Mi homenaje también llega tarde: El sábado me pasé por una librería de viejo a comprar bolsilibros.
¿Han entrado alguna vez en una librería de viejo buscando algo concreto? Lo último que hay que hacer es preguntar de entrada por ese algo concreto; correrían el riesgo de perderse alguna obrita de teatro de Françoise Sagan o números de la colección 'La novela corta', a dos tintas la cubierta, a dos columnas la tripa, con títulos tan golosos como "Yo he sido estraperlista", de Ángeles Villarta. Y perdiéndose todo esto, perderían también la oportunidad de cazar al vuelo todos los matices que estas ediciones introducen en la reflexión sobre lo dejadas de lado que han estado siempre las mujeres en la historia de la literatura. ¿En qué historia de la literatura? En la que nos venden, claro, en la que somos tan idiotas de comprar sin plantearnos ir más allá; en la que obtenemos como primera respuesta si entramos lanzando de entrada, por no buscar más, una pregunta de sí o no.
Así que, una vez hecho el paseíllo, una vez repensada y reafirmada la idea de que no es que las mujeres no estén, es que tú no te molestas en buscarlas; y una vez comprobado en el bolsillo que a base de restar euros de tres en tres estás acabando con el presupuesto que tenías destinado a tan ácara expedición, entonces, es el momento: "¿Tiene libros de Curtis Garland?". "¿Curtis Garland?" "Sí, el de los bolsilibros." "Ah, bueno, ahí están los de vaqueros. Pero son de los 50". "Sí, sí: de los 50, esos son".
Los 50 y Curtis Garland son otras cosas que no encuentras si no preguntas. Y, claro, ¿cómo nos vamos a preguntar por ellos si, hasta hace una generación los 50 y Curtis Garland eran cosas que pasaban, que le habían pasado a todo el mundo sin preguntar, porque nadie se pregunta por lo que tiene a mano; y así como los kioskos iban llenos de libros del segundo, los primeros eran recuerdo vivo en la memoria de todos; de todos los que ahora han empezado a desaparecer también.
Así que hay que darse prisa por empezar a preguntar por Curtis Garland, porque preguntar por Curtis Garland es preguntar por nuestros padres, por nuestros abuelos; es reconocerles a éstos que lo suyo, sobre todo lo popular, sirvió para algo; que no han tenido un nieto, un hijo, que no ha aprendido nada, que ha nacido de cero, que no sabe por qué le gusta tanto el western de Tarantino; que, por no haber leído a George Elliot, le parece fantástico el rollo de la literatura femenina actual; que por no haber oído ni hablar de D.H. Lawrence, cae a cuatro patas ante las sombras de Grey; que lo de Franzen con los pajaricos le parece alucinante, sin llegar a echar de menos por un momento, mientras lo lee, a Gerald Durrell, a Daniel Defoe; echar de menos lo bien que hacían Durrell y Defoe todo lo que hace Franzen y ver lo mucho que a éste le queda por aprender; lo mucho que a todos nos queda por aprender.
Vayan a una librería de viejo y dense una vuelta antes de pregunar por Curtis Garland. Ya sólo haciendo esto, aprenderán un montón de cosas sobre sus padres, sobre sus abuelos, sobre ustedes mismos, al final.
Sin buscarlo, me encontré a Garland en una librería de nuevo. Parece que se le está reeditando.
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