Miren qué cosa más demagógicamente poco aceptable me ha pasado viniendo a casa:
He pasado por tres paradas de Bicing y las tres estaban vacías. Me he echado a andar, ya más decididamente (decididamente, iba a hacer todo el camino a pie) y he visto pasar a una persona en bici. Me he quedado mirándola con envidia. No pensaba en nada; sólo miraba y veía rojo, blanco, ruedas. La bici ha pasado y el primer pensamiento posterior medianamente consistente ha sido: acabo de ser un niño pobre.
Después he caído en que yo nunca fui una niña pobre. Y, un rato después, he concluído que niño pobre no se nace, se hace. Por comparación, además.
Luego he visto en la puerta de un banco a una señora sentada en el suelo, despatarrada, partiéndose de la risa, empuñando una bocina a dos manos, haciéndola sonar a base de golpearla contra el suelo, entre las piernas, una y otra vez. Protestaba porque era pobre y se lo pasaba bomba. Y he pensado en los niños tontos. Pero de eso ya les hablaré otro día.
dijous, 30 de maig del 2013
dimecres, 22 de maig del 2013
La tele brilla tanto por su ausencia en mi casa que, el día que compré el sofá, no supe a qué encararlo; y va ayer y pasan dos cosas que, de haberlas tenido en cuenta el día que decidí que no, habría sido que sí y ahora, seguramente, tendría un plasmote colgado en la pared, el sofá mucho más claramente orientado.
Ayer resucitaron a dos muertos y uno resultó estar en mucho mejor estado. Y no era por lo que hacían o aparentaban, era por lo que les sobrepasaba, por la cosa de tener un mundo que no estuviera acabado ya. Aznar, el primero, pasó por Antena 3 en forma de entrevista, haciendo el parche, negando, taponando y presentándose como la capa de pintura, rancia, que le hacía falta a este viejo barco. Pujol, el segundo, por tv3, como Historia; como reportaje de pasado que hablaba mucho más de futuro.
Y era una cuestión de tiempo e Historia, la que proponían los dos, sólo que el primero miraba hacia adelante con gesto de romper con pasado y presente. Negó el presente negando a Rajoy. Dijo que sólo se habían visto un día y que, como todos comprenderíamos, habían ido al grano -palabras amables cero-. Negó hasta el rey actual: cada vez que decía que, en el pasado, había hecho cosas buenas, servidora pensaba que no se refería a éste de hoy, que estaba tirando más bien de cuando la reconquista o así; después, cuando pitonisaba sobre lo que haría de bueno en el futuro, una, a éste, lo daba ya por muerto. Rompía tanto con el pasado Aznar, que hasta olvidaba que el pasado era él. Rompió tanto con el presente también, que no dudó en reconocer que en la boda de su hija faltaban luces.
A Pujol, en cambio, media hora más tarde, en tv3, lo andaban presentando como puente franco. Y he aquí la diferencia: mientras el primero andaba capeando, navegando lejos, haciendo como que su zodiac no estaba del todo perforada, moviendo los brazos diciendo 'eh, aquí, que ya vengo a salvaros'; el segundo se presentaba como puente directo con un pasado del que se enorgullecía. Iba moviendo también los brazos Pujol, pero lo suyo era para espantarse tamaña presencia; el puente sabe que lo importante es una orilla y la otra orilla, y que de la parte del medio, lo que importa es el río. Que si el río, entre medio, te pega una paliza, tu responsabilidad queda prácticamente reducida a manterner la vida, decía, y que más te vale, ya que vas a seguir viviendo, salvar un poquito el honor, decía también.
El honor es lo que no puede salvar Aznar, porque el honor de Aznar es el honor del yo y no el del país. El honor es lo que no ha salvado Aznar porque no tiene país, no tiene yo, más o menos limpio del que hablar. Y aunque, volviendo a los puentes, nunca hay que olvidar el río, aunque el río que Pujol intenta salvar tampoco baja precisamente limpio, ahora, sabiendo que la orilla que dejamos atrás tenía tanto sentido, podemos pensar, o aunque sea sólo imaginar, que también lo tendrá la que vendrá.
Así es como se construye la historia; así es como, a Pujol, la historia le está construyendo el yo.
Ayer resucitaron a dos muertos y uno resultó estar en mucho mejor estado. Y no era por lo que hacían o aparentaban, era por lo que les sobrepasaba, por la cosa de tener un mundo que no estuviera acabado ya. Aznar, el primero, pasó por Antena 3 en forma de entrevista, haciendo el parche, negando, taponando y presentándose como la capa de pintura, rancia, que le hacía falta a este viejo barco. Pujol, el segundo, por tv3, como Historia; como reportaje de pasado que hablaba mucho más de futuro.
Y era una cuestión de tiempo e Historia, la que proponían los dos, sólo que el primero miraba hacia adelante con gesto de romper con pasado y presente. Negó el presente negando a Rajoy. Dijo que sólo se habían visto un día y que, como todos comprenderíamos, habían ido al grano -palabras amables cero-. Negó hasta el rey actual: cada vez que decía que, en el pasado, había hecho cosas buenas, servidora pensaba que no se refería a éste de hoy, que estaba tirando más bien de cuando la reconquista o así; después, cuando pitonisaba sobre lo que haría de bueno en el futuro, una, a éste, lo daba ya por muerto. Rompía tanto con el pasado Aznar, que hasta olvidaba que el pasado era él. Rompió tanto con el presente también, que no dudó en reconocer que en la boda de su hija faltaban luces.
