La mente del monstruo.
Se le entiende mejor, que no quiere decir que sea más bonito, si uno se lo imagina un ratito antes de meterse en la cama, arrodillado, codos clavados en el edredón y frente apoyada en los nudillos; humilde pero confiado; autosugestionado de una magnitud de su obra comparable sólo a la de aquél a quien en ese momento cree su interlocutor; encarado hacia el suelo pero sin mirar abajo, que para eso está dirigiendo la oración hacia arriba. Cree que tiene línea directa con Dios, cree que los que gritan en la calle no entienden nada; se cree hasta cordero, y en sus momentos más heroicos seguro que ha llegado hasta a fantasear con su propio sacrificio.
Ayer Gallardón se debió de pegar el jesusito de mi vida de su vida.
Y debió de irse a dormir con una paz de espíritu insuperable.
Bueno. ¿Están ustedes tan horrorizados como yo?
Tanto, sí
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