confirmarlo, que más vale pájaro en mano, y dicen sí, sí, sí a todo. Y luego, esperando, esperando, llaman un día antes de comprar los langostinos congelados a ver qué hay de lo suyo, y les dicen que de lo suyo no hay nada pendiente, que les consta que usted renunció a la devolución, que mire los papeles. Y los mira y ve que sí, que la casilla está marcada de imprenta y que, eso en concreto, se les olvidó preguntar para que usted dijera si sí o si no.
Entonces es cuando ustedes se cagan en lo de hacer las cosas bien; en lo de pagar el IRPF que toca, hacer facturas con IVA y mirar de no pasarse de la franja para ahorrarse unos euricos. Entonces es cuando ustedes deciden que igual entendieron las cosas mal cuando se las explicaron y que a ver por qué tenían que estar ustedes en el lado de los que hacían las cosas bien o mal y no en el lado de los premiadores o castigadores, que a lo mejor podían decidir ustedes quién se llevaba el castigo, porque no paran de ver a gente haciendo las cosas mal.
Entonces es cuando deciden ser el justiciero y, hartos de todo lo que está pasando, salen a la calle y se lían a pedradas con los cristales de la administración de hacienda de su barrio, del banco de la vuelta de la esquina y, recogiendo a su vecinos, que están también en la calle como usted, se plantan en la delegación del Gobierno y acaban con todo también.
Puede que luego vengan a castigarles porque ellos son más y están mejor armados y organizados. Entonces entenderán que así, tal como están montadas las cosas, no gana quien se empeña en hacerlo bien sino, precisamente, quien lo hace todo mal y está mejor armado y organizado porque de alguna manera tiene que protegerse de ustedes, claro.
Creo que de esto último es un poco de lo que nos estamos dando cuenta. Creo que por eso no acabamos de salir a la calle.
(Que rule lo de la renta: si no desmarcas la casilla, no te devuelven la pasta que te corresponde y se la queda el Estado. Me parece como la ultimísima canallada).
Que me voy a repetir, vaya,
Uno de los mayores berrinches de mi vida me lo cogí cuando me enteré de que aquello que me habían enseñado de que si hacías las cosas bien, las cosas te salían bien era mentira; fallllllso como un duro de cuatro pesetas; uno de los engaños mejor montados, más protegidos, de la historia de la humanidad (o igual no de hace tanto tiempo, que luego ya me enteré que era una cosa más bien judía, católica igual también; que iba muy así de la mano con lo de ir o no al cielo); uno de aquellos engaños que si funcionan te hacen pensar que claro, que con lo bueno que eres, te mereces todo lo mejor; pero que si no te lo acabas llevando -lo mejor-, en el caso de que te lo hayas creído, te hace un desgraciado total y absoluto, un cenizo, acabas siendo un tipo de cabeza gacha cuando no te queda ninguna de las fases psiquiátricas -shock, negación, caída en picado... ya saben- por quemar.
Miren si estoy traumatizada -que no es coherencia, que es trauma- por todo aquello que me ha vuelto a venir a la cabeza la cosa cuando me he enterado de la enésima trampa: en el borrador de la declaración de la renta, viene por defecto marcada la casilla que indica que renuncias a la devolución.
Pero es que imagínense: se pasan ustedes el año trabajando, haciendo números cada vez que les sale un trabajito nuevo para ver si les compensa o no cogerlo, que a veces son pan para hoy y collejón para mañana estos trabajos, porque de repente te has pasado de franja resulta que por ganar 50 euros más o menos, luego te reclaman unos cientos más y te los reclaman todos juntos además y ya la has liao, que resulta que, en neto, ganas menos, y que ese menos era lo que te servía para pagar el teléfono, por ejemplo, o el agua o el gas o el comedor del cole; y que, trabajando más al mes, te ves llegando menos a fin de mes; o que acostumbrado a que, con la renta, te cayeran al año doscientos euricos por sorpresa, porque nunca sabías cuándo te iban a caer, sin en junio o en diciembre con los langostinos congelados ya comprados; de repente te los quitaran el mismo día cero de hacer la declaración o la mitad el día cero y el día treinta la otra mitad.
