-Preste atención, se lo ruego. Vayamos a los hechos. Una tal Maria Tataróvich abandona su patria. Después de lo cual, Maria Tataróvich, mire usted por dónde, pide que la dejen regresar... Uno tiene la impresión de que para algunos la patria es como si fuera una magnitud cambiante. Hoy quiero y me marcho, en cambio mañana me lo pienso mejor y vuelvo. Como si estuviéramos en una tienda de comestibles o en el mercado. Y sin embargo, no se ofenda usted, entretanto se ha cometido una vil traición. Y por consiguiente, hay una culpa que expiar. De modo que, solo después de expiarla, ciudadana Tataróvich, se decidirá si se la deja volver. O no se le concede el permiso... Pero incluso en caso favorable, la decisión demandará, no lo olvide usted, de una condescendencia ilimitada. Pues sepa usted que hasta el humanismo socialista tiene sus límites.
-Y tanto que los tiene- afirmó convencido Zhora.
Se produjo una pausa. Se oía el aire acondicionado. La nevera se ponía a vibrar a cada momento.
Marusia preguntó insegura:
-¿Y qué me aconseja usted entonces?
Kókorev tardó en responder, pero luego dijo:
-Pues escriba algo, Maria Fiórdorovna.
-¿Qué?
-Un artículo, una nota, o algo similar.
-¿Yo? ¿Sobre qué?
-Pues sobre todo. Exponga con detalle tal como sucedió todo. Cómo vivía usted sin problemas ni contratiempos. Cómo calaron en su mente las conversaciones con Tsejnovítser. Y cómo luego dio usted este mal paso. Cómo ahora se arrepiente de su decisión... ¿Está claro? Comparta con los demás sus ideas...
-¿Y de dónde las saco?
-¿De dónde saca qué?
-Las ideas.
-Las ideas se las soplo yo- intervino Zhora.
-Las ideas no son problema- coincidió Kókorev.
Balíev inesperadamente observó:
-Unos tienen ideas, otros ideólogos.
-Bien- dijo Musia -. Supongamos que escribo todo eso. ¿Y después qué?
-Después lo publicaremos. Su caso servirá de lección para los demás.
-¿Quién lo publicará?- preguntó Marusia.
-Cualquier revista. ¡Con nuestras recomendaciones! Aunque sea la Literatúrnaya gazeta.
-O el New York Times- añadió Zhora.
-Pero si yo no sé escribir.
-Hágalo como pueda. Al fin y al cabo, no son versos. Aquí lo importante son los hechos. Y si hace falta, ya lo redactaremos.
-Mujer- espetó con cara de payaso Zhora -, no te hagas de rogar y acepta.
-Se lo pediré a Dovlátov- dijo Musia.
-¿A quién?
-¡No me digan que no conocen a Dovlátov! Escribe como Turguénev. Mejor incluso.
La extranjera. Serguey Dovlátov. Ikusager Ediciones, 2008.
diumenge, 30 d’octubre del 2011
dissabte, 29 d’octubre del 2011
Hay un episodio de Twin Peaks en el que el Agente Cooper se marca una loa al amor por la vida que ha encontrado en ese mismo pueblo al que ha llegado a investigar un asesinato del que pocos, en un principio, escapan de sospechosos y cuya investigación va destapando, una tras otra, personalidades maléficas entre los habitantes del supuesto pueblo del amor.
Hay otro, en el que Bobby, el novio de Laura Palmer, la asesinada, entra en furia y grita hipócritas, hipócritas, a toda la gente que se ha reunido para el funeral, después de que el cura cante las bondades y la belleza de la muerta en cuestión.
Y otro, en el que el mismo Bobby le cuenta al psicólogo (qué gran personaje el del psicólogo), cómo la muerta, que para todos era una especie de dechado de virtudes, en realidad vivía de sacar lo peor de las personas, moviéndolas siempre a hacer cosas terribles que ni siquiera sabían que eran capaces de hacer.
Twin Peaks me supera. Creo que hace casi veinte años, cuando lo pasaban por la tele, me quedaba corta al pensar que, si no podía ver un episodio entero sin apretar el OFF del mando a distancia cada vez que la imagen empezaba a saturarse de color y el ambiente empezaba a ponerse un poco espesito, era porque los sueños del Agente Cooper y las visiones de la madre de Laura me mataban de miedo y me provocaban el levantarme de un salto del sofá para hacer el trayecto hasta mi habitación encendiendo todas las luces -pasillo, lavabo, habitación- que tenía por delante en mi recorrido, antes de apagar todas la luces -salón, pasillo, lavabo- que en mi recorrido iban quedando atrás.
En Twin Peaks hay algo más que rojos subidos y ambientes enrarecidos que hace estrechar el nudo en el estómago: hay una ignorancia de los conceptos de bondad y maldad generalizada entre los personajes. Todo el mundo tiene sus cositas tan relativizadas que todo el mundo pasa por ser así como es, ni bueno ni malo, y punto. Sólo cuando hay una prueba material de la maldad -el cadáver de Laura Palmer- y cuando llega alguien foráneo capaz de apreciar la bondad, la belleza y el placer -el agente Cooper-, empiezan a estar más claras las cosas, más definidas las personas.
Esa ignorancia, ese aislamiento de los 51.201 habitantes de Twin Peaks (¿se han fijado que no hay niños en la serie? ¿No suelen ser los niños quienes tienen siempre clara la distinción bueno-malo, quienes no admiten matices?) son los que provocan que Bobby, el novio de Laura Palmer, que es un bully de insituto de manual al principio de la serie, solo una vez muerta ella pueda tomar conciencia de que aquello que ella le empujaba a hacer era pura maldad; o que Jacques cuente entre risas cómo Leo disfrutaba viendo cómo Waldo, el pájaro hablador, se liaba a picotazos con Laura antes de morir esta. Bobby hacía lo que hacía simplemente por ser el novio de Laura, Leo ató a Laura a la silla simplemente porque ella se lo pidió y él disfrutaba con aquello, y Jacques reía porque aquella tarde, antes de que hubiera ningún cadáver, aquello era una fiesta. Sin más, sin juicios: cada uno estaba en su papel luego todo estaba bien.
Esa ignorancia es la que ahora, veinte años después, me haría correr a dormir si no me pudiera la curiosidad. Esa ignorancia da más miedo que todos los enanos del mundo bailando melodías inquietantes entre cortinas rojas. Esa justificación de la maldad, ese yo soy así y no le des más vueltas, ese conformismo en el que uno se queda atascado cuando, por fin, por aislamiento ha acabado perdiendo toda la perspectiva o por haber ido demasiado lejos ya ni siquiera llega a alcanzar con la vista una referencia más o menos objetiva; cuando ha llegado, en fin, a un punto de no retorno en el que todo lo mide y lo valora según intenciones y motivos puramente personales. Y da miedo en Twin Peaks, esa ignorancia, pero es que aún lo da mucho más en la vida real.
Hay otro, en el que Bobby, el novio de Laura Palmer, la asesinada, entra en furia y grita hipócritas, hipócritas, a toda la gente que se ha reunido para el funeral, después de que el cura cante las bondades y la belleza de la muerta en cuestión.
