La hija de unos amigos de mis padres está en la cárcel por pertenecia a banda armada, adivinen a cuál.
Tiene veintipocos años. Por lo que me han contado -las referencias que tengo son las que me cuentan mis padres y vienen de los suyos-, su hermano ha dejado de hablarle y de hablar de ella si no es para soltar improperios. Sus padres no. Su madre, en concreto, va a verle lejos de Pamplona cada vez que tiene permiso de visita. Dice que está bien, que, como se ha puesto a estudiar, tiene sus privilegios; que en la cárcel tienen unas instalaciones, que si polideportivo que si biblioteca, y que hace falta hacer méritos para utilizarlas. Por lo visto también, cuando le pregunta (su madre) cosas que preguntan las madres como ¿por qué nos has hecho esto?, ella responde: lo he hecho por vosotros y por vuestros nietos; para que tengan un futuro mejor. Ésa fue una de las primeras cosas que contó su madre a sus amigos, a mis padres, cuando por fin empezaron a hablar del tema.
Antes de empezar a hablar del tema, pasaron unos meses que, primero, no salían de casa; después, cuando aparecían por el barrio a tomar potes, los amigos cambiaban de tema -de monotema- y hablaban de cualquier otra cosa si hablaban, que mi madre también me decía que al principio aparecían con unas caras hasta el suelo y no abrían la boca.
Hace poco, mi madre me contó que su amiga había empezado a decir que lo de su hija era una injusticia, que ella no había matado a nadie. Y es verdad: no ha matado a nadie. Supongo que ese dato es algo a lo que una madre tiene que aferrarse si no quiere morir o matarse directamente cuando ve el nombre de su hija en una lista de posibles futuros asesinos o colaboradores de asesinos. Es un poco el equivalente al nimio consuelo este tonto pero real del "por lo menos ha sido rápido" cuando, en un visto y no visto, se te muere alguien de cáncer.
No sé cómo habrá caído lo de la tregua en casa de los amigos de mis padres. Lo que sí que sé es que, en Pamplona, estas cosas lo que tienen es que cuando ves la noticia, en seguida le pones nombres, apellidos y caras al asunto. Igual que hace unos años, cuando leías la noticia de un asesinato, casi que respirabas tranquilo cuando al acabar de leer no habías puesto nombres, apellidos y caras al asunto ni por la parte del muerto ni por la del matador.
Ahora me viene a la cabeza mi padre en el momento en que le puso cara de amigo a un muerto en 1998.
No sé. Es todo muy así. Tan así que uno acaba leyendo que si ahora tregua, que si ahora no, y es como si oyera llover. Y es que cuando lo que viene a la cabeza al oír llover son muertos y gente de veintipocos encerrada en la cárcel, ya les digo yo que llevar o no llevar paraguas es lo de menos.
(Por lo que veo, el sentimiento del clap-clap-clap desganado es compartido)