Me dicen de escribir en catalán y respondo que no puedo, que mails, apuntes, notas, listas de la compra y tal sí, pero que escribir, escribir, no; que no lo hago con la misma fluidez que en castellano: dudo hasta de cosas que ya sé y meto unos giros que generalmente no son y, cuando lo son, me siento muy rara escribiéndolos.
Hay una inseguridad del extranjero que no desaparece nunca. Mi madre ve series en TV3 y cuando le dices de ir al teatro, responde que no, que no entenderá lo que dicen; mi hermana sólo habla catalán en la consulta, con pacientes que están más pendientes no de cómo dice sino de qué dice. Cuando uno es nuevo en algo nunca se acaba sintiendo a la altura de quien siempre ha sido en ese algo: míticas son mis gotas gordas sudadas cuando me tocaba enviar un mail a un escritor catalán para acabar de concretarle detalles del programa al que tenía que venir o cada vez que redactaba la notita de agradecimiento con la que acompañaba la copia que le enviaba después.
Digamos que la relación con el idioma para un neoparlante nunca es una relación de tú a tú: se le tiene una especie de respeto que ya ha perdido, si alguna vez lo tuvo, quien lo ha utilizado toda la vida; se siente uno profanador de algo, de años y años de tradición, de normas y normas escritas, de reglas y reglas de jurisprudencia: estas últimas son las peores, las que no se aprenden estudiando, las que uno, una vez descubiertas, duda de si es digno de utilizar y, cuando las utiliza, lo hace siempre cambiando la voz al tono de broma porque digamos que uno, en ese momento, se siente farsante, siente que pretende que ha hablado ese idioma toda la vida cuando todo el mundo, él mismo, sabe que no.
Todo eso pasa.
Un símil fácil de esta relación con el idioma nuevo sería el cómo se siente uno cuando un novio nuevo le presenta a sus amigos: todo es pura jurisprudencia; todos lo conocen mejor que él y tienen la información no escrita, conseguida a base de años de ver y escuchar; la información que les da la confianza suficiente para tratarlo con toda naturalidad, mientras uno aún está en la fase del a ver qué pasa si toco aquí, a ver qué pasa si digo esto. Por otro lado, pobre de él que acabe desvaneciéndose esa fase que tiene tanto de fascinación por haber incorporado un elemento (novio o idioma, da igual) nuevo e importante a su vida, y pase a ser simplemente un colega más. Y viceversa, claro.
Conseguir la naturalidad sin perder la fascinación, ese vendría a ser el reto. Casi nada.
Yo me siento torpe en catalán.
ResponEliminaDe todos modos, Joseph Conrad era polaco.