Miren, yo soy casi más de no fijarme en lo que hace o no hace el otro. Es absurdo. Es una cosa que no puedo controlar, así que mejor no empecinarme. Pero es que ayer me pasé una hora sentada a dos autores de Albert Espinosa, en la caseta de la Fnac. Estábamos en fila, mirando al frente. Yo veía a mi lado a Miguel Noguera, al lado de Noguera a Santi Balmes y al lado de Balmes un mogollón de gente de pie, vestidos de negro la mayoría, dentro del stand, y un montón muchísimo más grande -no veía dónde acababa- de gente haciendo cola, fuera.
Era como si nos hubieran hecho sentar por orden de gradación: de menos mediático a más mediático. La menos mediática (yo) esa hora firmó sólo un libro (el que me pidió, al final, Octavi Botana, imagínense). El segundo menos mediático (Noguera) firmó unos ¿ocho? ¿diez? a gente que le venía o simplemente pidiendo la firma o diciéndole que eran muy fans o que también dibujaban, así, discretamente; el tercer menos mediático -el mediatiquillo- (Balmes), debió firmar unos veinte; aguantó a fans más nerviosas que las de Noguera y a dos chicas que, de repente, se le pusieron a cantar y a bailar algo que parecía que se habían inventado ellas, con letra que decía satibaaaaalmeeeees, santiiibaaaaalmeeeees, y así; él sonreía con esa cara que tiene siempre de entre estar muy preocupado y no saber dónde meterse. El cuarto era el MEDIATICAZO. La marabunta que tenía delante estaba nerviosa, algunos llevaban su nombre escrito en la frente, todos lo tocaban y le daban besos... ¿todos? ¡No! El niño al que sus padres llevaban en la silla de ruedas, no creo que lo tocara. Supongo -yo no lo veía, entre tanta gente- que si sus padres se lo pidieron, sería él, Espinosa, quien se sentara encima de la mesa y estirara las manos para darle un abrazo, que es lo que estaba haciendo con todo el mundo Víctor Amela, a quien yo tenía dos sillas más allá, hacia el otro lado de la mesa.
Noguera me contó que en otro Sant Jordi le tocó firmar al lado de Espinosa. Que todo el mundo que se le acercaba le contaba que su hijo, su amigo, su tío, su abuela estaban enfermos de cáncer; que se estaban muriendo o que se estaban curando; que toda la familia lo estaba pasando fatal y que sus libros, series y tal les ayudaban mucho. Lo contaba Noguera y luego hacíamos cálculos de cuántas horas seguidas puede aguantar un ser humano la cantinela estoy enfermo, estás enfermo, está enfermo, estamos enfermos, estáis enfermos, están enfermos, sin acabar poniéndose enfermo y mandándolo todo a la mierda. Proyecten ahora: cuántas horas seguidas puede aguantar un ser humano la cantinela te veo por la tele, la cantinela mi padre te vota, la cantinela mi abuelo está enterrado en una cuneta, la cantinela eres una víctima. Me das un beso, me das un abrazo, me hago una foto contigo.
No creo que reciban ni un sólo comentario como el que a mí me salió decirle a Joan Safont -autor cero mediático. ¿Saben quién es?-. Le dije: Creo que voy a aprender mucho con tu libro. O como el que le solté el otro día a José Luis Cuerda -que, miren, hace cine, pero mediático mediático, según esto que ahora quiere decir mediático, tampoco es-. Le dije: Me pensaba que el título de tu libro era por Robinson Crusoe, que lo primero que hace en la isla es amaestrar una cabra; ahora que has explicado que no, tengo ganas de volvérmelo a leer, pero entendiendo lo de la cabra desde tu perspectiva.
¿Ustedes creen que, de esta gente mediática, los que se crean escritores -que no creo que todos sean tan inconscientes- se encuentran con lectores que les hablan de sus obras como piezas de calidad literaria, como piezas que les abren puertas para aprender, para madurar intelectualmente? Yo no. ¿Ustedes creen que ellos mismos coquetean con la cosa de escribir con afán de calidad literaria, afán de abrirse puertas nuevas en su proceso intelectual? Yo tampoco.
¿Que se forran? Que se forren. Me parece muy bien. Cada loco con su tema.
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