A Pujol, en cambio, media hora más tarde, en tv3, lo andaban presentando como puente franco. Y he aquí la diferencia: mientras el primero andaba capeando, navegando lejos, haciendo como que su zodiac no estaba del todo perforada, moviendo los brazos diciendo 'eh, aquí, que ya vengo a salvaros'; el segundo se presentaba como puente directo con un pasado del que se enorgullecía. Iba moviendo también los brazos Pujol, pero lo suyo era para espantarse tamaña presencia; el puente sabe que lo importante es una orilla y la otra orilla, y que de la parte del medio, lo que importa es el río. Que si el río, entre medio, te pega una paliza, tu responsabilidad queda prácticamente reducida a manterner la vida, decía, y que más te vale, ya que vas a seguir viviendo, salvar un poquito el honor, decía también.
El honor es lo que no puede salvar Aznar, porque el honor de Aznar es el honor del yo y no el del país. El honor es lo que no ha salvado Aznar porque no tiene país, no tiene yo, más o menos limpio del que hablar. Y aunque, volviendo a los puentes, nunca hay que olvidar el río, aunque el río que Pujol intenta salvar tampoco baja precisamente limpio, ahora, sabiendo que la orilla que dejamos atrás tenía tanto sentido, podemos pensar, o aunque sea sólo imaginar, que también lo tendrá la que vendrá.
Así es como se construye la historia; así es como, a Pujol, la historia le está construyendo el yo.
dimarts, 21 de maig del 2013
El otro día vi que Mamma Roma estaba programada en el ciclo que estos días la Filmoteca le dedica a Pasolini, pensé que qué bien porque no la había visto y, como para impaciencia la mía y como soy tan mala espectadora de cine que por pura ansia por la historia tengo el miramiento ninguno de sacrificar formato y lo que haga falta, me la miré en Filmin esa misma tarde.
Lloré mucho, se me quedó muy mal cuerpo, salí a tomar una cerveza en estado de desesperación bastante acuciante y no conseguí dormirme hasta las cuatro de la madrugada.
Días después, para mi sorpresa, me di cuenta de que iba por la vida sacando a la primera de cambio el tema de haber visto la película, y sin poder parar de hacer comentarios al respecto del tipo "qué maravilla", "qué barbaridad", "qué gusto".
Y aún más días después, cuando por fin ha llegado el momento aquel maravilloso en el cual el arte, por eso es arte, encaja dentro de la teoría sobre la vida, sobre el trabajo y sobre las maneras de hacer bien las cosas, que uno se va montando en la cabeza a lo largo de la misma suya propia, me ha dado por poner Mamma Roma a renglón seguido de aquello que contaba José Luis Cuerda el otro día en Pequod; aquello de cómo, una vez que andaba escribiendo un guión con Rafael Azcona, cuando él le propuso poner a la protagonista, después de un momento de gran dramatismo, llorando, con la espalda apoyada contra una puerta que acababa de cerrar de malas maneras, Azcona le espetó: '¡¡Una mierda!! ¡¡El corazón es una cosa privada y tú no tienes ningún derecho de decirle a la gente cuándo tiene que llorar!!'
Y, una cosa lleva a la otra, me ha dado por ponerla también en el polo opuesto a ese fiasco monumental trieriano que fue Bailar en la oscuridad -lloren aquí, dando saltitos en el tren; lloren allá, cantándole al conducto del aire de la celda-, igual que tengo puesto al Lost in Translation de la niñísima en las antípodas de la magistral In the Mood for Love.
Vayan a ver Mamma Roma esta tarde si no lo han hecho ya. Si están atentos, van a aprender muchas más cosas de las que se esperan. Van a ser personas mucho menos simples, mucho más exigentes; no van a volver a conformarse con historias lacrimógenas de huerfanitos o de niños en campos de concentración, se lo van a pensar tres o cuatro veces más a la hora de ir por la vida reclamando premios, comprando libros, yendo al cine. Y, lo más importante: nadie va a poder volver a decirles cuándo tienen que ponerse a llorar. Y esta última, se lo juro, es una de las más grandes formas de libertad.
Lloré mucho, se me quedó muy mal cuerpo, salí a tomar una cerveza en estado de desesperación bastante acuciante y no conseguí dormirme hasta las cuatro de la madrugada.
Días después, para mi sorpresa, me di cuenta de que iba por la vida sacando a la primera de cambio el tema de haber visto la película, y sin poder parar de hacer comentarios al respecto del tipo "qué maravilla", "qué barbaridad", "qué gusto".
Y aún más días después, cuando por fin ha llegado el momento aquel maravilloso en el cual el arte, por eso es arte, encaja dentro de la teoría sobre la vida, sobre el trabajo y sobre las maneras de hacer bien las cosas, que uno se va montando en la cabeza a lo largo de la misma suya propia, me ha dado por poner Mamma Roma a renglón seguido de aquello que contaba José Luis Cuerda el otro día en Pequod; aquello de cómo, una vez que andaba escribiendo un guión con Rafael Azcona, cuando él le propuso poner a la protagonista, después de un momento de gran dramatismo, llorando, con la espalda apoyada contra una puerta que acababa de cerrar de malas maneras, Azcona le espetó: '¡¡Una mierda!! ¡¡El corazón es una cosa privada y tú no tienes ningún derecho de decirle a la gente cuándo tiene que llorar!!'
