Si acompaño al día a una media de tres señores (y a sus señoras, que van al ladito a modo de consejerasasesoras con voz y voto y hasta posesión de la última palabra) a probarse pantalones, de los tres, no exagero si digo que dos salen con la bragueta abierta.
La pose de salir del probador con los pantalones con la etiqueta aún colgando varía entre:
a) (los pantalones son de su talla) jersey arremangao por delante, manos agarrándose el culo por detrás, mirada fija en la señora. La señora inmediatamente mete dos dedos por la cinturilla, a la altura del botón, y da dos tironcitos mientras pronuncia las palabras 'son de tu talla, date la vuelta'.
b) (los pantalones les van grandes) jersey arremangao por delante, pulgares tirando de la cintura, evidenciando lo que les sobra de perímetro de pantalón, mirada fija en la señora. La señora, sin meter los dedos en ninguna parte, me mira y yo cooooorro a buscar una talla menos.
Si los pantalones son pequeños, no hay pose: desde dentro del vestidor se oye al señor decir 'son pequeños'. La señora me mira y yo coooorro a buscar una talla más.
Pero volvamos al tema de la bragueta. El 100% de los señores que salen del probador, salen con la mirada fija en la señora. El 66,6666% de estos, llevan la bragueta abierta. La señora, lo primero que hace es verlo y susurrar 'la bragueta', ellos se la miran, se la suben y vuelven a mirar a la señora esperando el veredicto.
Ahora podría soltar aquí una perorata sobre esposas-madre (la bragueta, ponte bien el cuello, no te lo ates hasta arriba, este para el pantalón beige, te hace bolsas, tienes que adelgazar...), pero me da pereza. Usen esta entrada como complemento de la de ayer: ellas, chantaje emocional, dime que me quieres o me pongo de morros; ellos, acaba tú de vestirme, dime que soy un desastre, piensa qué sería de mí sin ti, que no sé ni combinar unos pantalones con unos zapatos.
Tiene que haber otro mundo. Y si no, hay que inventárselo, pero rapidito, por aquello de luchar contra la imbecilidad (especialmente la de base), en serio.
Claro, pero es que, igual, la cosa viene de antes.
ResponElimina¿Por qué se compra ropa un hombre? Presumidos somos pocos y, para la mayoría, la compra empieza en casa: te has de comprar unos pantalones nuevos, que ésos que llevas siempre dan asco... Y los pobres ya llegan a la tienda derrotados. De ahí la bragueta, bandera blanca de la (in)dignidad.
Algunos nos compramos ropa porque queremos nosotros, pero necesitamos consejo, una mirada más o menos objetiva que nos diga, si es posible con cariño: si, muy bonito, pero no es para tí.
En mi caso, desde la jubilación de Esteve Miró, uno de los mejores, si no el mejor, sastre, vendedor de ropa y asesor de imagen todo en uno que ha dado esta ciudad, voy algo perdido y así me luce. Un día de estos hasta es posible que una dependienta astuta me coloque unos pantalones sin pinzas. Y yo tan contento.
Hay casos, querida, en que la rendición es una victoria... mejor, una sinecura.
ResponEliminaDos comentarios de dos señores hechos y derechos que hablan, uno de banderas blancas, y, el otro, de rendiciones. Han conseguido dejarme pensando que voy a tener que ser yo quien me rinda en mi empeño de buscarme a alguien que no me vea como alguien ante quien rendirse o claudicar o las dos cosas.
ResponEliminaQué cruz. Porca miseria.
Felicísimo año a los dos, por cierto.