Pobre Pere Navarro.
La cosa se entiende mejor si se tiene
en cuenta que, para Navarro, referirse al proceso independentista
catalán como una “segunda transición” debe de ser algo así
como tragarse un sapo hinchado; para compensar, tiene que escupir
acto seguido algo gordo, y entonces suelta lo de la monarquía
arbitrándolo. Es así: la gente se ha puesto a escupir porque está
empezando a tragar(se) cosas. Yo estos últimos días he estado
cambiando mails con un amigo anti-independentista que, hasta ahora,
no había querido saber nada del tema; el otro día en cambio, yo le
propuse debate y él me dijo que de acuerdo pero que, como única
condición, me pedía que no le hablara en catalán. Y, aunque sin
compartirlo nada, yo puedo llegar a entender un poco que él cede
terreno admitiendo el tema como tema, cosa que hasta ahora no estaba
dispuesto a hacer, pero, hey, ojo, con condiciones que disimulen lo
que según él sería la gran bajada de pantalones propia.
Porque lo sienten como una bajada de
pantalones, todo esto algunos. El simple hecho de reconocer que a lo
mejor sí está pasando algo, que a lo mejor esto ha dejado de ser
una cosa obviable o rebatible simple sarcasmo y/o porrazo mediante,
ya es para algunos toda una claudicación. Una claudicación más
gorda que contradecirse a uno mismo, cosa que al final siempre puede
justificarse con un 'me contradije porque era mío', que encima te
recubre de humanidad a ritmo de latinajo; errare humanum lalalá.
Pero ante el otro, ¿bajarse los pantalones del todo?, ah, no: eso es
de maricas. Desabrocharse la bragueta, igual, pero no sin plantarse
antes unos tirantacos esperpénticos, cuanto más mejor, así todo el
mundo se centra en ellos y no en el hecho de que andan ya medio
enseñando el culo.