Si Mario Vargas Llosa fuera como yo, hace treinta años se habría cagado en el día en que se metió en el embolao de aceptar la propuesta de una editorial de escribir los prólogos de los 25 títulos de su nueva entonces colección de narrativa del siglo XX. Eso es lo primero que he pensado cuando esta tarde he cogido el Dublineses de James Joyce de esa colección que les decía y me he encontrado (no me acordaba) con que Vargas Llosa firma el prólogo.
Lo segundo que he pensado es que Mario Vargas Llosa no es para nada como yo.
Y lo tercero que he pensado, cuando he visto que el prólogo estaba fechado un 17 de noviembre y, cuando he visto también que en una de las fotos que incluye esa edición, Joyce tiene una mirada que me recuerda muchísimo a la de mi amigo Iñaki, es en cómo hay cosas (y personas) que nada más aparecer, por tres detalles tontos como éstos, te dan la impresión de que encajan a la perfección en ese momento de tu vida y te acaban de convencer de que se tienen que quedar.
He cogido Dublineses esta tarde porque estaba aburrida, lo tenía en la estantería al alcance de la mano y estos últimos días, hemos hablado de este libro en el trabajo. Sin más. Cuando he llegado al final del prólogo, sólo por haber visto la foto, la firma y la fecha del prólogo, ya estaba convencida de que no iba a levantar el culo del sofá hasta la hora de la cena. Ahí tienen un ejemplo: tres datos del libro, ajenos en realidad a las historias que se cuentan en el libro, y el libro debía quedarse conmigo.
Bueno, todo esto de antes es un desvarío mío. Yo en realidad quería hablar de Mario Vargas Llosa.
Si tienen alguna duda sobre si Vargas Llosa se merecía o no el Nobel de literatura, lo único que tienen que hacer es conseguir una edición de La ciudad y los perros (por decir alguno) y ponerse poquito a poquito a leer desde la primera página. No piensen en lo que saben de Vargas Llosa, simplemente, pónganse a leer. Que no se les vaya la cabeza pensando si Vargas Llosa se cagó en todo cuando se dio cuenta de que no era uno, no, eran 25 los prólogos que tenía que escribir; o recordando aquel discurso suyo de político en balcón; o ni siquiera pensando en el repiqueteo de su máquina de escribir, si tomaría café entre desplazamiento y desplazamiento de carro...
Pensar que lo que hacía o dejaba de hacer; lo que pensaba o dejaba de pensar políticamente Mario Vargas Llosa mientras escribía La ciudad y los perros o cualquier otra, enturbia o llega a colarse de alguna manera en su literatura, es una gilipollez. Ése es el gran rasgo de la literatura impecable de Mario Vargas Llosa. Ése es el gran rasgo de la literatura por la literatura. Lo demás es literatura comercial, literatura denuncia, literatura de "mira qué listo soy" o de "mira cuántas cosas sé".
Así que no piensen en todo eso mientras leen pero no se olviden tampoco de que Mario Vargas Llosa no se ha privado de hacer nada de todo eso que ha hecho (amar, meterse en política, viajar...) además de escribir.
Por todo esto pienso que es merecidísimo el Nobel que le han dado a Mario Vargas Llosa.
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