Y, una cosa lleva a la otra, me ha dado por ponerla también en el polo opuesto a ese fiasco monumental trieriano que fue Bailar en la oscuridad -lloren aquí, dando saltitos en el tren; lloren allá, cantándole al conducto del aire de la celda-, igual que tengo puesto al Lost in Translation de la niñísima en las antípodas de la magistral In the Mood for Love.
Vayan a ver Mamma Roma esta tarde si no lo han hecho ya. Si están atentos, van a aprender muchas más cosas de las que se esperan. Van a ser personas mucho menos simples, mucho más exigentes; no van a volver a conformarse con historias lacrimógenas de huerfanitos o de niños en campos de concentración, se lo van a pensar tres o cuatro veces más a la hora de ir por la vida reclamando premios, comprando libros, yendo al cine. Y, lo más importante: nadie va a poder volver a decirles cuándo tienen que ponerse a llorar. Y esta última, se lo juro, es una de las más grandes formas de libertad.
Hay, segurísimo, un término medio legal entre los padres dispuestos a todo por darles el gustito a sus hijas y los padres dispuestos a todo por darse el gustito ellos.
dimarts, 14 de maig del 2013
Y ésta del link es la crónica de Sant Jordi en el Go.
Mira por dónde que esto de cronicar se está pareciendo un poco a dietariar.
(Y que gracias por la palestra, Manu Miau).
Mira por dónde que esto de cronicar se está pareciendo un poco a dietariar.
(Y que gracias por la palestra, Manu Miau).
dilluns, 13 de maig del 2013
Que el Gobierno español se estuviera "fabricando" nuevos enemigos basados en la lengua previendo que Catalunya y Euskadi se van (¿qué hacen los gallegos, por cierto?), para cuando España sea definitivamente una, pequeña y dependiente de Alemania.
Que una vez establecidas las nuevas fronteras, los territorios en los que se habla el mallorquín, el valenciano el lapao y el lapapyp, inicen un proceso de secesión que esgrima cada uno de estos idiomas como seña identitaria, al mismo tiempo que lo que quede de España se invente denominaciones del tipo Lengua Aragonesa Propia del Área Occidental (LAPAOC), Lengua Aragonesa Propia de la Ribera Sur del Ebro (LAPRSE) O Lengua Murciana Propia del Área Norte (LEMPAN), y que cuando los tres primeros sean independientes, sea el turno de los procesos de secesión de estos últimos tres; al mismo tiempo que el Gobierno empieza a inventarse nombres para las lenguas, también inventadas, que se hablen en lo que queda de territorio.
Y así sucesivamente hasta que del territorio actalmente conocido como España, no quede absolutamente nada más que un pueblecito en el centro mismo de la península, que viva absurdamente orgulloso por ser el último bastión del castellano puro; que consiga el reconocimiento de su gran "mérito" por parte de la UE, la cual le otorgará categoría de "reserva" y le enviará a unos señores a instalar unos rollos de alambrada en todo su perímetro para acabar vendiéndolo, cuando se den cuenta de que nunca será rentable mantenerlo, a un magnate ruso del sector del turismo que acabará haciendo de él una especie de resort vacacional en el que se instalará el Eurovegas que Adelson nunca llegó a construir antaño.
Fin.
Que una vez establecidas las nuevas fronteras, los territorios en los que se habla el mallorquín, el valenciano el lapao y el lapapyp, inicen un proceso de secesión que esgrima cada uno de estos idiomas como seña identitaria, al mismo tiempo que lo que quede de España se invente denominaciones del tipo Lengua Aragonesa Propia del Área Occidental (LAPAOC), Lengua Aragonesa Propia de la Ribera Sur del Ebro (LAPRSE) O Lengua Murciana Propia del Área Norte (LEMPAN), y que cuando los tres primeros sean independientes, sea el turno de los procesos de secesión de estos últimos tres; al mismo tiempo que el Gobierno empieza a inventarse nombres para las lenguas, también inventadas, que se hablen en lo que queda de territorio.
Y así sucesivamente hasta que del territorio actalmente conocido como España, no quede absolutamente nada más que un pueblecito en el centro mismo de la península, que viva absurdamente orgulloso por ser el último bastión del castellano puro; que consiga el reconocimiento de su gran "mérito" por parte de la UE, la cual le otorgará categoría de "reserva" y le enviará a unos señores a instalar unos rollos de alambrada en todo su perímetro para acabar vendiéndolo, cuando se den cuenta de que nunca será rentable mantenerlo, a un magnate ruso del sector del turismo que acabará haciendo de él una especie de resort vacacional en el que se instalará el Eurovegas que Adelson nunca llegó a construir antaño.
Fin.
diumenge, 12 de maig del 2013
... como a Baroja, persona sensible, la época se le hizo trabajosa o simplemente antipática y brutal, uno lo lee con temor a que de pronto suelte alguna barbaridad antipática y brutal.
"Para algunos, ver matar a un caballo en una plaza o a un hombre en un patíbulo, constituye un placer; para otros es un dolor intenso". Y cita a un sabio francés, algo que lo mismo podría haber hecho en una tertulia: el dolor "es una función intelectual, tanto más perfecta cuanto más desarrollada está la inteligencia"
De "Baroja descubre la acción sedentaria", completísimo artículo de Justo Navarro para Revista de libros.
