Me encuentro con Roser, una conocida de mis jefes -ellos me han hablado de ella muchas veces-, voy a saludarla y me presento. Me pregunta por ellos, dice que hace tiempo que no los ve, se interesa por la cadera de él y me dice 'claro, claro' cuando le digo que ella, mi jefa, también está en el despacho con nosotros. Me sorprende que no se hayan visto en tanto tiempo: ellos hablan de Roser como si se hubieran encontrado antes de ayer; se lo comento y responde que claro, a sus edades el tiempo...
Mis jefes rondan los ochenta años, Roser también los debe de tener. A los ochenta, el tiempo...
Últimamente hablo mucho con Mar sobre la gente que se va quedando en el camino. La gente a la que dejas de ver, quiero decir. Yo lo llevo muy mal, por eso hablo con Mar sobre ello, porque hay una idea que me obsesiona: ¿qué pasa si yo o esa persona nos morimos de repente? ¿qué pasa si no nos volvemos a ver nunca más, jamás? Ya, ya: suena tremendo, pero bueno, puede pasar y cuando pasa, lo primero que piensas es en la última vez que viste a aquella persona. ¿Y si la última vez fue una mierda? ¿Y si fue un desencuentro brutal?
Yo no sé si a los ochenta voy a ser capaz de no tomarme todas las veces como posibles últimas veces y seguir viviendo tan tranquila. Supongo que la templanza de no hacerlo es parte de aquello a lo que llaman sabiduría de la vejez, igual que parte de la sabiduría de la vejez debe de ser experimentar un cierto cambio de la gestión del tiempo, que esto también lo he visto que pasa: parece que llega un momento en el que manejas el tiempo pasado y el tiempo futuro por su cantidad, el tiempo presente, en cambio, lo valoras por su calidad. Lo veo cuando mi jefa le abre la puerta a cualquier proveedor: inmediatamente, aunque el individuo en cuestión haya aparecido por allá simplemente para entregar cualquier historia, le sirve un café, le hace sentar y habla con él de su familia, de las elecciones, del tiempo y de las vacaciones; mi jefe, en cambio va directo al trabajo, elimina toda retórica, ir al grano es su moto.
Mi jefa alarga el presente: creo que debe de ser más de las que piensan en las veces como posibles últimas veces; mi jefe tiene muy presente en cambio la brevedad del futuro: él no debe de pensar demasiado en el ¿y si no lo vuelvo a ver?
Yo mientras, les oigo hacer desde mi despacho, intentando entender las cosas antes de tiempo y acabando sintiéndome un poco, como siempre, en este plan: