Si en el momento en que un editor te dice que se ha leído un cuento tuyo en el metro a ti te da un vahído por visualizar ese cuento impreso en papel en manos de un editor, es que estamos ante un caso inequívoco de pusilanimidad extrema. Sí: la mía.
(Al editor no le ha gustado el cuento, por cierto, y yo estoy aún medio mareada).