dissabte, 7 de desembre del 2013



(Presentación Desorden púbico. Laie CCCB. Dempeus. 5 de diciembre)


Ave María Purísima.
Gracias por venir a todos; gracias gente de Malpaso por invitarnos; gracias, Damià, por acogernos.

Leo:
Sobre las 16.30h., Gorka Ovejero, Julio Martín Villanueva, Ibon García y Mikel Álvarez se levantaron de sus asientos junto con otras cuatro personas del público y bajaron las escaleras en dirección al escenario, donde se encontraban los participantes de la reunión, entre ellos, la señora Barcina Angulo.

Gorka Ovejero, cuando estuvo al lado de la señora Barcina, sacó de la carpeta que llevaba una tarta y se la estampó con fuerza en la cara. Inmediatamente, Julio Martín Villanueva, que también se había aproximado a ella desde el lado contrario, hizo lo mismo dándole con otra tarta en la cabeza cuando ésta se agachaba, tratando de protegerse tras el primer impacto. Instantes después Ibon García, que se había aproximado por detrás, hizo lo mismo con otra tarta, estrellándosela en la cabeza.


Esto pasó en 2011. Hace unos días se ha celebrado el juicio por el que se ha condenado a los tres a dos años de cárcel por "DELITO DE ATENTADO".

Evidentemente, esto no pasó en Rusia.
Esto pasó en Toulouse, el juicio se ha celebrado en Madrid y los acusados son Navarros. Yolanda Barcina es la presidenta del Gobierno de Navarra, antes había sido durante muchos años alcaldesa de Pamplona.

Os cuento todo esto porque quiero que sintáis lo que explica el libro de manera cercana en el espacio, que es la manera más básica, por lo material, de sentir cercanas las cosas, sin tener que hacer ejercicios de abstracción que lo acabarían acercando definitivamente; un ejercicio de abstracción que podría ser por ejemplo el ponernos a discutir en base a estos hechos sobre qué es delito y qué no es delito, y llegaríamos seguramente a las mismas conclusiones tanto en Rusia como aquí.

Tirarle una tarta a alguien a la cara no es delito; ponerse una minifalda y subirse a cantar a un altar tampoco lo es; estar en contra del trazado del TGV, que es por lo que estos tres navarros protestaban, no debería ser ilegal; pedir la dimisión del presidente del país, que es lo que pedían las Pussy Riot con su performance en la catedral de Moscú, tampoco debería serlo.

Lo que pasa en los dos casos es que hay alguien que, abusando de su autoridad decide que tirar una tarta, subirse a un altar sí es delito.

Las Pussy Riot subieron a ese altar en febrero de 2012. Cantaron una canción en la que pedían a la virgen dos cosas: una, que se hiciera feminista, y dos, que Putin desapareciera. Fueron detenidas por desorden público. Pasaron una temporada en la cárcel antes de que se las juzgara. Durante ese tiempo, la acusación, que era el Estado y que era la Iglesia ortodoxa, elaboró un discurso que quería demostrar que aquello que habían hecho no era simplemente una falta de respeto sino un atentado que merecía un castigo de dos años de prisión (llegaron a pedir hasta cinco).

Hay entrevistas con Putin refiriéndose al tema, en las que insiste que la cosa no tenía nada que ver con él (la letra de la canción que se interpretó en aquel altar decía textualmente: Virgen María, madre de Dios, llévate a Putin, llévate a Putin, llévate a Putin) sino que formaba parte de un plan para destruir a la Iglesia ortodoxa y al Estado entero. Hay una entrevista en la que incluso llega a escudarse en la defensa de la memoria histórica, llegando a comparar la performance con la destrucción -literal- de la misma catedral en la que actuaron, que fue tirada abajo en 1917 por la policía comunista antirreligiosa y que, tras la caída del comunismo, fue reconstruida.

La Iglesia ortodoxa no tardó en apuntarse al carro de la criminalización de las chicas. Hay un reportaje de la BBC, que está colgado en el Youtube, que se titula "Pussy Riot, a Punk Prayer", en el que puede verse la oración masiva-manifestación que los popes de la iglesia organizaron en contra del colectivo. El documental incluye declaraciones de algunos participantes que, literalmente, reproducen las consignas de Putin; algunos, los más sueltos, no dudan en decir cosas como que (cito) están haciendo lo que los bolcheviques hicieron en los años 20 y 30. Por supuesto, ha habido manifestaciones masivas en su favor; éstas sí, las de la Iglesia no, claro, han sido reprimidas contundentemente por la policía.