Y otro, en el que el mismo Bobby le cuenta al psicólogo (qué gran personaje el del psicólogo), cómo la muerta, que para todos era una especie de dechado de virtudes, en realidad vivía de sacar lo peor de las personas, moviéndolas siempre a hacer cosas terribles que ni siquiera sabían que eran capaces de hacer.
Twin Peaks me supera. Creo que hace casi veinte años, cuando lo pasaban por la tele, me quedaba corta al pensar que, si no podía ver un episodio entero sin apretar el OFF del mando a distancia cada vez que la imagen empezaba a saturarse de color y el ambiente empezaba a ponerse un poco espesito, era porque los sueños del Agente Cooper y las visiones de la madre de Laura me mataban de miedo y me provocaban el levantarme de un salto del sofá para hacer el trayecto hasta mi habitación encendiendo todas las luces -pasillo, lavabo, habitación- que tenía por delante en mi recorrido, antes de apagar todas la luces -salón, pasillo, lavabo- que en mi recorrido iban quedando atrás.
En Twin Peaks hay algo más que rojos subidos y ambientes enrarecidos que hace estrechar el nudo en el estómago: hay una ignorancia de los conceptos de bondad y maldad generalizada entre los personajes. Todo el mundo tiene sus cositas tan relativizadas que todo el mundo pasa por ser así como es, ni bueno ni malo, y punto. Sólo cuando hay una prueba material de la maldad -el cadáver de Laura Palmer- y cuando llega alguien foráneo capaz de apreciar la bondad, la belleza y el placer -el agente Cooper-, empiezan a estar más claras las cosas, más definidas las personas.
Esa ignorancia, ese aislamiento de los 51.201 habitantes de Twin Peaks (¿se han fijado que no hay niños en la serie? ¿No suelen ser los niños quienes tienen siempre clara la distinción bueno-malo, quienes no admiten matices?) son los que provocan que Bobby, el novio de Laura Palmer, que es un bully de insituto de manual al principio de la serie, solo una vez muerta ella pueda tomar conciencia de que aquello que ella le empujaba a hacer era pura maldad; o que Jacques cuente entre risas cómo Leo disfrutaba viendo cómo Waldo, el pájaro hablador, se liaba a picotazos con Laura antes de morir esta. Bobby hacía lo que hacía simplemente por ser el novio de Laura, Leo ató a Laura a la silla simplemente porque ella se lo pidió y él disfrutaba con aquello, y Jacques reía porque aquella tarde, antes de que hubiera ningún cadáver, aquello era una fiesta. Sin más, sin juicios: cada uno estaba en su papel luego todo estaba bien.
Esa ignorancia es la que ahora, veinte años después, me haría correr a dormir si no me pudiera la curiosidad. Esa ignorancia da más miedo que todos los enanos del mundo bailando melodías inquietantes entre cortinas rojas. Esa justificación de la maldad, ese yo soy así y no le des más vueltas, ese conformismo en el que uno se queda atascado cuando, por fin, por aislamiento ha acabado perdiendo toda la perspectiva o por haber ido demasiado lejos ya ni siquiera llega a alcanzar con la vista una referencia más o menos objetiva; cuando ha llegado, en fin, a un punto de no retorno en el que todo lo mide y lo valora según intenciones y motivos puramente personales. Y da miedo en Twin Peaks, esa ignorancia, pero es que aún lo da mucho más en la vida real.
dimecres, 26 d’octubre del 2011
Talk about darle la vuelta a la tortilla.
Ayer tuve un momento de lucidez en la radio: antes y después de entrar en antena (yo preferiría tener estos momentos mientras estoy en antena pero no, ya ven, ahí dentro solo consigo que me tiemble la voz y no ser capaz de escuchar nada de lo que pasa ni antes ni después de mi intervención: así no hay manera de parecer inteligente de cara a la galería, qué le vamos a hacer).
Miren, ayer estaba esperando con Marina Espasa para entrar en el estudio, las dos ahí, sentadicas, esperando a que nos llamaran para hablar de libros, cuando viene la productora del programa y nos pregunta si queremos tomar algo. Agua, digo yo; agua yo también, dice Marina. La productora se va a buscar los botellines y yo le digo a Marina: Dios mío, ella es yo hace unos meses.
Entramos, decimos la nuestra, acabamos, nos levantamos y vemos en el estudio a Eva Cuenca. Meten la canción, cierran los micros para hacer el cambio y Eva nos dice: ¡míralas, qué graciosas! Ay, nos preguntábamos qué habría sido del equipo (del equipo de L'hora del lector, que era donde trabajábamos Marina y yo hasta hace unos meses). Eva Cuenca trabaja en Random House Mondadori, la conocemos porque había venido unas cuantas veces al programa a acompañar a escritores. Nos pregunta qué hacemos ahora: Yo trabajo en una editorial, le cuento.
Zas: yo soy la chica que atiende a los invitados, yo soy la chica que recibía a Eva Cuenca cuando venía a la tele; ahora yo soy Eva Cuenca; sí, claro, ya me gustaría..., dejémoslo en que voy a la radio y trabajo en una editorial; yo soy también el escritor al que acompaña; bueeeeno, dejémoslo en que tengo una editora a quien le envío textos que, por lo visto, acabarán siendo un libro.
¿Se dan cuenta? Me he pasado al otro bando: he hecho casi sin planearlo un salto de 180 grados, estoy al otro lado de la barrera y lo fuerte es que tengo la sensación de que yo no me he movido del sitio, de que simplemente he levantado los pies y ha sido el mundo el que se ha dado la vuelta antes de que yo volviera a bajarlos.
Yo a veces tengo la sensación de que no soy yo quien se mueve sino todos los demás quienes cambian de sitio. A veces pienso que tengo mucha suerte y otras que tengo mucho morro. Otras veces también me da por pensar que debería poner orden, que debería decir: quietos todos, ahora me muevo yo.
Lo que no logro conseguir, desde hace unos meses, es borrar de mi cara esta expresión de sorpresa, así como de que todo esto que está pasando me hace muchísima gracia.
Ayer tuve un momento de lucidez en la radio: antes y después de entrar en antena (yo preferiría tener estos momentos mientras estoy en antena pero no, ya ven, ahí dentro solo consigo que me tiemble la voz y no ser capaz de escuchar nada de lo que pasa ni antes ni después de mi intervención: así no hay manera de parecer inteligente de cara a la galería, qué le vamos a hacer).
Miren, ayer estaba esperando con Marina Espasa para entrar en el estudio, las dos ahí, sentadicas, esperando a que nos llamaran para hablar de libros, cuando viene la productora del programa y nos pregunta si queremos tomar algo. Agua, digo yo; agua yo también, dice Marina. La productora se va a buscar los botellines y yo le digo a Marina: Dios mío, ella es yo hace unos meses.
