Que es más fácil la respuesta que la ofensa no es ningún secreto. Al final, quien ofende carga también con un grado de responsabilidad mayor o menor según la magnitud del asunto con el que cuenta desde el principio y que le hace planear a priori las reacciones de quien está al otro lado de la red.
Can Vies estaba planeado desde el principio como se planean todos los desalojos de casas okupas que han acabado siendo centros más o menos cívicos, cosa de barrio. Se va, se desaloja, la gente se enfada un día, igual dos, hasta cinco a lo mejor. Conforme va creciendo enfado de la gente, la respuesta a la ofensa toma un cariz que puede requerir, incluso justificar, una demostración de fuerza por parte de la autoridad. Y la autoridad está preparada: da un golpe de efecto, algo que no se ha visto hasta ahora: un cañón de sonido, máscaras de gas colgadas del cuello (¿y el gas? Nada, cosa disuasoria), un "encapsulamiento", lo llaman, de unos centenares de manifestantes en un chaflán. ¿Qué hacen los respondedores ante ese giro inesperado? Cruces, se hacen, y todos a dormir.
Si se hubiera quedado corto esta vez en sus cálculos el ofensor, entonces sí, a darle a la espita del gas; miren si contaban con eso también. Pero no fue necesario, y eso también lo sabían: Al quinto día del desalojo de Can Vies, ya había llovido, ya había vuelto el buen tiempo, ya estaba en marcha el Primavera Sound y los enfadados respondientes hasta le habían hecho parte del trabajo al Ayuntamiento ocupándose ellos mismos de retirar los escombros de la casa derribada en cuestión. Us felicito, fills. A veces los respondedores parece que se enrocan en querer dejar claro que ellos son los buenos, que el ofensor está siendo muy injusto con ellos. Y para de contar.
Miren qué pasa en los partidos de fútbol.
Cuando un equipo sale a ofender -a atacar- desde el minuto uno, o muy malos son y acaban marcándose goles en propia puerta o el equipo contrario se las apaña para girar las tornas y pasa él a atacar. Para cuando llegó el momento de pasar a atacar en la quinta noche del desalojo de Can Vies, allí no había nadie; alguna vecina, sola, dándole a la cacerola en el balcón, que es la rabieta que nos ha quedado de cuando éramos pequeños, aquella que la autoridad, hasta la más tonta, sabe ignorar como quien oye llover.
La noche famosa del "encapsulamiento" en Gran Via/Rocafort (la quinta noche), anduve por Gran Via prácticamente sola, hasta las mismas narices de primer mosso con máscara de gas que impedía el paso hacia lo que estaba pasando una manzana más allá. Me planté delante suya y le hice una foto. Ni se movió.
Una manzana más allá, lo que estaba pasando era esto
Una manzana más acá, nadie para responder.
Fin del partido. Goleada del ofensor.
Ha pasado otra cosa estos últimos días: ha abdicado el Rey. Tienen escrito también el guión estos mismos que hace tres días eran ofensores. Y lo tienen escrito en unos términos que más que ofensores lo que parecen ahora es organizadores de fiestas: sabían que la gente iba a responder y sabían también que no iba a hacer ni falta indicarles la hora de volver a casa. Ni máscaras de gas, ni cañones de sonido ni chaflanes reservados para encapsulamientos. ¿Que de repente nos ponemos a pedir un referendum? Como si no lleváramos pidiéndolo desde hace meses ya, para otras cosas, y lo único que hemos sacado en claro es que no nos lo van a dejar hacer.
La abdicación del Rey ha sido organizada en beneficio de los de siempre, que no somos nosotros, y nosotros la hemos entendido toda mal; hemos oído lo que hemos querido oír. Cambian un rey por otro y nosotros, angelicos, sólo leemos hasta Cambian. Juntamos monarquía con cambio y nos sale república, así de idiotas somos, así de optimistas, así de cómodos estamos no tomando responsabilidades, limitándonos a responder.
¿Qué necesidad había de que abdicara el Rey para salir a pedir la República? No paramos de obedecer.
¿Qué necesidad había de desescombrar Can Vies, de limpiar lo que ellos habían destrozado? No nos salimos del guión.
Al final, mi socio va a tener razón: soy una nostálgica. Él se piensa que pienso en Pamplona, pero es mucho peor: pienso en París. Y ni siquiera estuve pero sé que allí, con los adoquines, se hacía otra cosa que no era desescombrar: que allí, el respondedor se atrevió a aceptar la responsabilidad.