Dietario de la tienda. Día 2
Instrucciones del jefe: Manoli y él atienden a los clientes. Yo me quedo en la caja.
La tienda es estrecha y a la que estamos tres atendiendo nos molestamos. Si hay dos clientes, los atienden ellos; si hay tres, yo puedo atender; si hay más de tres, yo a la caja, ellos los van ventilando y yo les voy cobrando entre sonrisas y ¿espararregalos? varios. Un día de mogollón en rebajas de verano, atendíamos y cobrábamos todos: fue el caos (reina), también un poco porque nadie doblaba nada de lo que había desdoblado y aquello parecía el contenedor del Raval el día que toca vaciar los pisos de las abuelas, que Dios las tenga en su gloria.
Así que yo me quedo en la caja.
Quedarse en la caja tiene un pro y un contra:
El contra: hace un frío que pela. La caja está al lado de la puerta (del hueco donde debería ir la puerta, que no hay, que es solo la persiana). La máquina de aire caliente está encima de la puerta, enfocada hacia el interior de la tienda. La caja, o sea, yo, está justo en el punto ciego de la máquina de aire caliente que está encima de la puerta, en su culo, vaya, sí: no llega el aire caliente. Sí llega el aire frío que entra por el hueco en el que debería haber una puerta.
El pro, que es interesantísimo a la par que perturbador: oigo las conversaciones de la gente que viene a acompañar a la gente que viene a comprar. A veces (la mayoría) viene el señor con su señora; estos, nada, entran juntos. Pero otras veces (no tantas) vienen el señor, la señora y los hijos (entonces los hijos se quedan al lado de la caja, esperando); otras, el señor, la señora y un hijo o una hija (eso pasó una vez y la señora le dijo a la cría: quédate con esta chica. La niña, de unos 8 años, y yo nos miramos en plan ¿y yo qué hago ahora contigo? un rato, hasta que la puse a doblar camisetas, en serio, la puse a doblar camisetas que luego tuve que volver a doblar yo porque ella se pasaba la perfilación por el forro, pero bueno, por lo menos dejó de mirarme con esa cara de lo que era: una niña abandonada); otras veces, como ha pasado hoy, vienen el señor, la señora, la amiga de la señora y dos bebés en sendos cochecitos.
El señor era del tipo presumido y rico: ha pasado al fondo de la tienda, se ha probado pantalones, camisas, jerseys y americanas y lo quería todo; se lo ha llevado casi todo, de hecho. La señora, que debía de conocerlo a fondo, si no no me explico cuánto se parecía al señor ese bebé al que ella le llamaba cariño y que a ella le llamaba mami, le ha recordado a su amiga que tenía que ir a la farmacia. ¿Tú no tenías que ir a la farmacia?, le ha dicho. La amiga ha dicho que sí. Papá, ha gritado ella hacia el señor y Manoli, confirmando mi teoría de que lo conocía a fondo, que tenemos que ir a la farmacia. Él ha dicho un momento o algo así. Ella ha empezado a pegar golpecitos en el suelo con el zapato y a levantar las cejas y a hacer caídas de ojos mirando a su amiga. Bueno, tampoco tengo prisa, ha dicho la amiga. Entonces ella, la señora, ha hecho dos cosas, lo juro, que lo he visto: primero, le ha encasquetado el gorro al bebé hasta las orejas, luego ha vuelto a gritar papá y cuando el señor ha mirado le ha dicho señalando al bebé: nos vamos que este está muerto de calor y se está agobiando. Te esperamos en la farmacia. Vale, ha dicho el señor. Y se han ido. Y el señor se ha quedado en la tienda con Manoli.
Yo me he quedado en la caja pensando que qué fuerte y a la vez qué normal utilizar así al niño como argumento indiscutible, me he acordado de una vez que puse como excusa que mi abuela estaba mal para saltarme un examen de francés para el que no había estudiado nada. Mi abuela tenía alzheimer: estar fatal era su estar normal: yo sí que estuve fatal hasta que no me quité el examen de encima, joder, qué cargo de conciencia, no volví a hacerlo nunca más (suspendí francés), claro que mi abuela duró poco más (la profesora de francés se sintió fatal por mí cuando murió), claro que yo estaba jugando con el alzheimer, que son así como palabras mayores. La señora de esta tarde simplemente se ha asegurado de agobiar al niño antes de decirle a su marido que el niño se estaba agobiando: claro que se estaba agobiando (ellos sí estaban a tiro de la máquina de aire caliente), pero es que les quedan por delante muchos años de niño a estos dos, muchos años de no decir la verdad, de no decirle ella a él que, siendo del tipo presumido y rico, casi que prefiere quedarse en casa mientras él va a comprar ropa...
A ver si al final va a resultar que no se conocían tan a fondo.
A ver si al final va a resultar que el niño, cuando tenga los brazos lo suficientemente largos para quitarse y ponerse el gorro él solito, los mandará a la mierda y los dejará solos, el uno con el otro, tendrán que empezar, entonces sí, a conocerse a fondo y descubrirán que no se soportan ni cuando no van juntos a comprar ropa.