"Para algunos, ver matar a un caballo en una plaza o a un hombre en un patíbulo, constituye un placer; para otros es un dolor intenso". Y cita a un sabio francés, algo que lo mismo podría haber hecho en una tertulia: el dolor "es una función intelectual, tanto más perfecta cuanto más desarrollada está la inteligencia"
De "Baroja descubre la acción sedentaria", completísimo artículo de Justo Navarro para Revista de libros.
divendres, 10 de maig del 2013
Del por qué es tan importante que Valero y Baños estén en la lista de libros independentistas recomendados por Biel Mesquida. Del por qué es tan importante que se hayan escrito estos libros, de hecho.
Valero Sanmartí, con "Jo només il·lumino la catalana terra", y Antonio Baños, con "La rebel·lió catalana", han aportado la pieza que faltaba para tener la imagen completa del país. Sólo a partir de esta imagen, se puede empezar a hacer algo que no parezca un partido de futbito de sexto de EGB contra los del cole de al lado.
Se ha trivializado tanto el sentimiento nacionalista que hemos llegado a pensarnos que la cosa estaba a tocar porque las ventas de banderas se habían disparado en los todoacienes y el maquillaje cuatribarrado era el que los niños querían llevar en la cara; cualquier cosa cantada en catalán nos servía -hasta el envàs on vas-, hacíamos chipi-chapa cada vez que cualquier farandulero, sin más criterio que haber salido en una serie -mala- de tv3, se prestaba a salir en un anuncio épico diciendo que el pueblo tiene derecho a decidir, como si decidir, de por sí, ya fuera garantía de algo, como si fuera poco indicativo que el pueblo, las veces que ya ha decidido, ha decidido ver Polseres vermelles y escuchar a Sopa de Cabra.
Valero Sanmartí y Antonio Baños apuntan en sus libros a todo eso que tanto nos irrita del país de al lado, y nos dicen que no somos tan diferentes y que, como no somos tan diferentes, ya podemos hablar también nosotros de país, para bien y para mal, con toda nuestra mediocridad, borreguismo, corrupción e ignorancia, que son las cuatro cosas que conforman el muestreo universal -perdonen la contradicción- de la masa que un día irá (esto está aún por ver) a las urnas.
Es depresivo el panorama cultural y político que presentan Valero y Baños. Si uno se parte de risa leyendo sus libros es porque son, encima, buenos explicándose, los tíos. Y que tanta gente esté partiéndose de risa leyéndolos, es porque ya empezamos a ser capaces de tener una cierta capacidad de autocrítica que va más allá del España es mala, Catalunya buena, y este partido lo vamos a ganar.
Baños, el otro día, me decía: Es importante que se empiece a hablar también en estos términos. Y tenía toda la razón.
Hay que leer a Baños y a Valero para saber de dónde se viene. Hay que leerlos para saber a dónde se va; para saber que la estructura de estado no es sólo un novelista malo erigido como escritor nacional por puritica desesperación; que hay estructuras de estado mucho más profundas que son las que provocan las superficiales. Y que saber ver estas estructuras y que haya gente, como estos dos, que sepa criticarlas con tanto arte sin ser luego inmediatamente linchados por la masa boba, es lo que también, sobre todo, por fin, empieza a dar una definición creíble de un país.
Valero Sanmartí, con "Jo només il·lumino la catalana terra", y Antonio Baños, con "La rebel·lió catalana", han aportado la pieza que faltaba para tener la imagen completa del país. Sólo a partir de esta imagen, se puede empezar a hacer algo que no parezca un partido de futbito de sexto de EGB contra los del cole de al lado.
Se ha trivializado tanto el sentimiento nacionalista que hemos llegado a pensarnos que la cosa estaba a tocar porque las ventas de banderas se habían disparado en los todoacienes y el maquillaje cuatribarrado era el que los niños querían llevar en la cara; cualquier cosa cantada en catalán nos servía -hasta el envàs on vas-, hacíamos chipi-chapa cada vez que cualquier farandulero, sin más criterio que haber salido en una serie -mala- de tv3, se prestaba a salir en un anuncio épico diciendo que el pueblo tiene derecho a decidir, como si decidir, de por sí, ya fuera garantía de algo, como si fuera poco indicativo que el pueblo, las veces que ya ha decidido, ha decidido ver Polseres vermelles y escuchar a Sopa de Cabra.
Valero Sanmartí y Antonio Baños apuntan en sus libros a todo eso que tanto nos irrita del país de al lado, y nos dicen que no somos tan diferentes y que, como no somos tan diferentes, ya podemos hablar también nosotros de país, para bien y para mal, con toda nuestra mediocridad, borreguismo, corrupción e ignorancia, que son las cuatro cosas que conforman el muestreo universal -perdonen la contradicción- de la masa que un día irá (esto está aún por ver) a las urnas.
Es depresivo el panorama cultural y político que presentan Valero y Baños. Si uno se parte de risa leyendo sus libros es porque son, encima, buenos explicándose, los tíos. Y que tanta gente esté partiéndose de risa leyéndolos, es porque ya empezamos a ser capaces de tener una cierta capacidad de autocrítica que va más allá del España es mala, Catalunya buena, y este partido lo vamos a ganar.
Baños, el otro día, me decía: Es importante que se empiece a hablar también en estos términos. Y tenía toda la razón.
Hay que leer a Baños y a Valero para saber de dónde se viene. Hay que leerlos para saber a dónde se va; para saber que la estructura de estado no es sólo un novelista malo erigido como escritor nacional por puritica desesperación; que hay estructuras de estado mucho más profundas que son las que provocan las superficiales. Y que saber ver estas estructuras y que haya gente, como estos dos, que sepa criticarlas con tanto arte sin ser luego inmediatamente linchados por la masa boba, es lo que también, sobre todo, por fin, empieza a dar una definición creíble de un país.
dimecres, 8 de maig del 2013
Primera persona. CCCB. Del 2 al 4 de mayo de 2013
Y ésta es la crónica del asunto que he escrito para Barcelonés.
