dissabte, 4 d’octubre del 2014

A mí, cuando me hablaban del importante papel educativo que llevan a cabo los libreros, no se me ocurría que me estuvieran hablando de una cosa tan básica como esta: no ha habido una sola semana en los últimos seis meses que no hayamos tenido que explicar cómo funciona esto: la librería. Pero cómo funciona no de cómo llegan los libros hasta ahí, cómo se fabrican, qué margen tenemos, qué hacemos cuando se acaban... No. Cómo funcionan de para qué sirve este sitio. Ayer mismo, una señora: ¿compráis libros? No: los vendemos. Pero son libros... Son libros nuevos: usted entra, elige los que quiera, pasa por la caja, nosotros se los cobramos y usted se los lleva a casa. Otro día, otra señora: Si quiero un libro, ¿lo cojo y te lo doy? Si; y yo se lo cobro y se lo pongo en una bolsa: como en el súper. Otra duda recurrente: ¿Yo puedo entrar aquí y sentarme a leer un libro? Sí; un ratito, para ver si le gusta; y si sí, yo se lo cobro y se lo puede llevar a casa.

La idea las tiendas son para comprar cosas yo pensaba que estaba más clara, pensaba que era una cosa que se aprendía de pequeño, cuando tu madre te empezaba a decir: baja a comprar el pan y me traes el cambio, y a ti te gustaba y porque te hacía sentirte mayor; bueno, ahora somos mayores y ya, a lo mejor, es que no nos gusta tanto esto de comprar, porque el dinero que nos gastamos es nuestro. O a lo mejor es que no nos gustan los libros; igual para mirarlos sí, pero para llevárnoslos a casa y leerlos -pagando, encima- como que no.

Una librería no es una tienda de bicicletas.
¿Verdad que la gente, cuando entra a una tienda de bicicletas, no tiene ninguna duda de cómo funciona el sitio?, le pregunté un día al socio clavando mi pupila en su pupila verde. No, me respondió él, porque la gente, cuando entra en una tienda de bicicletas es porque quiere comprarse una bicicleta; cuando entra en una librería, no sabe si quiere un libro... O, seguramente, sabe que no lo quiere, pensé yo, pero les han educado para hacer como que sí: gracias, campañas de fomento de la lectura. Leer es guay, leer es como viajar... Quizás deberían haber empezado por leer es como comprarte un libro; tanto disfrazar la publicidad de conceptos etéreos que van sobre ser o no felices en la vida: uno puede estar mucho más triste que ayer después de haberse leído a tal y puede ser mucho más tonto que ayer después de haberse leído a cual (pregunten en la librería Europa o échenle un vistazo a la web del sello editorial que publica a Coelho). Así que, si saben que no lo quieren, por qué entran al sitio donde se lo van a vender; pues porque organizan actividades para pasar la tarde, por ejemplo.

Una librería no es un centro cívico.
Ah, tenéis un piano, ¿puedo venir a hacer un concierto? Solo hacemos cosas relacionadas con la literatura. Bueno, también escribo poesía. ¿Tienes algo publicado? No. ¿Nada que podamos vender aquí? Ah, ya lo entiendo. Sí, porque esto es una tienda (da capo al principio de esta entrada). No cobramos entrada a los actos que organizamos. Ayer se nos pasaba por la cabeza dejar entrar solo a la gente que comprara el libro en torno al cual organizábamos la actividad de turno o a quien nos enseñara el tiquet de alguna compra que ya hubiera hecho aquí: no podemos; eso implicaría cerrar la librería durante un par de horas: el escenario está integrado en la nave donde tenemos la poesía, la narrativa, el ensayo histórico y filosófico, la segunda mano y los clásicos. No podemos cerrar dos horas en el momento de la máxima afluencia habitual para organizar algo a lo que, si normalmente vendrían unos diez, con exigencia de compra vendrían unos tres.

¿Y por qué no cobráis a quien quiera utilizar el espacio para montar un concierto o una representación teatral o la entrega de un premio? Porque no queremos ser un espacio-contenedor; porque si empezamos a alquilarnos, cuando apriete la ruina, acabaríamos vendiéndonos al mejor postor. Y vete tú a saber.

Hay una cosa que hemos comprobado que funciona: organizar actos que atraigan a lectores; a lectores de verdad: aquellos que vienen a escuchar a gente que habla de literatura; aquellos que vienen a escuchar hablar de la Matute, por ejemplo, que ya se la han leído entera, y que cuando acaba la charla sobre ella, se dan una vuelta y salen con tres libros de tres autores que no se han mencionado en la conversación. Porque la Matute les gusta y por eso han venido, pero sobre todo lo que les gusta es leer. Quieren la bicicleta y por eso han entrado a la tienda. El problema, en estos casos, suele ser de otro cariz. Si haces actos literarios, viene mucha gente del sector. La gente del sector no compra libros. La gente del sector, ve que un día reúnes a cuatro escritores para hablar de un quinto escritor, y antes que por sus libros, te preguntan por si habrá vermut o se alegran mucho porque van a conocer en persona a fulanito o a menganito. No vivimos de vender vermut, no vivimos de que usted pueda contar un día que conoció a fulanito de tal, es más, fulanito de tal puede vivir tranquilamente sin conocerle a usted; no vivirá tan tranquilamente en cambio si usted no compra su libro. Nosotros tampoco: si usted no compra su libro, no habrá vermut y no habrá fulanito de tal; usted seguirá viviendo tan tranquilo, seguramente, y nosotros, entonces sí, nos buscaremos un trabajo de vender vermuts.

Una librería es una tienda.
Ojalá fuera un bar: nadie entra en un bar sin la intención de tomarse nada, ¿por qué a las librerías sí? (da capo a los libros son guays). En fin, piénsenlo, ténganlo en cuenta. Cuando vean promocionada (sin permiso) alguna actividad en una librería en una de esas cuentas de twitter del tipo "Barcelona gratis", "Ocio por menos de cuatro euros", piensen que no; que no hay libros gratis como dicen las primeras y que las ediciones de bolsillo valen más o menos el doble de lo que dicen las segundas. Y que si vienen reiteradamente por aquí a darse una vuelta o a toquetearlo todo para acabar yéndose sin pasar nunca por caja, esta que escribe -que ha sido también dependienta de una tienda de ropa- les va a acabar mirando muy mal.

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