dilluns, 24 d’octubre del 2011

Hay una cosa que me da un vértigo total: pensar que el mundo está lleno de individuos que tienen el pensamiento ocupado, como si fuera lo más importante, por cosas que para el resto de la humanidad tienen importancia cero, que seguramente ni siquiera conocen.

Por ejemplo, imagínense: una persona acaba de escribir un libro. Es una persona nerviosa, a quien no le gusta hablar en público. Acaba de pasarse un año o dos encerrada escribiendo una historia que nadie aún ha leído, una historia que se ha inventado ella. Lleva un año pensando tramas, personajes, ubicaciones, contando sílabas, eliminando rimas internas, tachando palabras para cambiarlas por otras... Ahora falta una semana para la presentación, en la que tiene que hablar durante casi una hora de la historia que ha ocupado su pensamiento casi full time, ante una audiencia que no sabe de qué va la cosa. Esta semana que tiene por delante, se la pasará haciendo croquis, tarjetas, esquemas, pensando cosas que sí o sí tiene que decir, intentando anticiparse a posibles preguntas, invitando a gente... Llega el día de la presentación y se encuentra con un público de veinte personas (no está mal) que han venido directas de sus trabajos, de sus casas, de recoger a los niños del colegio. A algunos les interesa el tema o eso creen, tampoco saben muy bien de qué va; a otros les hace gracia ver en persona al autor, que sale por la tele de vez en cuando, aunque lleva uno o dos años sin salir (o precisamente por eso); a otros, les va de camino y les sirve para llenar la horita muerta que tienen entre la salida de la oficina y la cena con los colegas. Nadie pregunta nada, bueno sí, una señora pregunta una tontería: pregunta por qué el protagonista es un hombre y no una mujer, por ejemplo, que es un dato que tiene porque el autor o el editor, no me acuerdo, ha dicho un par de veces 'el protagonista'. Dos se acercan al final, ejemplar en mano, para que se lo firme: uno lo quiere a su nombre y el otro, para su hija, que es muy fan, es su cumpleaños y no ha podido venir.

Fin.

Uno o dos años de trabajo, de pensar full time en lo mismo, de vivir para eso. Imprenta, presentación, librerías, con un poco de suerte, alguna entrevista en alguna radio o televisión, alguna crítica en los diarios y fin. Ya está. A pensar en otra cosa.

Y eso en el caso de un libro, que acaba siendo una cosa pública, que acaba alargando la vida unas horitas más en el sofá de algún lector; que acaba, puede ser, generando un pequeño debate entre dos lectores en la mesa de un bar; o que acaba dando pie a un par de presentaciones más, otra vez ante gente que pasaba por allí, que quitarán el sueño al autor un par de semanas más. Pero ya está: uno o dos años y fin.

Imagínense que se trata de una cosa más privada. Imagínense que se han peleado con un amigo o que les ha dejado el novio o que a su hija la tienen que operar de apendicitis, se le infecta la cosa y tiene que quedarse una semana en el hospital. Imagínense que se pegan unos días con ese hecho moscardón concreto zumbando en su cerebro, que esos días comen peor, duermen peor, no rinden nada en el trabajo, están de mal humor con todo el mundo, que, en fin, pierden un tiempo precioso que para lo único que les sirve es para forjarse una personalidad un poquito más gruñona, más desconfiada, más de que todo les caiga a contrapelo. Personalidad esta suya que nadie acabará de entender porque, total, todo el mundo se pelea alguna vez con un amigo, aquel novio era un impresentable y estás mejor sin él y un apendicitis es la cosa más vanal de las cosas vanales que se tratan en los hospitales. Y usted, cascarrabias perdida durante unos días y luego, en menor medida, un poquito más arisca y más a la defensiva de lo que solía ser.

Realmente, hay cosas que no sirven para nada bueno. Realmente, el individuo está solo, solo, solo. Y los otros, que también están solos, solos, solos, están pensando en otras cosas que nadie más piensa con ellos.

Supongo que por eso sienta bien encontrarse con que alguien te acompaña un rato: no que vive lo que tú has vivido de la misma manera en que lo has vivido tú, sino que simplemente conoce lo que has vivido y sabe cómo te ha cambiado. Creo que todo más o menos, dentro de la soledad, consiste en eso.

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