Alguien debería hacer otra que se detuviera más en los conciertos: yo no sé nada de música y me he tenido que limitar casi a citarlos.
Lo del final es un canto a los festivales bien organizados frente a los hechos para cumplir la papeleta, gastar el presupuesto, hacer favorcillos a los amiguetes e ignorar y/o tratar de tonto al público potencial.
Y ésta es la crónica del asunto que he escrito para Barcelonés.
Alguien debería hacer otra que se detuviera más en los conciertos: yo no sé nada de música y me he tenido que limitar casi a citarlos.
Lo del final es un canto a los festivales bien organizados frente a los hechos para cumplir la papeleta, gastar el presupuesto, hacer favorcillos a los amiguetes e ignorar y/o tratar de tonto al público potencial.
diumenge, 5 de maig del 2013
Primera persona. Dietarios. CCCB. 4 de mayo de 2013
Acaban de pasar dos cosas. Una la puedo explicar, la otra no.
Empiezo por la que no puedo explicar: AINHOA REBOLLEDO.
No la puedo explicar, pero es muy maja. Nos acabamos de conocer y ya me ha prestado "Los millones", de Santiago Lorenzo. Yo le he prestado un libro de Fernando Poblet: "Contra la modernidad". Ella me ha prestado un libro y yo le he prestado otro, así, para asegurarnos de que nos los vamos a devolver. Yo ahora hablaría mucho rato de Poblet y de Lorenzo pero tenemos instrucciones muy precisas: esto se llama Primera persona y tengo que hablar todo el rato de yo, yo, yo, así que vuelvo a la otra cosa que ha pasado, que sí la puedo explicar.
Esta canción que ha sonado al principio, que igual no la habéis oído bien porque he empezado a hablar demasiado rápido, es de Enrique Iglesias. Es una canción de Enrique Iglesias mezclada por Pitbull,
Pitbull es un tipo que coge canciones de Shakira, Paulina Rubio, Enrique Iglesias, da igual, y las convierte en la misma canción; una sola canción que suena en la tienda de mi hermano Javier, donde yo trabajo a veces y que es la excusa que me llevó a escribir este dietario, todo el día en loop. Diez horas al día de esta música. Siempre Pitbull, la misma canción, sonando, mientras yo lo único que hacía era fantasear con que sonaba esta otra canción:
... esto sonando en el momento en que entraba un señor y preguntaba por los trajes.
Un señor vestido con muy poca gracia, así, como inseguro, queriendo comprarse un traje. Y escuchando esto mientras entra en la tienda.
Y yo diciéndole que me siga, preguntando: qué, tiene alguna ocasión especial?
-Una entrevista de trabajo.
-Bueno, eso, tal como están las cosas, es una ocasión especial (ahí, empatizando a saco en plan superdependienta). Y ¿de qué color lo quiere?
-Negro.
-¿Qué talla?
-No sé, la 58...
Yo mirándole y diciendo: Le saco la 60 también, así nos aseguramos.
Y él escuchando (música) mi fracaso personal.
Saco la americana, le ayudo a ponérsela, le cuelgan las hombreras, le está ancha de espaldas pero tiene que meter la barriga para abrochársela. Se mira al espejo y escucha (música): mi fracaso personal.
Le digo que ya verá cómo le queda mejor si le meto un poco de mangas, que yo no sé qué patrones usan para hacer estas cosas, que son como de supermodelos y que a nadie le quedan bien de entrada. (Música) mi fracaso personal.
Le planto un alfiler aquí y otro allá. ¿Ve? Le queda perfecta. Y él mirándose al espejo (música) mi fracaso personal.
Ahora, los pantalones.
Se los doy, le doy también un empujoncito hacia el probador y cierro la cortina justo a tiempo para no ver cómo se encuentra solo ahí dentro, frente a su reflejo, con los hombros caídos, los alfileres en los puños, los pantalones en la mano y acabando de escuchar mi fracaso personal.
Mi hermano, el jefe, me dice que ni hablar de la canción. Que si quiero hundirle el negocio y que se va a comer. A mi hermano, las cosas nunca le afectan demasiado.
Me quedo sola en la tienda.
(Leyendo del libro)
Hago un barrido con la mirada y me fijo en un objeto decorativo delirante que hay en uno de los estantes del fondo: La esfera armilar. Me tiene desconcertada. Antes ha entrado otro cliente que, viéndome ensimismada mirando al absurdo rincón de la astronomía, ha dicho: Es uno de esos cacharros que sirven para representar la posición de los planetas en un sistema solar. Le he contestado que eso había pensado yo también, pero que si se fijaba bien vería que más que una esfera armilar en condiciones, aquello parecía la representación de un sistema planetario diseñado por una especie de dios hijo de puta, dueño de una intención de similar calaña que la de los inventores del lanzamiento de cabra desde el campanario. Me ha mirado con cara de no entender. Me he acercado al estante mientras le explicaba que, igual que el único objetivo de tirar la cabra al vacío es verla despanzurrada contra el suelo, el único objetivo de la creación de esa galaxia sólo podía ser ver los planetas despanzurrándose unos contra otros. He bajado el artilugio, le he soplado el polvo, lo he puesto sobre el mostrador y he dicho señalando los puntos de soldadura interorbital: puntos de despanzurramiento: aquí y aquí, ¿los ve? Me ha dado la razón, pero me ha dicho que no tenía demasiado tiempo para desconcertarse conmigo, que necesitaba una camisa. Le he señalado el camino. Ha ido directo hacia la columna de las de lino marrón, así que me he visto obligada a advertirle que aquellas camisas habían estado un poco raritas toda la mañana, que hacía cosa de una hora, una de ellas había caído del estante al suelo sin ningún motivo aparente. ¿Cree que se ha tirado?, me ha preguntado el cliente bajando la voz. Creo que sí, le he contestado y cogiéndole del brazo he vuelto con él al mostrador. Comprendo que le gusten, le he dicho, tienen un tacto fantástico, pero me veo en la obligación de avisarle del incidente que le acabo de explicar: imagínese que la camisa en cuestión volviera a intentar tirarse llevándola usted puesta. Deberían retirarlas de la venta inmediatamente, me ha dicho él.