Entramos, decimos la nuestra, acabamos, nos levantamos y vemos en el estudio a Eva Cuenca. Meten la canción, cierran los micros para hacer el cambio y Eva nos dice: ¡míralas, qué graciosas! Ay, nos preguntábamos qué habría sido del equipo (del equipo de L'hora del lector, que era donde trabajábamos Marina y yo hasta hace unos meses). Eva Cuenca trabaja en Random House Mondadori, la conocemos porque había venido unas cuantas veces al programa a acompañar a escritores. Nos pregunta qué hacemos ahora: Yo trabajo en una editorial, le cuento.
Zas: yo soy la chica que atiende a los invitados, yo soy la chica que recibía a Eva Cuenca cuando venía a la tele; ahora yo soy Eva Cuenca; sí, claro, ya me gustaría..., dejémoslo en que voy a la radio y trabajo en una editorial; yo soy también el escritor al que acompaña; bueeeeno, dejémoslo en que tengo una editora a quien le envío textos que, por lo visto, acabarán siendo un libro.
¿Se dan cuenta? Me he pasado al otro bando: he hecho casi sin planearlo un salto de 180 grados, estoy al otro lado de la barrera y lo fuerte es que tengo la sensación de que yo no me he movido del sitio, de que simplemente he levantado los pies y ha sido el mundo el que se ha dado la vuelta antes de que yo volviera a bajarlos.
Yo a veces tengo la sensación de que no soy yo quien se mueve sino todos los demás quienes cambian de sitio. A veces pienso que tengo mucha suerte y otras que tengo mucho morro. Otras veces también me da por pensar que debería poner orden, que debería decir: quietos todos, ahora me muevo yo.
Lo que no logro conseguir, desde hace unos meses, es borrar de mi cara esta expresión de sorpresa, así como de que todo esto que está pasando me hace muchísima gracia.
dimarts, 25 d’octubre del 2011
Hay veces que te encuentras con gente que no te admite si no estás a su bajura.
Es como si hubiera un club de egoístas, broncas, gente con mala baba que, cada vez que cree captar a un posible candidato para el club, le hicieran probar en plan cremonia de iniciación, en sus propias carnes todas sus 'cualidades'. Pero es una trampa esta ceremonia de iniciación, porque si el candidato llega a responder en los mismos términos en los que ellos atacan, ellos dejarán de verse a sí mismos como lo que son y lo rechazarán alegando precisamente que no les sirve porque es un egoísta, un broncas y tiene mucha mala baba.
Si el posible candidato en cambio, en vez de responder, piensa con tristeza cómo ha podido querer, si lo ha querido, ni si quiera tener algo que ver con esa gente tan egoísta, tan broncas y con tan mala baba, y no les hace frente para nada, ellos pensarán que de qué va este tío haciéndose la mosquita muerta y que qué desprecio es ese que les está haciendo.
En cualquiera de los casos, el candidato nunca saldrá del entuerto bienparado a los ojos de la gente del club.
Así que para qué esforzarse.
Esta es un poco la conclusión de toda la semana pasada. Bueno, teniendo en cuenta que estuve absolutamente enferma, que cuando estoy absolutamente enferma me siento muy muy miserable y que la única vez que salí de casa me encontré con alguien que parece que no me soporta por razones absurdas, y que espera que entre nosotras haya no sé qué tipo (bueno, sí que lo sé pero que me aspen, Colorado, si me interesa) de rivalidad también absurda, no esperarían que la conclusión fuera que la gente es maravillosa y tal, ¿no?
Por suerte para mí, ya estoy mejor.
Es como si hubiera un club de egoístas, broncas, gente con mala baba que, cada vez que cree captar a un posible candidato para el club, le hicieran probar en plan cremonia de iniciación, en sus propias carnes todas sus 'cualidades'. Pero es una trampa esta ceremonia de iniciación, porque si el candidato llega a responder en los mismos términos en los que ellos atacan, ellos dejarán de verse a sí mismos como lo que son y lo rechazarán alegando precisamente que no les sirve porque es un egoísta, un broncas y tiene mucha mala baba.
Si el posible candidato en cambio, en vez de responder, piensa con tristeza cómo ha podido querer, si lo ha querido, ni si quiera tener algo que ver con esa gente tan egoísta, tan broncas y con tan mala baba, y no les hace frente para nada, ellos pensarán que de qué va este tío haciéndose la mosquita muerta y que qué desprecio es ese que les está haciendo.
En cualquiera de los casos, el candidato nunca saldrá del entuerto bienparado a los ojos de la gente del club.
Así que para qué esforzarse.
Esta es un poco la conclusión de toda la semana pasada. Bueno, teniendo en cuenta que estuve absolutamente enferma, que cuando estoy absolutamente enferma me siento muy muy miserable y que la única vez que salí de casa me encontré con alguien que parece que no me soporta por razones absurdas, y que espera que entre nosotras haya no sé qué tipo (bueno, sí que lo sé pero que me aspen, Colorado, si me interesa) de rivalidad también absurda, no esperarían que la conclusión fuera que la gente es maravillosa y tal, ¿no?
Por suerte para mí, ya estoy mejor.
dilluns, 24 d’octubre del 2011
Llama mi madre y me dice que voy a ser tía de nuevo. Llamo a mi hermana y le digo: ¡¡¡que voy a tener otro sobrinooooo!!! como si fuera yo quien da la noticia. Decimos todas las tonterías que se nos ocurren en ese momento, referentes o no a bebés, embarazos, traumas de las hermanas mayores, reacciones de mi cuñado..., que es lo que hacemos mi hermana y yo desde que tenemos uso de razón cuando estamos hiperexcitadas por alguna cosa (en serio, la tontería nos puede durar horas ante la mirada de 'basta ya, por favor' de mis padres y mi hermano), y colgamos.
En el momento justo de colgar, si no un poco antes, pienso lo mismo que pensé cuando mi hermana me dijo que iba a ser tía por primera y por segunda vez. Pienso: Joder, tengo que ser mejor. En todo. En lo que sea. Mejor. No sé; es el acto reflejo que me producen los niños nuevos en la familia. Es instintivo, además: cuando me enteré de que venía Aina, que fue la primera, lo pensé. Tampoco es que tuviera conciencia de que iba a ser un ejemplo próximo para ella: viven en Mallorca y nos vemos cada unos tres meses: la niñera, los profes del cole, los vecinos, los amigos de allá de mi hermana y de mi cuñado, mis padres -que van más a menudo por allá-, los padres de mi cuñado, el hermano de mi cuñado -que vive en Menorca y no para de ir y venir-... hay decenas de personas que tienen contacto mucho más frecuente que yo con ella y con Maria, mi segunda sobrina. Yo tampoco había tenido otro sobrino antes que Aina, así que no es que tuviera una experiencia previa al asunto que me dijera: ya la has cagado con uno, para esta tienes que ser buena, qué va: acto reflejo, ya les digo.
