Aquí, intentando destilar el tipo dictador, me encuentro con Omar Torrijos, el panameño, diciéndole a García Márquez que 'El otoño del patriarca' es su mejor libro porque "es verdad, todos (los dictadores) somos así".
De un tiempo a esta parte, cuando quiero desviarme de ciertas líneas de pensamiento recurrente -que, de tanto recurrir, me empiezan a aburrir y mucho-, pienso en dictadores: de lo pequeño a lo grande, ya saben, al más puro estilo demagógico del ‘anda que preocuparte por eso con la cantidad de niños que mueren de hambre en el mundo...’, pero llevado al otro extremo; al de los delirios de grandeza en vez de al de los de miseria: ¿por qué no iba a funcionar la cosa a lo fastuoso si funciona a lo decadente? Y funciona; se lo juro: las pequeñas turbulencias de la vidita de una transpoladas a la dimensión dictatorial tienen un no sé qué de ridículo hiperdimensionado que llevan directas a dejarse de hostias.
Se me está mimetizando en la cabeza además, cada vez más y más cuanto más leo al respecto, la figura del dictador clásico con la clásica figura de la mujer despechada: con lo que yo he hecho por ti (país/marido) para que tú ahora me pagues con estas.
Y en esas ando: con todo esto pendiente de desarrollo, ciñéndome a dos máximas que últimamente mandan -mucho- en mi modus operandi, a saber: 'muypronto perodespacito' (Jojo dixit) y 'si sale con barba, San Antón, y si no, la Purísima Concepción' (Gemma dixit).
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