Los pelos de punta del repelús, se me han puesto con las dos primeras imágenes (las dos cenas) que describe este artículo. Cambien Mas y Rubalcaba por Berlusconi y por Gadafi y verán cómo aunque automáticamente cambia la pinta de las señoras que se habían imaginado en primer lugar, la cosa les sigue produciendo el mismo repelús.
Tienen estas imágenes un no sé qué de "Jesulín torea para tres mil mujeres en la Maestranza", que uno ve sujetadores volar automáticamente. Uno también ve cincuentonas de peluquería y traje chaqueta gritando "¡guapoooo!", como si les fuera la vida en ello. También puede imaginarse uno señoras de metro y medio de alto colgándose del cuello del candidato, torciéndole la corbata, haciéndole inclinarse para plantarle un besazo pintor de carmín en la mejilla, y la sonrisa forzada y el juego de cervicales del susodicho ejerciendo fuerza en el sentido o puesto de la que ejercen los brazos de la fan desatada, para no perder el equilibrio y no caer con ella rodando por el suelo, cosa que provocaría inmediatamente una avalancha de cuerpos y manos haciendo ver que van ayudar pero con la intención primera mal disimulada de tocar chicha.
El candidato muere aplastado bajo el peso de trescientas señoras enfervorecidas. Se han reportado ciento cincuenta cardados echados a perder, cincuenta pares de medias rotas y una cadera fracturada de una votante octogenaria venida para la ocasión directamente de Fresnedilla del Campo. Pero qué felices todas, tú.
Pero bueno, el dato importante no es ese: el dato importante es que a Mas le organizaron una con 1.000 y en cambio, la de Rubalcaba fue solo de 150. ¿Quién es más macho, eh, quién? Bueno, bueno, no se dejen engañar: la de Mas fue hace tiempo, cuando no había crisis y en tiempos de campaña se comía caliente todos los días.
Sean 1.000, sean 150, da igual de cosica imaginarse a las señoras arreglándose en casa antes de salir para la cena: han dormido mal esa noche, así, por los nervietes; llevan una semana pensando qué se van a poner, haciendo bromas con las amigas, sonriéndose nerviositas por los comentarios socarrones del marido y los cuñaos, quedando con la vecina para ir juntas, que solas les da vergüenza y, lo peor de todo, creyéndose importantes y jóvenes y guapas: igualico igualico que el efecto de la cena de Navidad de la empresa en el contable que nunca sale, que le tiene el ojo echado a la secretaria y que otra vez, como el año pasado, el anterior y el anterior, va a acabar trincándose una botella de vino entera él solo durante la cena y vomitando, en el lavabo y no directamente encima de la secretaria, con un poco de suerte, antes de que le traigan los postres.
Qué felicidad más tonta, qué manera más ruin de conseguir votos a costa del sentimiento de pertenencia al grupo, a costa de repartir solo un poquito de eso: de mimitos de campaña.