Empecé a entender por qué tenía que ser mejor si tenía una sobrina cuando Aina ya tenía unos meses. Cada vez que nos veíamos, menos una vez que se acababa de despertar de la siesta y estaba toda refunfuñona, lo primero que hacía era soltarme una sonrisa de oreja a oreja que, al principio, me hacía quedarme pasmada pensando 'es demasiado pequeña, no puede acordarse de mí'... Unos meses más tarde, cuando empezaba a gatear, llegué a casa de mis padres y vino hasta la puerta arrastrándose: yo me tiré al suelo con ella y empezamos a hacer la croqueta en la alfombra cada una para un lado tronchándonos de la risa. Más adelante, cuando empezaba a hablar, nos pegamos la tarde diciendo arrrjrjjjj, cada vez que nos mirábamos: yo hablaba con mi hermana y ella me miraba todo el rato, esperando a que yo la mirara para decir aarrjjrrjrjj, yo le contestaba con otro arjrjajjjjrrrrrjj y se partía de la risa. Mi hermana me dijo: esto no lo hace con nadie, tenéis un lenguaje especial, vosotras dos. La penúltima vez que la vi, yo estaba en la tienda de mi hermano, de espaldas a la puerta, cuando oí la voz de mi hermana que decía: Aina, mira quién está allí. Yo también miré y la vi literalmente retociéndose, no sabiendo qué hacer con las manos y diciendo, con esa sonrisa que les decía antes: I-sa-bel, para después arrancar a correr para darme un beso.
Total, que ¿qué es esto? ¿Cómo iba a saber yo de toda esta fascinación incondicional? Yo qué sé, pero de alguna manera, la intuí. Seguramente, yo de pequeña, de pequeñísima, tanto que no lo recuerdo, también estaba fascinada por alguno de mis tíos y el recuerdo ha quedado ahí en el subconsciente y de alguna manera sabía que ahora me tocaba a mí... Ni idea.
El caso es que me entero de que voy a tener otro sobrino o sobrina y, aún sin conocerlo, lo primero que se me ocurre -para justificar esa fascinación, para que no sea por nada, para dar motivos, para lo que sea- es que tengo que ser una persona mejor. En todo. En lo que pueda y más.
Sería injusto que tantas risas y tantas babas fueran derramadas para nada.
En el momento justo de colgar, si no un poco antes, pienso lo mismo que pensé cuando mi hermana me dijo que iba a ser tía por primera y por segunda vez. Pienso: Joder, tengo que ser mejor. En todo. En lo que sea. Mejor. No sé; es el acto reflejo que me producen los niños nuevos en la familia. Es instintivo, además: cuando me enteré de que venía Aina, que fue la primera, lo pensé. Tampoco es que tuviera conciencia de que iba a ser un ejemplo próximo para ella: viven en Mallorca y nos vemos cada unos tres meses: la niñera, los profes del cole, los vecinos, los amigos de allá de mi hermana y de mi cuñado, mis padres -que van más a menudo por allá-, los padres de mi cuñado, el hermano de mi cuñado -que vive en Menorca y no para de ir y venir-... hay decenas de personas que tienen contacto mucho más frecuente que yo con ella y con Maria, mi segunda sobrina. Yo tampoco había tenido otro sobrino antes que Aina, así que no es que tuviera una experiencia previa al asunto que me dijera: ya la has cagado con uno, para esta tienes que ser buena, qué va: acto reflejo, ya les digo.
Empecé a entender por qué tenía que ser mejor si tenía una sobrina cuando Aina ya tenía unos meses. Cada vez que nos veíamos, menos una vez que se acababa de despertar de la siesta y estaba toda refunfuñona, lo primero que hacía era soltarme una sonrisa de oreja a oreja que, al principio, me hacía quedarme pasmada pensando 'es demasiado pequeña, no puede acordarse de mí'... Unos meses más tarde, cuando empezaba a gatear, llegué a casa de mis padres y vino hasta la puerta arrastrándose: yo me tiré al suelo con ella y empezamos a hacer la croqueta en la alfombra cada una para un lado tronchándonos de la risa. Más adelante, cuando empezaba a hablar, nos pegamos la tarde diciendo arrrjrjjjj, cada vez que nos mirábamos: yo hablaba con mi hermana y ella me miraba todo el rato, esperando a que yo la mirara para decir aarrjjrrjrjj, yo le contestaba con otro arjrjajjjjrrrrrjj y se partía de la risa. Mi hermana me dijo: esto no lo hace con nadie, tenéis un lenguaje especial, vosotras dos. La penúltima vez que la vi, yo estaba en la tienda de mi hermano, de espaldas a la puerta, cuando oí la voz de mi hermana que decía: Aina, mira quién está allí. Yo también miré y la vi literalmente retociéndose, no sabiendo qué hacer con las manos y diciendo, con esa sonrisa que les decía antes: I-sa-bel, para después arrancar a correr para darme un beso.
Total, que ¿qué es esto? ¿Cómo iba a saber yo de toda esta fascinación incondicional? Yo qué sé, pero de alguna manera, la intuí. Seguramente, yo de pequeña, de pequeñísima, tanto que no lo recuerdo, también estaba fascinada por alguno de mis tíos y el recuerdo ha quedado ahí en el subconsciente y de alguna manera sabía que ahora me tocaba a mí... Ni idea.
El caso es que me entero de que voy a tener otro sobrino o sobrina y, aún sin conocerlo, lo primero que se me ocurre -para justificar esa fascinación, para que no sea por nada, para dar motivos, para lo que sea- es que tengo que ser una persona mejor. En todo. En lo que pueda y más.
Sería injusto que tantas risas y tantas babas fueran derramadas para nada.
Ver así juntitos los tres últimos caldwells de Navona y pensar que, de aquí a unos días, sacamos un Henry James, me hace tararear esta canción sin parar:
Hay una cosa que me da un vértigo total: pensar que el mundo está lleno de individuos que tienen el pensamiento ocupado, como si fuera lo más importante, por cosas que para el resto de la humanidad tienen importancia cero, que seguramente ni siquiera conocen.
Por ejemplo, imagínense: una persona acaba de escribir un libro. Es una persona nerviosa, a quien no le gusta hablar en público. Acaba de pasarse un año o dos encerrada escribiendo una historia que nadie aún ha leído, una historia que se ha inventado ella. Lleva un año pensando tramas, personajes, ubicaciones, contando sílabas, eliminando rimas internas, tachando palabras para cambiarlas por otras... Ahora falta una semana para la presentación, en la que tiene que hablar durante casi una hora de la historia que ha ocupado su pensamiento casi full time, ante una audiencia que no sabe de qué va la cosa. Esta semana que tiene por delante, se la pasará haciendo croquis, tarjetas, esquemas, pensando cosas que sí o sí tiene que decir, intentando anticiparse a posibles preguntas, invitando a gente... Llega el día de la presentación y se encuentra con un público de veinte personas (no está mal) que han venido directas de sus trabajos, de sus casas, de recoger a los niños del colegio. A algunos les interesa el tema o eso creen, tampoco saben muy bien de qué va; a otros les hace gracia ver en persona al autor, que sale por la tele de vez en cuando, aunque lleva uno o dos años sin salir (o precisamente por eso); a otros, les va de camino y les sirve para llenar la horita muerta que tienen entre la salida de la oficina y la cena con los colegas. Nadie pregunta nada, bueno sí, una señora pregunta una tontería: pregunta por qué el protagonista es un hombre y no una mujer, por ejemplo, que es un dato que tiene porque el autor o el editor, no me acuerdo, ha dicho un par de veces 'el protagonista'. Dos se acercan al final, ejemplar en mano, para que se lo firme: uno lo quiere a su nombre y el otro, para su hija, que es muy fan, es su cumpleaños y no ha podido venir.