Imagínense que han trabajado, les han retenido todo el año un tanto por ciento más que el año anterior, o sea, el tanto por ciento con el que pagaban el teléfono o el agua o el gas o el comedor del cole, llegan un día cansados a casa, se encuentran el borrador en el buzón, ven que les devuelven los doscientos euricos y llaman inmediatamente para confirmarlo, que más vale pájaro en mano, y dicen sí, sí, sí a todo. Y luego, esperando, esperando, llaman un día antes de comprar los langostinos congelados a ver qué hay de lo suyo, y les dicen que de lo suyo no hay nada pendiente, que les consta que usted renunció a la devolución, que mire los papeles. Y los mira y ve que sí, que la casilla está marcada de imprenta y que, eso en concreto, se les olvidó preguntar para que usted dijera si sí o si no.
Entonces es cuando ustedes se cagan en lo de hacer las cosas bien; en lo de pagar el IRPF que toca, hacer facturas con IVA y mirar de no pasarse de la franja para ahorrarse unos euricos. Entonces es cuando ustedes deciden que igual entendieron las cosas mal cuando se las explicaron y que a ver por qué tenían que estar ustedes en el lado de los que hacían las cosas bien o mal y no en el lado de los premiadores o castigadores, que a lo mejor podían decidir ustedes quién se llevaba el castigo, porque no paran de ver a gente haciendo las cosas mal.
Entonces es cuando deciden ser el justiciero y, hartos de todo lo que está pasando, salen a la calle y se lían a pedradas con los cristales de la administración de hacienda de su barrio, del banco de la vuelta de la esquina y, recogiendo a su vecinos, que están también en la calle como usted, se plantan en la delegación del Gobierno y acaban con todo también.
Puede que luego vengan a castigarles porque ellos son más y están mejor armados y organizados. Entonces entenderán que así, tal como están montadas las cosas, no gana quien se empeña en hacerlo bien sino, precisamente, quien lo hace todo mal y está mejor armado y organizado porque de alguna manera tiene que protegerse de ustedes, claro.
Creo que de esto último es un poco de lo que nos estamos dando cuenta. Creo que por eso no acabamos de salir a la calle.
(Que rule lo de la renta: si no desmarcas la casilla, no te devuelven la pasta que te corresponde y se la queda el Estado. Me parece como la ultimísima canallada).
dijous, 25 d’abril del 2013
De la idiotez.
Si yo digo que las brújulas no buscan nada, que simplemente lo señalan, no estoy metiéndome con Albert Espinosa: estoy hablando de algo mucho más grande; de un editor, por ejemplo, que le ha dejado pasar a Espinosa un error o una figura absurda que busca -las figuras sí buscan cosas, como prácticamente todo lo que se dice- brillo (aunque sea vacío) desde el título mismo del libro en cuestión. Ya lo hace esto Espinosa, con nombres absurdamente largos, frases sin ton ni son y portadas estridentes de acompañamiento. Bueno, hay que llamar la atención en el stand y en el estante, ya se sabe cómo va.
Lo malo es que en esta dinámica que estamos se ve demasiado al escritor. Lo malo es que hay que publicarle libros a Espinosa porque habiendo estado enfermo, trabajando tanto como trabaja y tocando los temas que toca con tanta amabilidad y buenrollismo, sólo somos capaces de concluir que Espinosa es un buen tipo, y caemos tan de pleno en el consabido 'los tipos buenos deben triunfar' -conclusión que no es conclusión, que simplemente es mantra, talismán de a duro, bendición de gitana lectora de manos- que nos pasamos de rosca y acabamos decidiendo que los libros de Espinosa no se pueden criticar.
Yo aún estoy esperando a ver una crítica literaria, con pies y cabeza, de este último libro de Espinosa o del anterior o del anterior. Si tienen un link, me lo pasen, por favor. Y si leo una que diga que es bueno, me lo compro, se lo juro, mañana mismo, en la Laie del CCCB.
