Pasa con Yorgos Lanthimos que agarra una serie de convenciones tan arraigadas en la sociedad que nadie, sólo él, se las replantea, y las presenta como un libro de normas impuestas que un grupo de personajes tienen que seguir a rajatabla en contra de su voluntad si quieren seguir viviendo.
En "Langosta" ("The Lobster") le da en pleno centro a las convenciones del amor. Y cómo.
El marco: una sociedad que no acepta al individuo solo, sin pareja. Gente aleccionada a base de micro escenas teatrales que demuestran que cenar solo, pasear solo, tiene siempre consecuencias catastróficas; hacerlo acompañado, en cambio, no.
El resultado: individuos forzándose a buscar la empatía con otros, eligiendo una vida condenada a mantener esa empatía a todo coste con tal de no acabar solos, autoconvenciéndose de que van a ser capaces de manerla a largo plazo, dispuestos a quitar de en medio a quien venga a decirles lo contrario, reafirmándose siempre con argumentos del tipo: "¿Qué es peor? ¿Darse golpes en la nariz de vez en cuando hasta sangrar o acabar muriendo solo?" Lanthimos desmonta convenciones complejas a base de ejemplos casi pueriles: el caso del personaje que se golpea la nariz hasta hacerse sangrar, porque busca la manera de enamorar a una mujer que habitualmente padece de hemorragias nasales espontáneas, inevitablemente trae a la cabeza del espectador casos reales de conocidos que cambian el discurso y se adaptan a quien en ese momento tengan delante si ven que con ellos podrían tener una vida compartida que igual, al menos eso nos dice constantemente la sociedad, hasta podría ser una vida mejor. Todos somos casi todos los días testigos de casos así. Y sería de muy burros pensar que todo esto solo le pasa al vecino: las pelis de Lanthimos incomodan porque habla de una sociedad integrada por el propio espectador también.
Es imposible salir de ver la peli sintiéndote bastante idiota, sintiéndote bastante como si te hubieran señalado algo que haces mal y, lo peor -y aquí está lo demoledor de la segunda mitad de la película-, sintiendo que esa cosa que acabas de descubrir que haces -que hacemos- tan mal está tan arraigada, forma ya tanto parte de tu identidad, de la de la sociedad, que nunca, nunca la vamos a poder cambiar.