dimarts, 8 de novembre del 2011

Miren qué pereza de imagen:



Parecen los niños de San Ildefonso. Y lo son, un poco.

Yo ayer me preguntaba sobre qué mueve a la gente a tragarse el debate, yo no lo ví: mientras duraba, acabé de ver un episodio de Mad Men que tenía pendiente de acabar y empecé a leer 'Bajo el volcán', de Malcolm Lowry, que era lo que tocaba leer, emulando al prota de 'Vulcano', de Max Besora, que lo lee mientras todo el pueblo se le va al garete, ya que ayer aquí todo el país veía cómo todo el país se irá un poquito más a la mierda en los próximos años; todo el país lo veía con formas descreídas aprendidas a golpe de 'Ala oeste' pero fondos entregados a lo último de lo último de la asesoría de imagen y la escritura de guión de altos (¡ejem!) vuelos.

Estos dos parecen los niños de San Ildefonso porque la gente se los mira como tal. Se sienta en el sofá, la gente, con su numerito en la mano: los jubilados con el numerito acabado en pensiones, los gays con el numerito acabado en matrimonio, los parados con el que acaba en trabajo y los enfermos con la terminación en sanidad. Y va transcurriendo el sorteo y de buenas a primeras ya se ve, por ejemplo, que la terminación en catalán no toca, que ha salido ya el italiano, uyyyy, por poco pero no. Los gallegos pierden igual cuando sale el portugués, a los parados les suena un poco como que les ha tocado la pedrea cuando los mencionan, pero no quieren cantar victoria hasta que vean la cosa en los periódicos o un señor de la Administración les ponga un papelito delante para firmar. Ya veremos, ya veremos... no saques aún el champán que además dicen que esto de ganar algo es una trampa... Y así con todo, porque la gente nunca se mira la lotería con ilusión sino más bien con la idea del no tengo otra que participar, no les vaya a tocar a todos los vecinos y a mí no.

Ya está, ya acabado el sorteo y en El País dan la victoria por poquísimo margen al niño más alto, como si en la lotería pudieran sen pírricas las diferencias, y entonces, sí la gente se olvida de trabajos, pensiones, matrimonios y médicos y se acuerda de que hay solo dos números que, además, no se cobran, solo sirven para enmarcar y colgarse la chapita en la solapa que te asegura la conversación en el bar, te acredita como comprador de tal diario o tal otro y hace que mires a tus vecinos, que compraron el otro número, durante unos días así un poco por encima del hombro, como si fueran más pobres que tú por un momento, como si no fueran los próximos cuatro años de irnos haciendo un poco más pobres todos día tras día, hasta que llegue el próximo sorteo que nos vuelva a sentar a todos en el sofá, con los dedos cruzados, a ver si esta vez sí salen los trabajos, las pensiones, las bodas y la sanidad.

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