Un 14 de abril, Víctor colgó la bandera de la República en el balcón y ahí se quedó durante años, perdiendo color cada día y dejándose a cada golpe de viento hilos enganchados en los pinchos de la chumbera que teníamos también en el balcón.
Así en general, no se habla demasiado de la República. Y, cuando se habla, no se habla tanto de lo que fue sino casi siempre de lo que podría haber sido.
Leyendo Todo lo que se llevó el diablo, de Javier, hubo un momento en el que mi imaginación se saltó a la torera la historia que vino después y acabó pensando una España llena de pueblos como el que se inventó José Luis Cuerda. Pienso en Francia ahora, pienso si nosotros lo hubiéramos hecho mejor, y me acaban haciendo mucha gracia los mecanismos de negación de la realidad -los que te hacen ponerte en lo mejor en cuanto a lo que fue y en lo peor en cuanto a lo que se ha perdido- de la nostalgia.
Así que sí: Viva la República, la nuestra (la del libro de Javier), no la del vecino (aquella bandera del balcón, hecha unos zorros después de tanta historia.
Viva la República (y la sensatez, oiga).
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