(Marina Espasa i Joan Todó m'apunten ràpidament aquesta crítica de Ricard Ruiz Garzón. Pues nada, ahí tienen retratado uno de los libros más vendidos este Sant Jordi).
Consecuencia de todo esto es que los clásicos ni siquiera los modernos, los que han sobrevivido porque realmente hacían buena literatura, no pueden competir. No sabemos si Dante sonreiría y abrazaría a todo el mundo en la parada de La Central, si Proust participaría activamente en tal movimiento social o si Flauvert se prestaría a hacer entrevistas larguísimas o cortísimas con foto haciendo el pino al lado de Bibiana Ballbé. Consecuencia de todo esto es que la gente hoy tiene un libro nuevo en su mesilla de noche que no sabe ni qué es, que tiene algo que chirría en el título que ni siquiera han visto cuando se lo han regalado. Pero da igual: todo esto lo compensa la foto con ese escritor tan simpático que tienen guardada en el móvil y que ni se preocuparán por rescatar cuando, por puntos, puedan cambiarse a otro de nueva generación. Esto último es lo que pasará con todos estos libros y con todos estos escritores. Puede que con alguno de los buenos también, pero es que con todos los malos, con los que dicen que las brújulas buscan cosas, más claro no se puede ver venir.
Si yo digo que las brújulas no buscan nada, que simplemente lo señalan, no estoy metiéndome con Albert Espinosa: estoy hablando de algo mucho más grande; de un editor, por ejemplo, que le ha dejado pasar a Espinosa un error o una figura absurda que busca -las figuras sí buscan cosas, como prácticamente todo lo que se dice- brillo (aunque sea vacío) desde el título mismo del libro en cuestión. Ya lo hace esto Espinosa, con nombres absurdamente largos, frases sin ton ni son y portadas estridentes de acompañamiento. Bueno, hay que llamar la atención en el stand y en el estante, ya se sabe cómo va.
Lo malo es que en esta dinámica que estamos se ve demasiado al escritor. Lo malo es que hay que publicarle libros a Espinosa porque habiendo estado enfermo, trabajando tanto como trabaja y tocando los temas que toca con tanta amabilidad y buenrollismo, sólo somos capaces de concluir que Espinosa es un buen tipo, y caemos tan de pleno en el consabido 'los tipos buenos deben triunfar' -conclusión que no es conclusión, que simplemente es mantra, talismán de a duro, bendición de gitana lectora de manos- que nos pasamos de rosca y acabamos decidiendo que los libros de Espinosa no se pueden criticar.
Yo aún estoy esperando a ver una crítica literaria, con pies y cabeza, de este último libro de Espinosa o del anterior o del anterior. Si tienen un link, me lo pasen, por favor. Y si leo una que diga que es bueno, me lo compro, se lo juro, mañana mismo, en la Laie del CCCB.
(Marina Espasa i Joan Todó m'apunten ràpidament aquesta crítica de Ricard Ruiz Garzón. Pues nada, ahí tienen retratado uno de los libros más vendidos este Sant Jordi).
Consecuencia de todo esto es que los clásicos ni siquiera los modernos, los que han sobrevivido porque realmente hacían buena literatura, no pueden competir. No sabemos si Dante sonreiría y abrazaría a todo el mundo en la parada de La Central, si Proust participaría activamente en tal movimiento social o si Flauvert se prestaría a hacer entrevistas larguísimas o cortísimas con foto haciendo el pino al lado de Bibiana Ballbé. Consecuencia de todo esto es que la gente hoy tiene un libro nuevo en su mesilla de noche que no sabe ni qué es, que tiene algo que chirría en el título que ni siquiera han visto cuando se lo han regalado. Pero da igual: todo esto lo compensa la foto con ese escritor tan simpático que tienen guardada en el móvil y que ni se preocuparán por rescatar cuando, por puntos, puedan cambiarse a otro de nueva generación. Esto último es lo que pasará con todos estos libros y con todos estos escritores. Puede que con alguno de los buenos también, pero es que con todos los malos, con los que dicen que las brújulas buscan cosas, más claro no se puede ver venir.
