Paseo el día de San Esteban, en plena hora de la comida, desde el Poble Sec hasta mi casa. En la plaza de la Bella Dorita hay camas eslásticas, un tiovivo y una señora con parkinson que vende muérdago. Le compro un ramo -que es más bien manojo- y, cuando me lo tiende, las sacudidas de su mano hacen que unas cuantas bolitas caigan y rueden por el suelo. En las camas elásticas saltan niños centroamericanos que, igual que no sabrían ubicar San Esteban en un calendario, no deben de tener ni idea de ubicar América ni mucho menos su centro en un mapamundi. El tiovivo está tan parado como la comida de San Esteban, como la Navidad, en esa plaza.
En días como este, quien no está llevando dentro la tradición, está saltando en una cama elástica o, echándole dos cojones al parkinson, vendiendo muérdago en una esquina. Y no vengan con que saltar y echarle cojones no son más sinónimos de libertad que cualquier otra cosa.
Llego a casa, leo cómo Siri Hustvedt se quita de encima a la periodista que le hace la entrevista por chat que este mes viene en la última página del Marie Claire. La periodista es gabriela wiener; en Marie Claire escriben en minúscula los nombres de su gente. Estoy comiendo helado, le dice la wiener a la Hustvedt. Yo tengo la mesa llena de libros, responde la Hustvedt. ¿Tú qué llevas puesto?, le pregunta la wiener. Un jersey, tengo que volver a trabajar, le responde la Hustvedt. En mi ordenador suena The Wi(e)nner Takes it All: me he puesto el Abba Gold para escribir sobre aviones.
No sé qué deben de estar haciendo los suecos ahora mismo; probablemente, trabajar calentitos. The Winner Takes it All.
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