Fin.
Uno o dos años de trabajo, de pensar full time en lo mismo, de vivir para eso. Imprenta, presentación, librerías, con un poco de suerte, alguna entrevista en alguna radio o televisión, alguna crítica en los diarios y fin. Ya está. A pensar en otra cosa.
Y eso en el caso de un libro, que acaba siendo una cosa pública, que acaba alargando la vida unas horitas más en el sofá de algún lector; que acaba, puede ser, generando un pequeño debate entre dos lectores en la mesa de un bar; o que acaba dando pie a un par de presentaciones más, otra vez ante gente que pasaba por allí, que quitarán el sueño al autor un par de semanas más. Pero ya está: uno o dos años y fin.
Imagínense que se trata de una cosa más privada. Imagínense que se han peleado con un amigo o que les ha dejado el novio o que a su hija la tienen que operar de apendicitis, se le infecta la cosa y tiene que quedarse una semana en el hospital. Imagínense que se pegan unos días con ese hecho moscardón concreto zumbando en su cerebro, que esos días comen peor, duermen peor, no rinden nada en el trabajo, están de mal humor con todo el mundo, que, en fin, pierden un tiempo precioso que para lo único que les sirve es para forjarse una personalidad un poquito más gruñona, más desconfiada, más de que todo les caiga a contrapelo. Personalidad esta suya que nadie acabará de entender porque, total, todo el mundo se pelea alguna vez con un amigo, aquel novio era un impresentable y estás mejor sin él y un apendicitis es la cosa más vanal de las cosas vanales que se tratan en los hospitales. Y usted, cascarrabias perdida durante unos días y luego, en menor medida, un poquito más arisca y más a la defensiva de lo que solía ser.
Realmente, hay cosas que no sirven para nada bueno. Realmente, el individuo está solo, solo, solo. Y los otros, que también están solos, solos, solos, están pensando en otras cosas que nadie más piensa con ellos.
Supongo que por eso sienta bien encontrarse con que alguien te acompaña un rato: no que vive lo que tú has vivido de la misma manera en que lo has vivido tú, sino que simplemente conoce lo que has vivido y sabe cómo te ha cambiado. Creo que todo más o menos, dentro de la soledad, consiste en eso.
Por ejemplo, imagínense: una persona acaba de escribir un libro. Es una persona nerviosa, a quien no le gusta hablar en público. Acaba de pasarse un año o dos encerrada escribiendo una historia que nadie aún ha leído, una historia que se ha inventado ella. Lleva un año pensando tramas, personajes, ubicaciones, contando sílabas, eliminando rimas internas, tachando palabras para cambiarlas por otras... Ahora falta una semana para la presentación, en la que tiene que hablar durante casi una hora de la historia que ha ocupado su pensamiento casi full time, ante una audiencia que no sabe de qué va la cosa. Esta semana que tiene por delante, se la pasará haciendo croquis, tarjetas, esquemas, pensando cosas que sí o sí tiene que decir, intentando anticiparse a posibles preguntas, invitando a gente... Llega el día de la presentación y se encuentra con un público de veinte personas (no está mal) que han venido directas de sus trabajos, de sus casas, de recoger a los niños del colegio. A algunos les interesa el tema o eso creen, tampoco saben muy bien de qué va; a otros les hace gracia ver en persona al autor, que sale por la tele de vez en cuando, aunque lleva uno o dos años sin salir (o precisamente por eso); a otros, les va de camino y les sirve para llenar la horita muerta que tienen entre la salida de la oficina y la cena con los colegas. Nadie pregunta nada, bueno sí, una señora pregunta una tontería: pregunta por qué el protagonista es un hombre y no una mujer, por ejemplo, que es un dato que tiene porque el autor o el editor, no me acuerdo, ha dicho un par de veces 'el protagonista'. Dos se acercan al final, ejemplar en mano, para que se lo firme: uno lo quiere a su nombre y el otro, para su hija, que es muy fan, es su cumpleaños y no ha podido venir.
Fin.
Uno o dos años de trabajo, de pensar full time en lo mismo, de vivir para eso. Imprenta, presentación, librerías, con un poco de suerte, alguna entrevista en alguna radio o televisión, alguna crítica en los diarios y fin. Ya está. A pensar en otra cosa.
Y eso en el caso de un libro, que acaba siendo una cosa pública, que acaba alargando la vida unas horitas más en el sofá de algún lector; que acaba, puede ser, generando un pequeño debate entre dos lectores en la mesa de un bar; o que acaba dando pie a un par de presentaciones más, otra vez ante gente que pasaba por allí, que quitarán el sueño al autor un par de semanas más. Pero ya está: uno o dos años y fin.
Imagínense que se trata de una cosa más privada. Imagínense que se han peleado con un amigo o que les ha dejado el novio o que a su hija la tienen que operar de apendicitis, se le infecta la cosa y tiene que quedarse una semana en el hospital. Imagínense que se pegan unos días con ese hecho moscardón concreto zumbando en su cerebro, que esos días comen peor, duermen peor, no rinden nada en el trabajo, están de mal humor con todo el mundo, que, en fin, pierden un tiempo precioso que para lo único que les sirve es para forjarse una personalidad un poquito más gruñona, más desconfiada, más de que todo les caiga a contrapelo. Personalidad esta suya que nadie acabará de entender porque, total, todo el mundo se pelea alguna vez con un amigo, aquel novio era un impresentable y estás mejor sin él y un apendicitis es la cosa más vanal de las cosas vanales que se tratan en los hospitales. Y usted, cascarrabias perdida durante unos días y luego, en menor medida, un poquito más arisca y más a la defensiva de lo que solía ser.
Realmente, hay cosas que no sirven para nada bueno. Realmente, el individuo está solo, solo, solo. Y los otros, que también están solos, solos, solos, están pensando en otras cosas que nadie más piensa con ellos.
Supongo que por eso sienta bien encontrarse con que alguien te acompaña un rato: no que vive lo que tú has vivido de la misma manera en que lo has vivido tú, sino que simplemente conoce lo que has vivido y sabe cómo te ha cambiado. Creo que todo más o menos, dentro de la soledad, consiste en eso.
divendres, 21 d’octubre del 2011
Mi tía en la tele, en el balcón de su casa, señalando a un rincón del parking de abajo, todo lleno de chatarra quemada, diciendo ha sido como un trueno muy fuerte, ha temblado todo. Mi padre, un rato antes, por la mañana, colgando el teléfono y diciendo: Han matado a Caballero. Mis tías del pueblo diciendo ese es un hijo de mala madre, refiriéndose al alcalde. Mi amiga no sabiendo cada día dónde estaba su novio, que era guardaespaldas. Un amigo diciéndome sí, bueno, tú siempre has sido un poquito así, cuando le conté que me había apuntado a un euskaltegi. Mi madre diciendo de una amiga suya que la gente le hace el vacío pero que ella no piensa hacérselo, que bastante tiene la pobre teniendo que coger un fin de semana al mes el tren no sé cuántas horas para ir a ver a su hija, que está en la cárcel.