dimecres, 24 d’abril del 2013
Miren, yo soy casi más de no fijarme en lo que hace o no hace el otro. Es absurdo. Es una cosa que no puedo controlar, así que mejor no empecinarme. Pero es que ayer me pasé una hora sentada a dos autores de Albert Espinosa, en la caseta de la Fnac. Estábamos en fila, mirando al frente. Yo veía a mi lado a Miguel Noguera, al lado de Noguera a Santi Balmes y al lado de Balmes un mogollón de gente de pie, vestidos de negro la mayoría, dentro del stand, y un montón muchísimo más grande -no veía dónde acababa- de gente haciendo cola, fuera.
Era como si nos hubieran hecho sentar por orden de gradación: de menos mediático a más mediático. La menos mediática (yo) esa hora firmó sólo un libro (el que me pidió, al final, Octavi Botana, imagínense). El segundo menos mediático (Noguera) firmó unos ¿ocho? ¿diez? a gente que le venía o simplemente pidiendo la firma o diciéndole que eran muy fans o que también dibujaban, así, discretamente; el tercer menos mediático -el mediatiquillo- (Balmes), debió firmar unos veinte; aguantó a fans más nerviosas que las de Noguera y a dos chicas que, de repente, se le pusieron a cantar y a bailar algo que parecía que se habían inventado ellas, con letra que decía satibaaaaalmeeeees, santiiibaaaaalmeeeees, y así; él sonreía con esa cara que tiene siempre de entre estar muy preocupado y no saber dónde meterse. El cuarto era el MEDIATICAZO. La marabunta que tenía delante estaba nerviosa, algunos llevaban su nombre escrito en la frente, todos lo tocaban y le daban besos... ¿todos? ¡No! El niño al que sus padres llevaban en la silla de ruedas, no creo que lo tocara. Supongo -yo no lo veía, entre tanta gente- que si sus padres se lo pidieron, sería él, Espinosa, quien se sentara encima de la mesa y estirara las manos para darle un abrazo, que es lo que estaba haciendo con todo el mundo Víctor Amela, a quien yo tenía dos sillas más allá, hacia el otro lado de la mesa.
Noguera me contó que en otro Sant Jordi le tocó firmar al lado de Espinosa. Que todo el mundo que se le acercaba le contaba que su hijo, su amigo, su tío, su abuela estaban enfermos de cáncer; que se estaban muriendo o que se estaban curando; que toda la familia lo estaba pasando fatal y que sus libros, series y tal les ayudaban mucho. Lo contaba Noguera y luego hacíamos cálculos de cuántas horas seguidas puede aguantar un ser humano la cantinela estoy enfermo, estás enfermo, está enfermo, estamos enfermos, estáis enfermos, están enfermos, sin acabar poniéndose enfermo y mandándolo todo a la mierda. Proyecten ahora: cuántas horas seguidas puede aguantar un ser humano la cantinela te veo por la tele, la cantinela mi padre te vota, la cantinela mi abuelo está enterrado en una cuneta, la cantinela eres una víctima. Me das un beso, me das un abrazo, me hago una foto contigo.
No creo que reciban ni un sólo comentario como el que a mí me salió decirle a Joan Safont -autor cero mediático. ¿Saben quién es?-. Le dije: Creo que voy a aprender mucho con tu libro. O como el que le solté el otro día a José Luis Cuerda -que, miren, hace cine, pero mediático mediático, según esto que ahora quiere decir mediático, tampoco es-. Le dije: Me pensaba que el título de tu libro era por Robinson Crusoe, que lo primero que hace en la isla es amaestrar una cabra; ahora que has explicado que no, tengo ganas de volvérmelo a leer, pero entendiendo lo de la cabra desde tu perspectiva.