Una escribe estos delirios, los escribe en primera persona, y se encuentra con que hay gente que pregunta: Esto que cuentas, ¿es verdad?
Camisas suicidas.
Galaxias a punto de estallar.
Astrud sonando en centros comerciales.
Y esto que cuentas, ¿es verdad?
Y una acaba llegando a la conclusión de que una cosa es lo que pasa y otra cosa es la verdad.
Que no hace falta que las cosas pasen para que sean verdad.
Y que la única verdad, lo único que a mí me hace escribir en primera persona, puede que sea querer escapar de la camisa, del traje, de Enrique Iglesias, de la tienda y hasta de la galaxia.
Igual que también es verdad que lo único que quiero ahora es escaparme de este escenario.
Gracias.
Acaban de pasar dos cosas. Una la puedo explicar, la otra no.
Empiezo por la que no puedo explicar: AINHOA REBOLLEDO.
No la puedo explicar, pero es muy maja. Nos acabamos de conocer y ya me ha prestado "Los millones", de Santiago Lorenzo. Yo le he prestado un libro de Fernando Poblet: "Contra la modernidad". Ella me ha prestado un libro y yo le he prestado otro, así, para asegurarnos de que nos los vamos a devolver. Yo ahora hablaría mucho rato de Poblet y de Lorenzo pero tenemos instrucciones muy precisas: esto se llama Primera persona y tengo que hablar todo el rato de yo, yo, yo, así que vuelvo a la otra cosa que ha pasado, que sí la puedo explicar.
Esta canción que ha sonado al principio, que igual no la habéis oído bien porque he empezado a hablar demasiado rápido, es de Enrique Iglesias. Es una canción de Enrique Iglesias mezclada por Pitbull,
Pitbull es un tipo que coge canciones de Shakira, Paulina Rubio, Enrique Iglesias, da igual, y las convierte en la misma canción; una sola canción que suena en la tienda de mi hermano Javier, donde yo trabajo a veces y que es la excusa que me llevó a escribir este dietario, todo el día en loop. Diez horas al día de esta música. Siempre Pitbull, la misma canción, sonando, mientras yo lo único que hacía era fantasear con que sonaba esta otra canción:
... esto sonando en el momento en que entraba un señor y preguntaba por los trajes.
Un señor vestido con muy poca gracia, así, como inseguro, queriendo comprarse un traje. Y escuchando esto mientras entra en la tienda.
Y yo diciéndole que me siga, preguntando: qué, tiene alguna ocasión especial?
-Una entrevista de trabajo.
-Bueno, eso, tal como están las cosas, es una ocasión especial (ahí, empatizando a saco en plan superdependienta). Y ¿de qué color lo quiere?
-Negro.
-¿Qué talla?
-No sé, la 58...
Yo mirándole y diciendo: Le saco la 60 también, así nos aseguramos.
Y él escuchando (música) mi fracaso personal.
Saco la americana, le ayudo a ponérsela, le cuelgan las hombreras, le está ancha de espaldas pero tiene que meter la barriga para abrochársela. Se mira al espejo y escucha (música): mi fracaso personal.
Le digo que ya verá cómo le queda mejor si le meto un poco de mangas, que yo no sé qué patrones usan para hacer estas cosas, que son como de supermodelos y que a nadie le quedan bien de entrada. (Música) mi fracaso personal.
Le planto un alfiler aquí y otro allá. ¿Ve? Le queda perfecta. Y él mirándose al espejo (música) mi fracaso personal.
Ahora, los pantalones.
Se los doy, le doy también un empujoncito hacia el probador y cierro la cortina justo a tiempo para no ver cómo se encuentra solo ahí dentro, frente a su reflejo, con los hombros caídos, los alfileres en los puños, los pantalones en la mano y acabando de escuchar mi fracaso personal.
Mi hermano, el jefe, me dice que ni hablar de la canción. Que si quiero hundirle el negocio y que se va a comer. A mi hermano, las cosas nunca le afectan demasiado.
Me quedo sola en la tienda.
