-Mi jefe quiere que le pase una lista de cosas que hago durante el mes. Dice que no me oye hablar demasiado por teléfono y que como ahora todo se hace por internet y eso no deja rastro de papeles -rastro de papeles, dice- él no puede saber si hago mucho o poco. En el fondo, tiene un poco de razón; me paga por horas y supongo que estaría más tranquilo si oyera o notara actividad frenética en mi despacho durante la media jornada diaria que estoy allí encerrada. Más de una vez le he dicho he hablado con éste o estoy organizando esto otro, y me ha respondido, incrédulo, ¿Sí? Me estoy planteando seriamente empezar a aporrear el teclado del ordenador para que suene como si fuera una máquina de escribir en pleno delirio creativo, mío, o ponerme a cantar o a recitar rítmicamente los números de los albaranes que, a veces, me hace repicar en documentos exel para enviarlos después por mail a distribuidores y proveedores (él no tiene ordenador para hacerlo él mismo). Poner una campana a modo de chivato de las propinas de bar y hacerla sonar cada vez que descubro una crítica de un libro nuestro publicada en prensa también sería una opción.
El no sólo tienes que ser; también tienes que parecer que eres -consejo de mi madre rechazado infinitas veces por mí- parece que tiene sentido ahora más que nunca.
-Mi amiga S. está por aquí haciendo entrevistas de trabajo. Ha conocido a un tipo que, si la cosa va, será su próximo jefe: Alguien que no le mira a la cara cuando habla y al que parece no importarle un pito nada de lo que le cuenta. Está con ella en las entrevistas también una persona de la empresa de selección con la que parece que este tipo sí que comenta la jugada cuando S. se va. Luego le llaman y le dicen: le has gustado, pero dice que no acaba de verte capaz de soportar la presión. Yo le digo que se piense si realmente le apetece trabajar con este tío de jefe. Hoy ha ido a hacer otra entrevista a otra empresa. Hemos preparado el guión para cuando le den el trabajo de esta segunda empresa: debería -DEBE- llamar a la persona de la empresa de selección y, sin decirle que ya ha encontrado otro trabajo, debería -DEBE- decirle: Dile al tipo este que abandono el proceso, que no me interesa trabajar para alguien como él; no hay nada peor que tener un jefe maleducado. Eso es lo que debería decirle, de hecho, hoy mismo. Hace una semana, debería habérselo dicho ya.
-Qué extraño resulta cuando tienes línea directa con alguien, parece que sabes muchas sobre él y, de repente, te llegan noticias suyas por otro lado que te hablan de una persona distinta a la que tú crees conocer. A saber si el otro es siempre el mismo y lo que varía es la percepción de quien lo escucha, si el otro es quien cambia dependiendo de a quién tiene delante o si las dos cosas se dan un poco. Que abandonados estamos, en cualquier caso, tanto a los designios de nuestra percepción como a la voluntad de parecer del otro... Lo que me lleva a rechazar de nuevo el consejo de mi madre: a veces el parecer se convierte en una trampa -en muchas trampas- para quien es.
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