¿Ustedes creen que, de esta gente mediática, los que se crean escritores -que no creo que todos sean tan inconscientes- se encuentran con lectores que les hablan de sus obras como piezas de calidad literaria, como piezas que les abren puertas para aprender, para madurar intelectualmente? Yo no. ¿Ustedes creen que ellos mismos coquetean con la cosa de escribir con afán de calidad literaria, afán de abrirse puertas nuevas en su proceso intelectual? Yo tampoco.
¿Que se forran? Que se forren. Me parece muy bien. Yo, a lo mío.
Era como si nos hubieran hecho sentar por orden de gradación: de menos mediático a más mediático. La menos mediática (yo) esa hora firmó sólo un libro (el que me pidió, al final, Octavi Botana, imagínense). El segundo menos mediático (Noguera) firmó unos ¿ocho? ¿diez? a gente que le venía o simplemente pidiendo la firma o diciéndole que eran muy fans o que también dibujaban, así, discretamente; el tercer menos mediático -el mediatiquillo- (Balmes), debió firmar unos veinte; aguantó a fans más nerviosas que las de Noguera y a dos chicas que, de repente, se le pusieron a cantar y a bailar algo que parecía que se habían inventado ellas, con letra que decía satibaaaaalmeeeees, santiiibaaaaalmeeeees, y así; él sonreía con esa cara que tiene siempre de entre estar muy preocupado y no saber dónde meterse. El cuarto era el MEDIATICAZO. La marabunta que tenía delante estaba nerviosa, algunos llevaban su nombre escrito en la frente, todos lo tocaban y le daban besos... ¿todos? ¡No! El niño al que sus padres llevaban en la silla de ruedas, no creo que lo tocara. Supongo -yo no lo veía, entre tanta gente- que si sus padres se lo pidieron, sería él, Espinosa, quien se sentara encima de la mesa y estirara las manos para darle un abrazo, que es lo que estaba haciendo con todo el mundo Víctor Amela, a quien yo tenía dos sillas más allá, hacia el otro lado de la mesa.
Noguera me contó que en otro Sant Jordi le tocó firmar al lado de Espinosa. Que todo el mundo que se le acercaba le contaba que su hijo, su amigo, su tío, su abuela estaban enfermos de cáncer; que se estaban muriendo o que se estaban curando; que toda la familia lo estaba pasando fatal y que sus libros, series y tal les ayudaban mucho. Lo contaba Noguera y luego hacíamos cálculos de cuántas horas seguidas puede aguantar un ser humano la cantinela estoy enfermo, estás enfermo, está enfermo, estamos enfermos, estáis enfermos, están enfermos, sin acabar poniéndose enfermo y mandándolo todo a la mierda. Proyecten ahora: cuántas horas seguidas puede aguantar un ser humano la cantinela te veo por la tele, la cantinela mi padre te vota, la cantinela mi abuelo está enterrado en una cuneta, la cantinela eres una víctima. Me das un beso, me das un abrazo, me hago una foto contigo.
No creo que reciban ni un sólo comentario como el que a mí me salió decirle a Joan Safont -autor cero mediático. ¿Saben quién es?-. Le dije: Creo que voy a aprender mucho con tu libro. O como el que le solté el otro día a José Luis Cuerda -que, miren, hace cine, pero mediático mediático, según esto que ahora quiere decir mediático, tampoco es-. Le dije: Me pensaba que el título de tu libro era por Robinson Crusoe, que lo primero que hace en la isla es amaestrar una cabra; ahora que has explicado que no, tengo ganas de volvérmelo a leer, pero entendiendo lo de la cabra desde tu perspectiva.
¿Ustedes creen que, de esta gente mediática, los que se crean escritores -que no creo que todos sean tan inconscientes- se encuentran con lectores que les hablan de sus obras como piezas de calidad literaria, como piezas que les abren puertas para aprender, para madurar intelectualmente? Yo no. ¿Ustedes creen que ellos mismos coquetean con la cosa de escribir con afán de calidad literaria, afán de abrirse puertas nuevas en su proceso intelectual? Yo tampoco.