(Leyendo del libro)
Hago un barrido con la mirada y me fijo en un objeto decorativo delirante que hay en uno de los estantes del fondo: La esfera armilar. Me tiene desconcertada. Antes ha entrado otro cliente que, viéndome ensimismada mirando al absurdo rincón de la astronomía, ha dicho: Es uno de esos cacharros que sirven para representar la posición de los planetas en un sistema solar. Le he contestado que eso había pensado yo también, pero que si se fijaba bien vería que más que una esfera armilar en condiciones, aquello parecía la representación de un sistema planetario diseñado por una especie de dios hijo de puta, dueño de una intención de similar calaña que la de los inventores del lanzamiento de cabra desde el campanario. Me ha mirado con cara de no entender. Me he acercado al estante mientras le explicaba que, igual que el único objetivo de tirar la cabra al vacío es verla despanzurrada contra el suelo, el único objetivo de la creación de esa galaxia sólo podía ser ver los planetas despanzurrándose unos contra otros. He bajado el artilugio, le he soplado el polvo, lo he puesto sobre el mostrador y he dicho señalando los puntos de soldadura interorbital: puntos de despanzurramiento: aquí y aquí, ¿los ve? Me ha dado la razón, pero me ha dicho que no tenía demasiado tiempo para desconcertarse conmigo, que necesitaba una camisa. Le he señalado el camino. Ha ido directo hacia la columna de las de lino marrón, así que me he visto obligada a advertirle que aquellas camisas habían estado un poco raritas toda la mañana, que hacía cosa de una hora, una de ellas había caído del estante al suelo sin ningún motivo aparente. ¿Cree que se ha tirado?, me ha preguntado el cliente bajando la voz. Creo que sí, le he contestado y cogiéndole del brazo he vuelto con él al mostrador. Comprendo que le gusten, le he dicho, tienen un tacto fantástico, pero me veo en la obligación de avisarle del incidente que le acabo de explicar: imagínese que la camisa en cuestión volviera a intentar tirarse llevándola usted puesta. Deberían retirarlas de la venta inmediatamente, me ha dicho él.
Una escribe estos delirios, los escribe en primera persona, y se encuentra con que hay gente que pregunta: Esto que cuentas, ¿es verdad?
Camisas suicidas.
Galaxias a punto de estallar.
Astrud sonando en centros comerciales.
Y esto que cuentas, ¿es verdad?
Y una acaba llegando a la conclusión de que una cosa es lo que pasa y otra cosa es la verdad.
Que no hace falta que las cosas pasen para que sean verdad.
Y que la única verdad, lo único que a mí me hace escribir en primera persona, puede que sea querer escapar de la camisa, del traje, de Enrique Iglesias, de la tienda y hasta de la galaxia.
Igual que también es verdad que lo único que quiero ahora es escaparme de este escenario.
Gracias.
divendres, 3 de maig del 2013
A ver, que estamos un poquito de los nervios.
El gran mérito de Freud no fue empezar a implicar el inconsciente en las explicaciones de la actividad y reaciones diarias de la persona, sino que todo el mundo, a partir de aquel descubrimiento, entendiera tan bien la cosa (seguramente porque eso que vio Freud era precisamente lo que nadie quería reconocer, y todo el mundo sabe que lo que no se quiere reconocer es precisamente lo más conocido). Está tan aceptada la teoría del inconsciente que uno podría teorizar en base a ella incluso para explicar cómo abre una bolsa de patatas fritas: por qué la coge con una mano y no con la otra, por qué la abre por la mitad o por un extremo... La consecuencia de esta popularización es que la teoría del inconsciente de Freud anda devaluadísima: a nadie más que a uno, y a veces ni eso, le importa por qué abrimos así las bolsas de patatas; vamos, como si nos da por tumbarlas en la encimera y acuchillaras sañosamente con el jamonero. Bueno, esto último, a un abogado defensor igual sí que le interesaría por aquello de alegar enajenaciones temporales y tal.
El caso es que se ha armado gran revuelo con la entrevisteta de Mariscal; con aquella en la que responde a una pregunta cantando que las banderas le dan alergia y que el 11S le recuerda a los tiempos de Hitler.
Yo la leí y pensé: ya estamos. Y sí; ya estábamos: las manos a la cabeza, de la cabeza al teclado y el twitter a full. Y el fantasma venga a sobrevolar Europa otra vez. Y Mariscal, federalista. Y Mariscal, tu perro era un truño...
Y miren por dónde que yo me quedé con esta otra: Mariscal, tu padre era nazi. Ahí lo tienen: el padre de Mariscal era nazi y Mariscal era un hippie; un hippie con la porramenta, los amigos descalzos y el padre nazi. Sabiendo qué es un perro dentro de la cabeza de Mariscal, ¿se imaginan qué es un nazi dentro de la cabeza de Mariscal? Debe de ser una especie de señor muy serio y muy alto, que le pone mala cara cuando no se corta el pelo, cuando llega a casa borracho y cuando se niega a ponerse la americana para la cena de Navidad. Un señor que da mucha pereza, tanta como la que le debe de dar que ahora parezca que vayan a cambiar las cosas, con lo bien que le han ido a él las cosas cuando las cosas estaban como estaban.
¿En serio se creen que Mariscal tiene un mínimo de predicamento cuando habla de nazis? No. A Mariscal no hay que escucharle. No hay que darle la razón ni que enfadarse con él. Mariscal no sirve ni de enemigo ni de aliado. Quien cite a Mariscal, quien se apoye en su analogía, tampoco sirve de nada. Y esto hay que tenerlo muy en cuenta, porque sólo faltaba que nos pusiéramos ahora a perder el tiempo luchando contra los fantasmas del inconsciente del último mono que se nos ponga delante.
