¿Lo han visto, no?
Andan preparándolo todo para que algún pez gordo vaya a la cárcel. Probablemente ya tengan pensado quién y hasta lo hayan hablado con él. Probablemente la cosa haya sido una especie de pacto cargadito de condiciones. Puede que a estas alturas ya tengan la celda pintada y le hayan cambiado el catre por una señora cama. Puede que incluso hayan determinado el tiempo que se va a quedar ahí dentro, el régimen y el absoluto aislamiento del resto de presos y de celadores, incluso: no me extrañaría que hubieran incluido una cláusula por la cual pudiera llevarse su propio servicio, pero, then again, es que estoy viendo demasiado Dowton Abbey.
Y ¿todo esto para qué? Para aplacar a la masa, claro. ¿Hace falta aplacar a la masa? Sí. Todo el mundo sabe que andamos anestesiados pero que el despertar supondría un punto de no retorno, así que venga a trankimazines con hondas: primero fueron los seis mil pisos, ahora es el momento del banquero en la cárcel y crucemos los dedos porque éste sepa llorar mejor.
Es que no hay mundial en perspectiva y, ya saben, los recortes, la corrupción, los escándalos de la monarquía no se calman ya a base de tetazos en telecinco, que vaya rápido quemó aquel cartucho disuasorio de verle las tripas a la transición.
Pues nada, ya andan empapelando los pilares del viaducto anunciando el nuevo circo que se acerca a los diarios. Igual confiaban en que no lo viéramos antes de tiempo. Seguro confían en que, aunque visto, va a funcionar igual.
Y, mierda, que, otra vez, van a tener razón.
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