Esta tarde me ha dado así como un arranque y he pensado: voy ahora mismo a comprarme el libro del Cabré. Entonces me ha llegado por mail este link publicitario del Lidl (estoy apuntada a la newsletter del Lidl porque es el único sitio, que yo sepa, en Barcelona en el que venden buttermilk, que es un ingrediente fundamental para el frosting de las cupcakes. -¿Qué? ¿Cómo se han quedado?-).
Recibir ese mail en ese momento ha sido como si me soltaran un gran 'que no, tonta, ¿qué te vas a ir a comprar el libro del Cabré? Haz mejor cualquier otra cosa que implique la utilización de una herramienta de aire comprimido y el resultado, pase lo que pase, será o más práctico -si la cosa va bien- o más espectacular -si la cosa acaba en urgencias'.
Así que, de momento, no me he comprado el libro del Cabré.
Pero yo noto que tengo que hacerlo, comprármelo y leérmelo, porque, como le he dicho a Abel luego tomando una cerveza: me estoy cargando de tantos prejuicios que, conociéndome como me conzoco, si no me lo compro y lo leo, voy a acabar soltando aquí una rajada sin ton ni son sobre lo que me parece, y solo me parece, que es el asunto. Y no es plan, oye, que a lo mejor estoy equivocada y resulta que lo que soy es una sospechosa (agente, no paciente), y me estoy dejando llevar por la conspiranoia así sin más.
Me he puesto muy nerviosa, tengo esa tendencia, ya ven, así que cuando he llegado a casa, me he tenido que poner el último episodio de la primera temporada de Torchwood, que se titula El fin del mundo, en el que se abre una superbrecha en el tiempo en la zona de Cardiff (UK). Y es que, quieran que no, una brecha que se abre en el tiempo y amenaza con acabar con the world as we know it, es de ese tipo de cosas que ayudan bastante a relativizar a Cabré, a las herramientas de aire comprimido, a las cupcakes y a lo que sea.
He dormido como una bendita.