El gran mérito de Freud no fue empezar a implicar el inconsciente en las explicaciones de la actividad y reaciones diarias de la persona, sino que todo el mundo, a partir de aquel descubrimiento, entendiera tan bien la cosa (seguramente porque eso que vio Freud era precisamente lo que nadie quería reconocer, y todo el mundo sabe que lo que no se quiere reconocer es precisamente lo más conocido). Está tan aceptada la teoría del inconsciente que uno podría teorizar en base a ella incluso para explicar cómo abre una bolsa de patatas fritas: por qué la coge con una mano y no con la otra, por qué la abre por la mitad o por un extremo... La consecuencia de esta popularización es que la teoría del inconsciente de Freud anda devaluadísima: a nadie más que a uno, y a veces ni eso, le importa por qué abrimos así las bolsas de patatas; vamos, como si nos da por tumbarlas en la encimera y acuchillaras sañosamente con el jamonero. Bueno, esto último, a un abogado defensor igual sí que le interesaría por aquello de alegar enajenaciones temporales y tal.
El caso es que se ha armado gran revuelo con la entrevisteta de Mariscal; con aquella en la que responde a una pregunta cantando que las banderas le dan alergia y que el 11S le recuerda a los tiempos de Hitler.
Yo la leí y pensé: ya estamos. Y sí; ya estábamos: las manos a la cabeza, de la cabeza al teclado y el twitter a full. Y el fantasma venga a sobrevolar Europa otra vez. Y Mariscal, federalista. Y Mariscal, tu perro era un truño...
Y miren por dónde que yo me quedé con esta otra: Mariscal, tu padre era nazi. Ahí lo tienen: el padre de Mariscal era nazi y Mariscal era un hippie; un hippie con la porramenta, los amigos descalzos y el padre nazi. Sabiendo qué es un perro dentro de la cabeza de Mariscal, ¿se imaginan qué es un nazi dentro de la cabeza de Mariscal? Debe de ser una especie de señor muy serio y muy alto, que le pone mala cara cuando no se corta el pelo, cuando llega a casa borracho y cuando se niega a ponerse la americana para la cena de Navidad. Un señor que da mucha pereza, tanta como la que le debe de dar que ahora parezca que vayan a cambiar las cosas, con lo bien que le han ido a él las cosas cuando las cosas estaban como estaban.
¿En serio se creen que Mariscal tiene un mínimo de predicamento cuando habla de nazis? No. A Mariscal no hay que escucharle. No hay que darle la razón ni que enfadarse con él. Mariscal no sirve ni de enemigo ni de aliado. Quien cite a Mariscal, quien se apoye en su analogía, tampoco sirve de nada. Y esto hay que tenerlo muy en cuenta, porque sólo faltaba que nos pusiéramos ahora a perder el tiempo luchando contra los fantasmas del inconsciente del último mono que se nos ponga delante.
dimecres, 1 de maig del 2013
Se me han mezclado luchas y causas en la cabeza y llevo toda la mañana tarareando esta canción
y pensando si no será otra forma de dictadura esta manera descarnada de tener que ganarnos las alubias que últimamente se nos está imponiendo.
Ya, la respuesta es sí y la reflexión no es original: cuando te oprimen, te oprimen, da igual que lo hagan con una sirena de fábrica, con una ley de vagos y maleantes o con un aumento del tanto por ciento en el irpf acompañado de una subida del agua y de la luz.
Siempre es el puñetero Estado. Es el Estado el que primero va de padre, obligando, por ejemplo, a reducir la velocidad, a poner advertencias en cajetillas de tabaco y etiquetas de güisquis para decir a los niños lo que no tienen que hacer, y que, cuando tienen a los padres medio confiados en este sentido por cuestiones de responsabilidades compartidas, van un paso más allá y, por los poderes que les han sido concedidos, acaban obligándoles a ellos también a no poder hacer otras cosas como ingresar un sueldo en el banco cada mes y, en consecuencia, no poder pagar tampoco la hipoteca y mucho menos la vacación; ¿pa qué? si también está prohibida otra cosa que no sea vacacionar.
Luego nos extrañará que haya nostálgicos que digan que, al menos, lo que vetaba el anterior era solo pensar, y que, total, de no pensar, uno no se moría de hambre, aunque poco comían algunos entonces también.
Así que, porque ahora puedo y por si mañana no, que todo vuelve, todo esto ando pensando hoy, primero de mayo.
y pensando si no será otra forma de dictadura esta manera descarnada de tener que ganarnos las alubias que últimamente se nos está imponiendo.
Ya, la respuesta es sí y la reflexión no es original: cuando te oprimen, te oprimen, da igual que lo hagan con una sirena de fábrica, con una ley de vagos y maleantes o con un aumento del tanto por ciento en el irpf acompañado de una subida del agua y de la luz.
Siempre es el puñetero Estado. Es el Estado el que primero va de padre, obligando, por ejemplo, a reducir la velocidad, a poner advertencias en cajetillas de tabaco y etiquetas de güisquis para decir a los niños lo que no tienen que hacer, y que, cuando tienen a los padres medio confiados en este sentido por cuestiones de responsabilidades compartidas, van un paso más allá y, por los poderes que les han sido concedidos, acaban obligándoles a ellos también a no poder hacer otras cosas como ingresar un sueldo en el banco cada mes y, en consecuencia, no poder pagar tampoco la hipoteca y mucho menos la vacación; ¿pa qué? si también está prohibida otra cosa que no sea vacacionar.
Luego nos extrañará que haya nostálgicos que digan que, al menos, lo que vetaba el anterior era solo pensar, y que, total, de no pensar, uno no se moría de hambre, aunque poco comían algunos entonces también.
Así que, porque ahora puedo y por si mañana no, que todo vuelve, todo esto ando pensando hoy, primero de mayo.
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