Recuerdo que hace tiempo nos dio por jugar a una cosa muy nazi: elegíamos un punto geográfico, elegíamos una dirección, hacia el norte o hacia el sur, y toda la zona comprendida en nuestra elección desaparecía, se esfumaba. El juego tenía sus variantes: si no nos apetecía pensar demasiado, elegíamos sólo un país (no sé por qué Italia era uno de los más recurrentes); si estábamos enfadados con alguien, elegíamos sólo el barrio donde vivía ese alguien.
Era un juego de tarde de terraza de bar o de estar tirados en la hierba. Siempre empezaba con una pregunta, que solía hacer quien ya tenía pensada una zona o una persona a eliminar: "¿Jugamos a los nazis?". "Vale". "Punto geográfico: Tudela. Dirección: Sur".
No les he explicado que la desaparición de toda una zona implicaba que desaparecía TODO lo que había en aquella zona: personas, monumentos, historia, eventos futuros... Todo.
Entonces empezaba el debate: "¡Noooo, que fulanito se ha ido de fin de semana a Madrid!" "Pues lo siento". "Pero tía, ¡que nos quedamos sin el piso de Biarritz!" (los padres de fulanito tenían un piso en Biarritz). "Hombre, no pretenderás cargarte más de medio mundo y que no te afecte...". La cosa acababa estando llena de daños colaterales (los campamentos de verano, la Alhambra, los primos extremeños, Silvio Rodríguez -no pregunten, estábamos en esa edad-...), una vez elaborada la lista de los cuales, decidíamos si los asumíamos o no, o sea, si seguíamos adelante o no con nuestro plan de exterminio radical.
Visto ahora, este nuestro jueguecito particular me hace pensar que -aparte de ser unos bestias- no estábamos haciendo con él más que entrenarnos para algo que nos empezaba a preocupar: la toma de decisiones en la vida. Debíamos de estar entrando en plena postadolescencia y habíamos empezado a intuir que teníamos que empezar a hacer algo con nuestro futuro; que teníamos que empezar a definirnos. De una manera muy embrionaria sabíamos que esta autodefinición comportaría el ir dejando cosas por el camino. Y que este ir dejando cosas por el camino (ay, el piso de Biarritz), a veces, dolería, pero debíamos hacerlo si queríamos seguir adelante. Simplemente empezábamos a reaccionar sin saber ante qué reaccionábamos, de una manera instintiva: éramos como cachorros que juegan a pelearse y a cazar.
No sé por qué me he despertado pensando en esto precisamente hoy. Puede que esté en pleno proceso de hacer limpieza de aquello que ya no me aporta nada y que me tengo que quitar de encima para ir un poquito más ligera... Seguramente sí. Es lo que tiene el tener unas larguísimas vacaciones y el estar más que aburrida de ciertas cosas que ahora no les voy a contar.
¡Santo Dios!
ResponEliminaFíjese que nombres se perdían para siempre: Murchante, Cascante, Tulebras, Barillas, La Moyuela...
De repenta Malón de Echaide, el filósofo y los vinos de su nombre, al carajo.
¿Y el aceite de cascante!
Rezaré por su alma, pero no espere mucho de la caridad divina ante semejante pecado. Vaya usted probándose las cadenas de Teoidosio de Goñi.
Le diré, por si le consuela, que acabamos todos teniendo más mundo y siendo nada terroristas, cosa que, dada la coyuntura de la época, no es moco de pavo.
ResponEliminaDe todos modos, acataré la penitencia que sea. Vengan esas cadenas!
Ay y, hablando de Teodosio, me ha hecho usted pensar en el: "Síííí, síííí..." resignado que soltó mi abuela en San Miguel de Aralar, cuando le preguntaron de nuevo si quería a mi abuelo por esposo en su reboda de celebración de los cincuenta años de casados.
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