dilluns, 30 d’abril del 2012

Me dicen después de haber leído una de las entradas de hace unos días:

¿Crees que esto lo habrá leído tal?

Respondo:

Me importa un pito.

Bien, es más compleja la cosa. Si fuera chascarrillo, lo que yo escribo por aquí, igual debería replanteármelo todo. No lo es. De hecho, creo que se trata de un trabajo de sublimación del chascarrillo, más bien; de asimilación. De intentar entender las miserias que le pasan a uno proyectándolas a una dimensión más universal. Es más: sé que tengo un mal día cuando pienso que esto va precisamente en dirección contraria. Entonces, si ando bien de reflejos, borro todo lo que he escrito. Si no, la cago.

Así que si tal ha leído esto, me da igual: yo lo he leído veinte veces más y le he visto un sentido mil veces más amplio que la simple posibilidad de que tal se sienta ofendido por lo que acabo de escribir.

Lo óptimo es que el lector haga el mismo trabajo de proyección. Si se queda en el chascarrillo, se ha equivocado de sitio. Le sugiero como lectura el libro de la Sánchez Vicario, por ejemplo: pensará mal, acertará y todos contentos. Si siguen leyendo esto en ese tono tan banal, parafraseando a Cuerda: están leyéndome mal y me lo van a estropear todo.

Jopé, ¿saben que esta es una de las cosas que más me ha costado superar de toda esta historia de escribir? Solo espero que mi señora madre, si llega a leerme, lo entienda en seguida.