Lo de estas elecciones ha acabado siendo como esas quinielas complicadísimas, de las de con muchas variantes, que decía mi abuelo. Como la columna de la apuesta que cada semana nos dejaba rellenar a nosotros.
Solía hacerlas de dos: la que él completaba tras mucha concentración y cálculo -que si este juega en casa, que si estos tienen a fulanito lesionao- y la que nos hacía cantarle a nosotros tres: Isabel (e Isabel: equis) Javier (y Javier: dos), Nuria (y Nuria: uno), y vuelta a empezar.
Lo decíamos al tuntún nuestro y luego, avances técnicos, al tuntún del dado quinielístico con el que alguien de la familia apareció un día; dado que nos tuvo anonadados unas cuantas tardes de domingo, y de lunes y de martes; tardes de tirar el dado sin juego de por medio. O de jugar por jugar, sin ninguna quiniela detrás.
Eso es lo que ha acabado siendo estas elecciones: un hacer el gesto, pero no tirar el palo y, ahora, el perro a correr y, ahora, el perro a frenar en seco y a dar unas cuantas vueltas con cara de tonto para acabar mirando interrogante al amo, que acaba a su vez sintiéndose un poco mal.
Han sido un timo estas elecciones: Votantes de izquierda, hay que pactar con la derecha ahora; votantes de derecha, lo mismo pero al revés.
Tan timo estas elecciones que, para salvar los trastos, quieren hacérnoslas ver como el referendum que no han sido: Ese que precisamente los dueños de la quiniela nunca van a querer ver.
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