-Preste atención, se lo ruego. Vayamos a los hechos. Una tal Maria Tataróvich abandona su patria. Después de lo cual, Maria Tataróvich, mire usted por dónde, pide que la dejen regresar... Uno tiene la impresión de que para algunos la patria es como si fuera una magnitud cambiante. Hoy quiero y me marcho, en cambio mañana me lo pienso mejor y vuelvo. Como si estuviéramos en una tienda de comestibles o en el mercado. Y sin embargo, no se ofenda usted, entretanto se ha cometido una vil traición. Y por consiguiente, hay una culpa que expiar. De modo que, solo después de expiarla, ciudadana Tataróvich, se decidirá si se la deja volver. O no se le concede el permiso... Pero incluso en caso favorable, la decisión demandará, no lo olvide usted, de una condescendencia ilimitada. Pues sepa usted que hasta el humanismo socialista tiene sus límites.
-Y tanto que los tiene- afirmó convencido Zhora.
Se produjo una pausa. Se oía el aire acondicionado. La nevera se ponía a vibrar a cada momento.
Marusia preguntó insegura:
-¿Y qué me aconseja usted entonces?
Kókorev tardó en responder, pero luego dijo:
-Pues escriba algo, Maria Fiórdorovna.
-¿Qué?
-Un artículo, una nota, o algo similar.
-¿Yo? ¿Sobre qué?
-Pues sobre todo. Exponga con detalle tal como sucedió todo. Cómo vivía usted sin problemas ni contratiempos. Cómo calaron en su mente las conversaciones con Tsejnovítser. Y cómo luego dio usted este mal paso. Cómo ahora se arrepiente de su decisión... ¿Está claro? Comparta con los demás sus ideas...
-¿Y de dónde las saco?
-¿De dónde saca qué?
-Las ideas.
-Las ideas se las soplo yo- intervino Zhora.
-Las ideas no son problema- coincidió Kókorev.
Balíev inesperadamente observó:
-Unos tienen ideas, otros ideólogos.
-Bien- dijo Musia -. Supongamos que escribo todo eso. ¿Y después qué?
-Después lo publicaremos. Su caso servirá de lección para los demás.
-¿Quién lo publicará?- preguntó Marusia.
-Cualquier revista. ¡Con nuestras recomendaciones! Aunque sea la Literatúrnaya gazeta.
-O el New York Times- añadió Zhora.
-Pero si yo no sé escribir.
-Hágalo como pueda. Al fin y al cabo, no son versos. Aquí lo importante son los hechos. Y si hace falta, ya lo redactaremos.
-Mujer- espetó con cara de payaso Zhora -, no te hagas de rogar y acepta.
-Se lo pediré a Dovlátov- dijo Musia.
-¿A quién?
-¡No me digan que no conocen a Dovlátov! Escribe como Turguénev. Mejor incluso.
La extranjera. Serguey Dovlátov. Ikusager Ediciones, 2008.
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