Se ha acabado una cosa que, queriendo o no, hemos sido todos: ahora somos algo que ya no existe. Qué difícil será explicarnos cuando ya no sea más que un recuerdo, cuando esta historia ya sea vieja. De repente, en Euskadi, desde ayer, toda una generación pasó a ser de otra época. Creo que eso es un poco lo que pasa cuando se acaban las guerras y las dictaduras. Y está muy bien y no crean que lo voy a echar de menos, pero es muy raro. Ni se imaginan la de cosas que se han hecho, queriendo o no, en función de aquello, la de cosas que existían en función de aquello.
Si hablas con cualquiera de allá, ahora mismo reina el escepticismo (sí, bueno, hasta que no entreguen las armas...), que es una forma de negación también, que las cosas malas, cuando desaparecen, también dejan un vacío, también te desequilibran la balanza. Y es normal que esto pase allá, que todo el mundo, por el simple hecho de existir ha convivido con ello. Lo que no es normal, lo que dice mucho y malo, es que periódicos y partidos políticos estatales se miren esto con recelo parecido al de las víctimas directas. Me parece a mí que a unos cuantos aprovechados, ahora, se les está acabando el chollo. Esos son ahora los
verdaderos
hijos
de puta.
Se ha acabado una cosa que, queriendo o no, hemos sido todos: ahora somos algo que ya no existe. Qué difícil será explicarnos cuando ya no sea más que un recuerdo, cuando esta historia ya sea vieja. De repente, en Euskadi, desde ayer, toda una generación pasó a ser de otra época. Creo que eso es un poco lo que pasa cuando se acaban las guerras y las dictaduras. Y está muy bien y no crean que lo voy a echar de menos, pero es muy raro. Ni se imaginan la de cosas que se han hecho, queriendo o no, en función de aquello, la de cosas que existían en función de aquello.
Si hablas con cualquiera de allá, ahora mismo reina el escepticismo (sí, bueno, hasta que no entreguen las armas...), que es una forma de negación también, que las cosas malas, cuando desaparecen, también dejan un vacío, también te desequilibran la balanza. Y es normal que esto pase allá, que todo el mundo, por el simple hecho de existir ha convivido con ello. Lo que no es normal, lo que dice mucho y malo, es que periódicos y partidos políticos estatales se miren esto con recelo parecido al de las víctimas directas. Me parece a mí que a unos cuantos aprovechados, ahora, se les está acabando el chollo. Esos son ahora los
verdaderos
hijos
de puta.
dijous, 20 d’octubre del 2011
dimecres, 19 d’octubre del 2011
No estamos hablado de si los libros pesan más o menos que los e-readers -si fuera este el motivo, video would never have killed the radio star-, tampoco estamos manejando argumentos ecológicos (árboles talados) -hagan una lista de medios de transporte menos contaminantes que el ir a pie, a caballo o a remo en canoa-, estamos hablando de experiencia lectora y parece mentira que algunos que se las dan de periodistas culturales, especializados en literatura, se la pasen tan alegremente por el forro.
Me da igual que Lara defina su trabajo como el poner en contacto a gente que tiene algo de decir con el mayor número de personas que quieren oírlo, me importa un pimiento que en un programa de libros Franzen salga diciendo orgulloso que en EE.UU. el arte no va tan separado del entretenimiento y que él, en sus novelas, es lo que hace -unir los dos- porque tiene la suerte de que en su país, a diferencia de en Europa, el número de lectores,si hace esto, se dispara.
Me importa un pito que los dos, además, se olviden de comentar un detalle: hacen lo que hacen, que lo hacen muy bien, para ganar pastarrufa.
Me preocupan otras cosas. Me preocupa, por ejemplo, lo que comenta Miquel en su Facebook personal: si las editoriales pequeñas apenas dan abasto para negociar derechos de autor con viudas u otras editoriales más grandes que tienen bloqueadas obras completas de autores ya muertos, imagínense si encima tienen que ponerse a negociar derechos de fotografías, vídeos, músicas de apoyo a un texto que, en principio, no lo necesitaría. Eso sí es preocupante. No para el lector ni para la sociedad que, a pesar de los puestos de trabajo que desaparecerán, acabará superándolo porque también se crearán puestos nuevos y porque los pequeños editores, gente de prensa, transportistas, etc., sabrán buscarse la vida de otra manera. Tomen el ejemplo del boom, hace unos años, de la llegada de las grandes superficies con la consiguiente caída del pequeño comercio: no supuso el gran descalabro de la economía tal y como la conocíamos.
Lo que más me preocupa de todos modos, insisto, es que algunos que se las dan de periodistas culturales, especializados en literatura, se pasen tan alegremente por el forro lo que hasta ahora conocemos como experiencia lectora, lo que hasta ahora conocemos como eso, literatura.
Ah, sí, me refiero a este artículo, claro.
Me da igual que Lara defina su trabajo como el poner en contacto a gente que tiene algo de decir con el mayor número de personas que quieren oírlo, me importa un pimiento que en un programa de libros Franzen salga diciendo orgulloso que en EE.UU. el arte no va tan separado del entretenimiento y que él, en sus novelas, es lo que hace -unir los dos- porque tiene la suerte de que en su país, a diferencia de en Europa, el número de lectores,si hace esto, se dispara.
Me importa un pito que los dos, además, se olviden de comentar un detalle: hacen lo que hacen, que lo hacen muy bien, para ganar pastarrufa.
Me preocupan otras cosas. Me preocupa, por ejemplo, lo que comenta Miquel en su Facebook personal: si las editoriales pequeñas apenas dan abasto para negociar derechos de autor con viudas u otras editoriales más grandes que tienen bloqueadas obras completas de autores ya muertos, imagínense si encima tienen que ponerse a negociar derechos de fotografías, vídeos, músicas de apoyo a un texto que, en principio, no lo necesitaría. Eso sí es preocupante. No para el lector ni para la sociedad que, a pesar de los puestos de trabajo que desaparecerán, acabará superándolo porque también se crearán puestos nuevos y porque los pequeños editores, gente de prensa, transportistas, etc., sabrán buscarse la vida de otra manera. Tomen el ejemplo del boom, hace unos años, de la llegada de las grandes superficies con la consiguiente caída del pequeño comercio: no supuso el gran descalabro de la economía tal y como la conocíamos.
Lo que más me preocupa de todos modos, insisto, es que algunos que se las dan de periodistas culturales, especializados en literatura, se pasen tan alegremente por el forro lo que hasta ahora conocemos como experiencia lectora, lo que hasta ahora conocemos como eso, literatura.
Ah, sí, me refiero a este artículo, claro.
