Dietario de la tienda. Día 1
Hay un señor en la calle que toca el clarinete -la flauta, según mi hermano, que está de él hasta las narices-. Es Navidad y repite sin parar un villancico. Yo tengo en la cabeza todo el día el Welcome to the Jungle, de Guns and Roses; Martí lo puso ayer por la noche en casa y gritamos toda la letra de pe a pa, como si no hubiera pasado nada en los últimos 20 años, como si nadie hubiera abierto ese cajón del cerebro en todo este tiempo.
Enredando, enredando, se adulteran los recuerdos. Olvidándolos, se mantiene su literalidad.
Había olvidado cómo se hacían los tíquets-regalo, cómo se metían los arreglos en caja y cómo se marcaban las devoluciones. He acertado a hacerlo todo de nuevo a la primera. La gente, en cambio, los clientes, me han parecido más grises que nunca porque los recordaba mucho más interesantes. A la que pasen unos cuantos días de contacto con ellos, volveré a olvidarlos y me los podré volver a mirar con fascinación.
A mi hermano -mi jefe estos días-, en cambio, lo tengo tan asimilado que no lo pienso desde que nació, así que sea en la tienda, sea en casa, sea comiendo llom rostit en el restaurante de la calle que sube del Monestir, nunca, nunca, me decepciona.
Ha cogido una pila de jerseys del fondo de la tienda, los ha puesto en la mesa, los ha desdoblado todos y ha comenzado a doblarlos de uno en uno mientras me habla de algo que no tiene nada que ver ni con los jerseys ni con la tienda ni con nada de lo que me hubiera hablado antes. Dice que, haciendo el mismo movimiento e imprimiendo la misma fuerza en el golpe, con un hierro del siete mandas la bola a una determinada distancia, con uno del seis la mandas un poco más lejos y con uno del cinco más lejos aún. Que si quieres mandarla a tomar por el culo, hay que coger una madera. Mi hermano se ha apuntado a un curso de golf y va todas las semanas a un campo municipal que hay cerca de Sant Cugat, a practicar. Dice que solo le cobran 86 euros al año por lanzar todas las bolas que le dé la gana y que él coge un hierro del cinco, por ejemplo, y un montón de bolas, se planta en un sitio determinado con los pies un poco separados y venga a darle una vez y otra y otra hasta que llega un momento en el que no está pensando ni en el gesto que hace ni en cuánto dobla las rodillas ni en qué ángulo tiene sujeto el palo. Y es entonces cuando le salen los mejores golpes, cuando las bolas empiezan a ir a parar más o menos al mismo sitio y cuando él puede anticipar dónde van a caer y siente que domina el juego.
Otra cosa es que te pongan el agujero delante, dice también mi hermano, ahí es cuando te das cuenta de que no tienes ni puñetera idea. Se va al fondo de la tienda, coloca la pila de camisas en su sitio y vuelve.
Y eso es lo que te está pasando a ti con toda esta historia del libro, concluye.
Suena J-Lo y la ropa de invierno es mucho más complicada de perfilar que la de verano.
Cuando hay fútbol, no entra en la tienda ni el tato.
Macson, I'm back.
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