¿Que se forran? Que se forren. Me parece muy bien. Yo, a lo mío.
Miren, yo soy casi más de no fijarme en lo que hace o no hace el otro. Es absurdo. Es una cosa que no puedo controlar, así que mejor no empecinarme. Pero es que ayer me pasé una hora sentada a dos autores de Albert Espinosa, en la caseta de la Fnac. Estábamos en fila, mirando al frente. Yo veía a mi lado a Miguel Noguera, al lado de Noguera a Santi Balmes y al lado de Balmes un mogollón de gente de pie, vestidos de negro la mayoría, dentro del stand, y un montón muchísimo más grande -no veía dónde acababa- de gente haciendo cola, fuera.
Era como si nos hubieran hecho sentar por orden de gradación: de menos mediático a más mediático. La menos mediática (yo) esa hora firmó sólo un libro (el que me pidió, al final, Octavi Botana, imagínense). El segundo menos mediático (Noguera) firmó unos ¿ocho? ¿diez? a gente que le venía o simplemente pidiendo la firma o diciéndole que eran muy fans o que también dibujaban, así, discretamente; el tercer menos mediático -el mediatiquillo- (Balmes), debió firmar unos veinte; aguantó a fans más nerviosas que las de Noguera y a dos chicas que, de repente, se le pusieron a cantar y a bailar algo que parecía que se habían inventado ellas, con letra que decía satibaaaaalmeeeees, santiiibaaaaalmeeeees, y así; él sonreía con esa cara que tiene siempre de entre estar muy preocupado y no saber dónde meterse. El cuarto era el MEDIATICAZO. La marabunta que tenía delante estaba nerviosa, algunos llevaban su nombre escrito en la frente, todos lo tocaban y le daban besos... ¿todos? ¡No! El niño al que sus padres llevaban en la silla de ruedas, no creo que lo tocara. Supongo -yo no lo veía, entre tanta gente- que si sus padres se lo pidieron, sería él, Espinosa, quien se sentara encima de la mesa y estirara las manos para darle un abrazo, que es lo que estaba haciendo con todo el mundo Víctor Amela, a quien yo tenía dos sillas más allá, hacia el otro lado de la mesa.
Noguera me contó que en otro Sant Jordi le tocó firmar al lado de Espinosa. Que todo el mundo que se le acercaba le contaba que su hijo, su amigo, su tío, su abuela estaban enfermos de cáncer; que se estaban muriendo o que se estaban curando; que toda la familia lo estaba pasando fatal y que sus libros, series y tal les ayudaban mucho. Lo contaba Noguera y luego hacíamos cálculos de cuántas horas seguidas puede aguantar un ser humano la cantinela estoy enfermo, estás enfermo, está enfermo, estamos enfermos, estáis enfermos, están enfermos, sin acabar poniéndose enfermo y mandándolo todo a la mierda. Proyecten ahora: cuántas horas seguidas puede aguantar un ser humano la cantinela te veo por la tele, la cantinela mi padre te vota, la cantinela mi abuelo está enterrado en una cuneta, la cantinela eres una víctima. Me das un beso, me das un abrazo, me hago una foto contigo.
No creo que reciban ni un sólo comentario como el que a mí me salió decirle a Joan Safont -autor cero mediático. ¿Saben quién es?-. Le dije: Creo que voy a aprender mucho con tu libro. O como el que le solté el otro día a José Luis Cuerda -que, miren, hace cine, pero mediático mediático, según esto que ahora quiere decir mediático, tampoco es-. Le dije: Me pensaba que el título de tu libro era por Robinson Crusoe, que lo primero que hace en la isla es amaestrar una cabra; ahora que has explicado que no, tengo ganas de volvérmelo a leer, pero entendiendo lo de la cabra desde tu perspectiva.