High on Bisolgrip: reconcentrada, untando mantequilla en la tostada caliente, preguntándome si hay un verbo en español o en catalán (o en cuaquier idioma, vaya) que se refiera al momento en el que la mantequilla se derrite y el pan la absorbe y hace que parezca que desaparece. Serviría también para el momento en el que, en el campo, el hielo se deshace y, convertido en agua, la tierra lo absorbe.
¿Existe este verbo? ¿No existe?
Me voy a la cama.
¿Existe este verbo? ¿No existe?
Me voy a la cama.
dimarts, 18 d’octubre del 2011
Estoy paralizada. Llevo un mes dándole vueltas a cuestiones como el quid pro quo, a aquello del aquellos lodos trajeron estos barros y a lo de quien siembra tormentas, recoge tempestades. Y no veo ni el quid ni los lodos ni las tormentas. Hablando de esto con Sergi, me dijo que, si realmente no los veía, puede que fuera el momento de hacer un poco de autocrítica. Le hice caso y, a base de autocriticarme, se me ha rebotado el cuerpo: se ha empezado a currar algo que se parece mucho a una gripe. Y es que, verán, si una se piensa que todo lo que le pasa le pasa porque, de alguna manera, se lo ha ganado, acaba encontrándose con un mes como este en el que la conclusión es que debe de ser una persona horrible.
O igual es simplemente, como dice Diana, astemia otoñal.
O igual es simplemente, como dice Diana, astemia otoñal.
divendres, 14 d’octubre del 2011
No llegábamos a los 20 y estábamos tan felices como solo se puede estar feliz cuando tienes tu primer coche y te has hecho copias de los casettes de casa y las llevas en una caja de zapatos sin tapa debajo del asiento del copiloto.
Sonaba esto:
y cantábamos: cuando te sale música de la boca, te entran por las orejas las voces de tus amigos -en dolby surround además, que tienes a tres sentados detrás y a otro a la derecha-, que también cantan, cuando pasa eso, no puedes pensar en otro sitio en el que te gustaría más estar.
Veinte años después, lo más probable es que hayas olvidado esa sensación pero, con un poco de suerte, te encuentras una noche en un concierto de Fernando Alfaro, que también ha envejecido veinte años, pero que durante un rato, a base de canciones como esta:
que ni tan solo es una de aquellas que sonaba en aquel coche, te hace oír de nuevo las voces de tus amigos en dolby surround. Y miras alrededor y ves a unos y a otros, que no son tampoco tus amigos de siempre pero piensas 'qué coño. Ni tan mal estos últimos veinte años'.
Sonaba esto:
y cantábamos: cuando te sale música de la boca, te entran por las orejas las voces de tus amigos -en dolby surround además, que tienes a tres sentados detrás y a otro a la derecha-, que también cantan, cuando pasa eso, no puedes pensar en otro sitio en el que te gustaría más estar.
Veinte años después, lo más probable es que hayas olvidado esa sensación pero, con un poco de suerte, te encuentras una noche en un concierto de Fernando Alfaro, que también ha envejecido veinte años, pero que durante un rato, a base de canciones como esta:
que ni tan solo es una de aquellas que sonaba en aquel coche, te hace oír de nuevo las voces de tus amigos en dolby surround. Y miras alrededor y ves a unos y a otros, que no son tampoco tus amigos de siempre pero piensas 'qué coño. Ni tan mal estos últimos veinte años'.
dijous, 13 d’octubre del 2011
Dice R. -más o menos, no con estas exactas palabras- que cuando acaba una relación, si pasas un tiempo sin ver a tu ex y cuando por fin te pones en contacto con, en este caso, ella te dice que estaba esperando a que llamaras, eso es una forma de poder: ella lo dejó y sabía que él la acabaría llamando, que sólo tenía que esperar. R. piensa que ella puede permitirse decir esto, que en cierto modo es una chulería, porque tiene el poder: el poder de la dejadora.
Yo le digo que según cómo lo mire: que también puede ser una deferencia, que seguramente ella se sintió mal por haberle hecho daño y que aunque probablemente en algún momento haya sentido ganas de hablar con él y ver cómo le iban las cosas, ha pensado que mejor dejaba pasar un tiempo y que fuera él quien decidiera cuándo era el mejor momento para recuperar la comunicación.
No, no, no, no y no, va diciendo R. mientras yo suelto la parrafada anterior. Quien deja tiene el poder, insiste.
Y yo digo 'hombre, que no' aunque en el fondo no tengo ni idea: no conozco de nada a esta chica de la que habla pero es que aunque se refiriera a mi mismísima hermana, igualmente yo estaría hablando por hablar porque de un tiempo a esta parte me ha dado por pensar que no hay patrón que valga, que la gente simplemente hace lo que puede y que lo que puede hacer la gente varía. Tiene un tope, eso sí: algunos tienen el listón de sus propias posibilidades de actuación aquí arriba, rozando la excelencia; a otros se les queda en la mediocridad. Ahora, de ese tope hacia abajo no hay fondo: pilla por banda a la mejor persona en el peor de sus días y te puede joder tanto o más que el villano más villano de la historia de la realidad y de la ficción. Si no lo hace, es que es una especie de santo o una madre ultracatólica con pánico irracional a los infiernos (ya, como si el pánico a los infiernos pudiera ser racional).
Así que no tengo ni idea de si la ex de R. estará ahora mismo sonriendo satisfecha pensando 'ya sabía yo...' o si se alegra con toda la sinceridad de la que es capaz (a saber por dónde anda su listón) por empezar a recuperar el buen rollo. Yo prefiero pensar lo segundo, encaja más con mi teoría del hacer lo que se puede, que es un poco condescendiente, ya, pero también es un escudo protector como otro cualquiera: es muy difícil vivir pensando cosas como que la gente es mala y que tiene poder sobre ti.
Todo esto de la ausencia de patrón de comportamiento y del hacer lo que se puede es, si lo piensan, una reflexión lógica derivada de un mundo que va hacia una infantilización evidente del individuo. Piénsenlo: nunca había habido tanto juguete tan variado para la gente de a partir de una cierta edad así que nunca había habido tampoco una dispersión tan flagrante ya no de las líneas de actuación ante un estímulo sino de la misma atención hacia ese estímulo: ¿quién puede concentrarse en una cosa teniendo tantas cosas en las que podría concentrarse con el mismo gusto? ¿Quién puede seguir leyendo hasta la página 400 si en la 100 hay un momento en el que empieza a aburrirse y justo al lado tiene veinte libros más por comenzar a leer y todo un Amazon rebentando precios a un tiro de click? ¿Cómo te vas a quedar en la sala viendo la película si si te vas antes de la primera media hora te regalan otra entrada para otra peli que a lo mejor te gusta más? ¿Sigo? Va: ¿Qué más da tener un mal momento con alguien si media hora después habrán pasado tantas cosas que ya estarás dispuesto de nuevo a tener buenos momentos? ¿Con la misma persona? No, que se ha ido cabreada. Pues con esta otra o con aquella o con aquella o con uno mismo, que eso nunca falla.
Así que realmente no ha lugar a pensar si este o aquel ha sido malo o no, si tiene poder sobre ti o no: probablemente ni ellos mismos se hayan parado a pensarlo y la cosa haya quedado reducida a mera anécdota (desgraciada o no, depende también del momento en que lo recuerden).
