(El lamento del martes).
Cuando una vive rodeada de gente fascinada por lo que hace y, además, tiene cierta tendencia a empatizar hasta con el cyclamen del balcón, la vida acaba siendo como la del gato que decide ir a comer y, en el camino hacia el plato, se le cruza, volando, una polilla: El plato y el hambre siguen ahí, pero ya no hay otra cosa que perseguir a la polilla, y ¿ustedes han visto cómo vuela una polilla, tan sin rumbo? Pues una venga a lanzar zarpazos, soñando que vuela con ella.
Hay demasiadas polillas en el mundo.
No sé si ustedes entienden lo frágil que se vuelve todo al vivir en tan constante estado de fascinación.