Caigo en la cuenta, espantado, de que estoy tuberculoso. Tengo que ocultar esta enfermedad intempestiva que me haría aún más popular en todas las chozas de Europa. Las arias jovencitas hallarían en sí una vocación de santa Blandina al verse ante un hombre joven, rico , desesperado, guapo y tuberculoso. Para desalentar a personas de buena voluntad les repito a los periodistas que soy JUDÍO. Por lo tanto, solo me interesan el dinero y la lujuria. A la gente le parezco muy fotogénico: haré muecas infames, me pondré caretas de orangután y me propongo ser ese arquetipo de judío que los arios acudían a ver, allá por 1941 a la exposición zoológica del palacio Berlitz. Les traigo recuerdos a Rabatête y a Bardamu. Sus artículos lujuriosos me compensan de las molestias que me tomo. Por desgracia, ya no lee nadie a esos dos autores. Las revistas de la buena sociedad y la prensa del corazón se empeñan en elogiarme: soy un joven heredero encantador y original. ¿Judío? Como Jesucristo y Albert Einstein. ¿Pasa algo? Sin saber ya a qué recurrir, compro un yate, El Sanedrín, y lo convierto en burdel de lujo. Lo anclo en Montecarlo, en Cannes, en La Baule, en Deauville. Tres altavoces en cada mástil difinden los textos del doctor Bardamu y de Rabatête, mis relaciones públicas favoritos: sí, estoy al frente del contubernio mundial judío a golpe de orgías y de millones. Sí, la guerra de 1939 la declararon por mi culpa. Sí, soy algo así como un Barba Azul, un antropófago que se come a las arias jovencitas después de violarlas. Sí, sueño con arruinar a todos los labriegos franceses y que se vuelva judía toda la comarca del Cantal.
No tardo en cansarme de tanta gesticulación. Me retiro, en compañía del fiel Des Essarts, al Hotel Trianon de Versalles para leer a Saint-Simon. Mi madre se preocupa porque tengo muy mala cara. Le prometo que escribiré una tragicomedia en la que tendrá el papel principal. Luego, la tuberculosis me consumirá tranquilamente. También podría suicidarme. Me lo pienso bien y decido que no tendré un final airoso. Me compararían con el Aguilucho o con Werther.
El lugar de la estrella. Trilogía de la ocupación. Patrick Modiano (Anagrama).
Brutal!!
ResponEliminaPíllatelo, Panti. Es genial, genial, genial. Mira otro trozo:
ResponElimina"Cruzamos del brazo la plaza de Vendôme. Mi padre cantaba fragmentos de 'Bagatelas para una matanza' con hermosa voz de bajo. Yo me acordaba de las malas lecturas de mi infancia. Sobre todo de aquella serie de 'Cómo matar al propio padre', de André Breton y Jean-Paul Sartre. (...) Le apreté con más fuerza el brazo a mi padre. No teníamos diferencias. ¿Verdad que no, chicarrón? ¿Cómo iba yo a poder matarlo? Si le tengo cariño".