Entonces, estamos de acuerdo en que agosto está siendo borrado de los calendarios. El concepto agosto, digo, y está bien porque a ver con qué derecho había aparecido ahí hace casi cuarenta años, traído un poco por las suecas con la única excusa del sur y la playa, y azuzado después por compañías aéreas y operadores turísticos que estaban que lo tiraban, a base de mensajitos de usted también puede sentirse rico, como en lata de sardinas, en su medio metro cuadrado de avión y de superficie para instalar la toalla, pero tirado a la bartola, que se lo ha ganado, hombre, todo el año trabajando... desconecte un poco, váyase, que para volver ya habrá tiempo y ese tiempo será en septiembre pero nunca, nunca, en agosto... A no ser que el concepto agosto, como este año, esté siendo borrado de los calendarios a base de indignaciones que no paran, de revueltas que no marchan de vacaciones, de vecinas que lanzan bolsas de basura por la ventana porque el volumen de la película no deja dormir a los niños (a ver cuándo había pasado eso un agosto a las once de la noche) y conversaciones en una terraza que acaban haciéndote soltar el te quiero menos pavo de la historia, en pleno agosto, mes en el que tradicionalmente lo último, lo último, era soltar un te quiero a no ser que hubiera una intención clara de encamarse, con la certeza de que septiembre, que ya no era agosto, estaba a la vuelta de la esquina.
Pero bueno, es que, por si no se habían dado cuenta, agosto está siendo borrado de los calendarios, e igual es porque nadie, desde un principio, debió colocarlo ahí, que la gente se acaba creyendo estas cosas y luego vienen las decepciones en forma, de nuevo, de un septiembre, este, esta vez, sin esperanza de que otro agosto vaya a volver, que es lo más terrible, o no, de todo este asunto de la reordenación del nuevo orden que no sé a ustedes pero a mí me tiene la vida un poco vuelta al aire.
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