En medio de este panorama, llegó el juicio. Les cayeron dos años de prisión a cada una. Las acusaciones fueron todas en la línea de quien está juzgando a alguien que realmente había atentado contra el estado y contra la dignidad de las personas. Ellas llegan a disculparse en el caso de haber ofendido a alguien e incluso admiten que no fue buena idea hacer aquello en la catedral, y no paran de repetir, en su defensa, cuál era su único objetivo: poner en relevancia cómo Putin está acabando con la libertad en Rusia, y cómo la Iglesia le apoya abiertamente.

Las Pussy Riot se definen como un colectivo ruso feminista. Yo creo, y esto es opinión, que tanto lo de ruso como lo de feminista se les queda corto en este caso; que lo de las Pussy Riot deja atrás fronteras y deja atrás géneros. Que están hablando -defendiendo- algo mucho más grande.

Las Pussy Riot están haciendo un papel que cada vez más tiene pinta de ser necesario a nivel internacional: el papel de ciudadanas que marcan al poder, que le muestran y denuncian sus excesos. Es un papel que últimamente se está revelando como muy importante; imprescindible, en Rusia y aquí mismo: si le echan un vistazo, por ejemplo, al proyecto de ley de protección de la seguridad ciudadana que ya ha pasado la primera criba del congreso de aquí, ya les digo que querrán salir corriendo a comprarse, como mínimo un pasamontañas.

Por todo esto, creo que toda esta historia que nos cuenta este libro, que incluye textos en los que las tres encarceladas explican la performance, quiénes son, qué se han encontrado en la cárcel; poemas suyos, letras de canciones y extractos de declaraciones de testigos de su juicio, no hay que verla como una cosa que ha pasado lejos, sino como algo que nos concierne a todos. Por eso es importante leerlo, porque las cosas no pasan de un día para otro, porque aunque no sepamos hacia dónde vamos a ir, hay que, al menos, tener clara la posibilidad para poder al menos intentar frenarla.

Esta mañana, acabando de preparar este texto, me he dado cuenta de que ahora voy a acabar reproduciendo la misma estructura del final del libro. El libro acaba con los alegatos que las tres acusadas hicieron al finalizar el juicio y con un epílogo de cartas de artistas internacionales -Yoko Ono, Le Tigre y otros- con las que se posicionan a su favor y animan a la comunidad internacional a hacerlo también. Yo ahora les voy a leer un fragmento del alegato que Masha Alyokhina, una de las tres condenadas, leyó en el juicio, y luego veremos la actuacín, el epilogo, de nuestras artistas internacionales particulares, Les Sueques.

Ya veréis que el alegato de Masha habla de cosas también que os sonarán muy familiares. Dice así:

Hoy por hoy, me parece sorprendente que en nuestro país necesitemos el apoyo de varios miles de personas para poner fin al despotismo de uno solo o unos pocos burócratas. Y me gustaría destacar que nuestro juicio es una confirmación muy evidente de que necesitamos el apoyo de miles de personas de todo el mundo para demostrar lo obvio: que ninguna de las tres es culpable. No somos culpables y el mundo entero así lo dice. El mundo entero lo dice en conciertos, el mundo entero lo dice en internet, el mundo entero lo dice en la prensa. Y también lo dicen en el Parlamento. El primer ministro de Inglaterra no saluda a nuestro presidente con palabras sobre los Juegos Olímpicos, sino con la pregunta ¿Por qué hay tres mujeres inocentes en la cárcel?". Es una vergüenza.

Pero más sorprendente aún me parece que la gente no crea en su capacidad para influir sobre el régimen. Durante los piquetes y las manifestaciones, mientras recogía firmas y organizaba peticiones, muchas personas me preguntaban por qué les iba a tener que preocupar o interesar a ellas aquel trocito de bosque de la región de Krasnodar, ¿por qué les iba a preocupar que la esposa del primer ministro Dmitri Medvédev quiere construirse una residencia oficial allí y destruir la única reserva de enerbors de rusia? Esta es otra confirmación más de que la gente ha perdido la noción de que este país nos pertenece a nosotros, sus ciudadanos. Y es que las personas han dejado de concebirse a sí mismas como ciudadanas. Por el contrario, se conciben como simples masas de autómatas. No sienten que el bosque les pertenezca, aunque esté pegado a sus casas. Dudo incluso que alberguen algún sentimiento de propiedad con respecto a sus propias casas. De hecho, si un día apareciera alguien con una excavadora frente a su porche y les dijera que tienen que desalojar la casa, esta gente recogería obedientemente sus pertenencias y se iría a la calle. Y allí se quedarían hasta que el régimen les dijera qué hacer. Es muy triste, pero estas personas están totalmente indefensas. Y tras pasar casi un año en prisión, me he percatado de que la cárcel no es más que una Rusia en miniatura.

Les Sueques.


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