¿Ustedes creen que, de esta gente mediática, los que se crean escritores -que no creo que todos sean tan inconscientes- se encuentran con lectores que les hablan de sus obras como piezas de calidad literaria, como piezas que les abren puertas para aprender, para madurar intelectualmente? Yo no. ¿Ustedes creen que ellos mismos coquetean con la cosa de escribir con afán de calidad literaria, afán de abrirse puertas nuevas en su proceso intelectual? Yo tampoco.
¿Que se forran? Que se forren. Me parece muy bien. Cada loco con su tema.
Era como si nos hubieran hecho sentar por orden de gradación: de menos mediático a más mediático. La menos mediática (yo) esa hora firmó sólo un libro (el que me pidió, al final, Octavi Botana, imagínense). El segundo menos mediático (Noguera) firmó unos ¿ocho? ¿diez? a gente que le venía o simplemente pidiendo la firma o diciéndole que eran muy fans o que también dibujaban, así, discretamente; el tercer menos mediático -el mediatiquillo- (Balmes), debió firmar unos veinte; aguantó a fans más nerviosas que las de Noguera y a dos chicas que, de repente, se le pusieron a cantar y a bailar algo que parecía que se habían inventado ellas, con letra que decía satibaaaaalmeeeees, santiiibaaaaalmeeeees, y así; él sonreía con esa cara que tiene siempre de entre estar muy preocupado y no saber dónde meterse. El cuarto era el MEDIATICAZO. La marabunta que tenía delante estaba nerviosa, algunos llevaban su nombre escrito en la frente, todos lo tocaban y le daban besos... ¿todos? ¡No! El niño al que sus padres llevaban en la silla de ruedas, no creo que lo tocara. Supongo -yo no lo veía, entre tanta gente- que si sus padres se lo pidieron, sería él, Espinosa, quien se sentara encima de la mesa y estirara las manos para darle un abrazo, que es lo que estaba haciendo con todo el mundo Víctor Amela, a quien yo tenía dos sillas más allá, hacia el otro lado de la mesa.
Noguera me contó que en otro Sant Jordi le tocó firmar al lado de Espinosa. Que todo el mundo que se le acercaba le contaba que su hijo, su amigo, su tío, su abuela estaban enfermos de cáncer; que se estaban muriendo o que se estaban curando; que toda la familia lo estaba pasando fatal y que sus libros, series y tal les ayudaban mucho. Lo contaba Noguera y luego hacíamos cálculos de cuántas horas seguidas puede aguantar un ser humano la cantinela estoy enfermo, estás enfermo, está enfermo, estamos enfermos, estáis enfermos, están enfermos, sin acabar poniéndose enfermo y mandándolo todo a la mierda. Proyecten ahora: cuántas horas seguidas puede aguantar un ser humano la cantinela te veo por la tele, la cantinela mi padre te vota, la cantinela mi abuelo está enterrado en una cuneta, la cantinela eres una víctima. Me das un beso, me das un abrazo, me hago una foto contigo.
No creo que reciban ni un sólo comentario como el que a mí me salió decirle a Joan Safont -autor cero mediático. ¿Saben quién es?-. Le dije: Creo que voy a aprender mucho con tu libro. O como el que le solté el otro día a José Luis Cuerda -que, miren, hace cine, pero mediático mediático, según esto que ahora quiere decir mediático, tampoco es-. Le dije: Me pensaba que el título de tu libro era por Robinson Crusoe, que lo primero que hace en la isla es amaestrar una cabra; ahora que has explicado que no, tengo ganas de volvérmelo a leer, pero entendiendo lo de la cabra desde tu perspectiva.
¿Ustedes creen que, de esta gente mediática, los que se crean escritores -que no creo que todos sean tan inconscientes- se encuentran con lectores que les hablan de sus obras como piezas de calidad literaria, como piezas que les abren puertas para aprender, para madurar intelectualmente? Yo no. ¿Ustedes creen que ellos mismos coquetean con la cosa de escribir con afán de calidad literaria, afán de abrirse puertas nuevas en su proceso intelectual? Yo tampoco.
¿Que se forran? Que se forren. Me parece muy bien. Cada loco con su tema.
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