Caleidoscopio roto.
Podría ser el título de la peor novela de la historia (acabaría siendo un bestseller y adaptada a serial de televisión, seguramente), pero de momento sólo es una cosa que yo tengo ahora mismo en casa: un caleidoscopio roto.
Mi gato tiene la manía o el instinto, no sé -porque nunca sé si mi gato las cosas que hace, las hace porque no puede evitar hacerlas o simplemente por tocarme las pelotas- de subirse al escritorio y pasearse por toda su superficie empujando con su pata, hasta que caen al suelo, todas las cosas pequeñas que encuentra en su camino. Luego, cuando tiene la superficie despejada, no crean que se tumba y se pega una siesta estirado todo lo largo que es, no: él salta al suelo también y busca cualquier otro rincón para ponerse a dormir.
No sé por qué tengo un caleidoscopio en casa (igual que no sé por qué tengo un gato, dos, de hecho, en casa). Cuando lo compré, vivía en otro piso y allí lo tenía al lado de la cama, en un estante clavado a la pared que hacía las veces de mesilla de noche. Me mudé, y el caleidoscopio vino conmigo. Ahora su sitio es una esquina del escritorio. Mi gato ya lo había tirado otras veces al suelo pero nunca, hasta hoy, se había roto. ¿Han visto ustedes alguna vez un caleidoscopio roto? Es la gran decepción. Es un tubo de cartón, un poliedro triangular con las paredes interiores forradas de espejo, dos círculos de plástico transparente y siete piececitas de plástico de colores que, tiradas por el suelo, no hacen ni pizca de gracia: te dan ganas de barrerlas y tirarlas a la basura antes que de volverlas a poner dentro del triángulo de espejos.
Cuando lo he visto todo ahí, desparramado, primero he pensado en el holismo (¡ah, qué gran bofetada de la realidad me supuso aquel experimento en primera persona!), luego he pensado en las ilusiones ópticas, en cómo, siendo tan tontitas ellas, consiguen causarnos una cierta sorpresa (tan tontitos somos nosotros también); y luego, en el carisma de ciertas personas, que aparecen y absorben tu atención y te enredan y te enganchan y te fascinan, hasta que te empiezas a fijar en los detalles y la fascinación se convierte en compadecimiento y, claro, he pensado en Gastby (Dios, pobre desgraciado) y en Britney Spears y en El Pequeño Ruiseñor, paradigmas todos del juguete roto. Y he vuelto a pensar en el holismo, pero esta vez en un holismo revertido; de fuera a dentro. Un retroholismo que en vez de hacerte decir "fíjate, parece increíble el buen resultado que da la suma de estas cuatro cositas tontas", te hace decir "fíjate, lo mucho que parece y en realidad está hecho de nada". Me ha interrumpido el despertador, ayer se me olvidó apagarlo, menos mal porque estaba a punto caer en el error tan mío de aplicar a mi persona todo esto que estaba pensando.
Una de dos: o aprendo a excluirme como objeto de mis divagaciones mentales sobre cualquier tema (¡tanto yo, yo y yo!) o doy a mis gatos en adopción.
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