Esto es un sindios.
Yo le digo que según cómo lo mire: que también puede ser una deferencia, que seguramente ella se sintió mal por haberle hecho daño y que aunque probablemente en algún momento haya sentido ganas de hablar con él y ver cómo le iban las cosas, ha pensado que mejor dejaba pasar un tiempo y que fuera él quien decidiera cuándo era el mejor momento para recuperar la comunicación.
No, no, no, no y no, va diciendo R. mientras yo suelto la parrafada anterior. Quien deja tiene el poder, insiste.
Y yo digo 'hombre, que no' aunque en el fondo no tengo ni idea: no conozco de nada a esta chica de la que habla pero es que aunque se refiriera a mi mismísima hermana, igualmente yo estaría hablando por hablar porque de un tiempo a esta parte me ha dado por pensar que no hay patrón que valga, que la gente simplemente hace lo que puede y que lo que puede hacer la gente varía. Tiene un tope, eso sí: algunos tienen el listón de sus propias posibilidades de actuación aquí arriba, rozando la excelencia; a otros se les queda en la mediocridad. Ahora, de ese tope hacia abajo no hay fondo: pilla por banda a la mejor persona en el peor de sus días y te puede joder tanto o más que el villano más villano de la historia de la realidad y de la ficción. Si no lo hace, es que es una especie de santo o una madre ultracatólica con pánico irracional a los infiernos (ya, como si el pánico a los infiernos pudiera ser racional).
Así que no tengo ni idea de si la ex de R. estará ahora mismo sonriendo satisfecha pensando 'ya sabía yo...' o si se alegra con toda la sinceridad de la que es capaz (a saber por dónde anda su listón) por empezar a recuperar el buen rollo. Yo prefiero pensar lo segundo, encaja más con mi teoría del hacer lo que se puede, que es un poco condescendiente, ya, pero también es un escudo protector como otro cualquiera: es muy difícil vivir pensando cosas como que la gente es mala y que tiene poder sobre ti.
Todo esto de la ausencia de patrón de comportamiento y del hacer lo que se puede es, si lo piensan, una reflexión lógica derivada de un mundo que va hacia una infantilización evidente del individuo. Piénsenlo: nunca había habido tanto juguete tan variado para la gente de a partir de una cierta edad así que nunca había habido tampoco una dispersión tan flagrante ya no de las líneas de actuación ante un estímulo sino de la misma atención hacia ese estímulo: ¿quién puede concentrarse en una cosa teniendo tantas cosas en las que podría concentrarse con el mismo gusto? ¿Quién puede seguir leyendo hasta la página 400 si en la 100 hay un momento en el que empieza a aburrirse y justo al lado tiene veinte libros más por comenzar a leer y todo un Amazon rebentando precios a un tiro de click? ¿Cómo te vas a quedar en la sala viendo la película si si te vas antes de la primera media hora te regalan otra entrada para otra peli que a lo mejor te gusta más? ¿Sigo? Va: ¿Qué más da tener un mal momento con alguien si media hora después habrán pasado tantas cosas que ya estarás dispuesto de nuevo a tener buenos momentos? ¿Con la misma persona? No, que se ha ido cabreada. Pues con esta otra o con aquella o con aquella o con uno mismo, que eso nunca falla.
Así que realmente no ha lugar a pensar si este o aquel ha sido malo o no, si tiene poder sobre ti o no: probablemente ni ellos mismos se hayan parado a pensarlo y la cosa haya quedado reducida a mera anécdota (desgraciada o no, depende también del momento en que lo recuerden).
Esto es un sindios.
Me dicen de escribir en catalán y respondo que no puedo, que mails, apuntes, notas, listas de la compra y tal sí, pero que escribir, escribir, no; que no lo hago con la misma fluidez que en castellano: dudo hasta de cosas que ya sé y meto unos giros que generalmente no son y, cuando lo son, me siento muy rara escribiéndolos.
Hay una inseguridad del extranjero que no desaparece nunca. Mi madre ve series en TV3 y cuando le dices de ir al teatro, responde que no, que no entenderá lo que dicen; mi hermana sólo habla catalán en la consulta, con pacientes que están más pendientes no de cómo dice sino de qué dice. Cuando uno es nuevo en algo nunca se acaba sintiendo a la altura de quien siempre ha sido en ese algo: míticas son mis gotas gordas sudadas cuando me tocaba enviar un mail a un escritor catalán para acabar de concretarle detalles del programa al que tenía que venir o cada vez que redactaba la notita de agradecimiento con la que acompañaba la copia que le enviaba después.
Digamos que la relación con el idioma para un neoparlante nunca es una relación de tú a tú: se le tiene una especie de respeto que ya ha perdido, si alguna vez lo tuvo, quien lo ha utilizado toda la vida; se siente uno profanador de algo, de años y años de tradición, de normas y normas escritas, de reglas y reglas de jurisprudencia: estas últimas son las peores, las que no se aprenden estudiando, las que uno, una vez descubiertas, duda de si es digno de utilizar y, cuando las utiliza, lo hace siempre cambiando la voz al tono de broma porque digamos que uno, en ese momento, se siente farsante, siente que pretende que ha hablado ese idioma toda la vida cuando todo el mundo, él mismo, sabe que no.
Todo eso pasa.
Un símil fácil de esta relación con el idioma nuevo sería el cómo se siente uno cuando un novio nuevo le presenta a sus amigos: todo es pura jurisprudencia; todos lo conocen mejor que él y tienen la información no escrita, conseguida a base de años de ver y escuchar; la información que les da la confianza suficiente para tratarlo con toda naturalidad, mientras uno aún está en la fase del a ver qué pasa si toco aquí, a ver qué pasa si digo esto. Por otro lado, pobre de él que acabe desvaneciéndose esa fase que tiene tanto de fascinación por haber incorporado un elemento (novio o idioma, da igual) nuevo e importante a su vida, y pase a ser simplemente un colega más. Y viceversa, claro.
Conseguir la naturalidad sin perder la fascinación, ese vendría a ser el reto. Casi nada.
Hay una inseguridad del extranjero que no desaparece nunca. Mi madre ve series en TV3 y cuando le dices de ir al teatro, responde que no, que no entenderá lo que dicen; mi hermana sólo habla catalán en la consulta, con pacientes que están más pendientes no de cómo dice sino de qué dice. Cuando uno es nuevo en algo nunca se acaba sintiendo a la altura de quien siempre ha sido en ese algo: míticas son mis gotas gordas sudadas cuando me tocaba enviar un mail a un escritor catalán para acabar de concretarle detalles del programa al que tenía que venir o cada vez que redactaba la notita de agradecimiento con la que acompañaba la copia que le enviaba después.
Digamos que la relación con el idioma para un neoparlante nunca es una relación de tú a tú: se le tiene una especie de respeto que ya ha perdido, si alguna vez lo tuvo, quien lo ha utilizado toda la vida; se siente uno profanador de algo, de años y años de tradición, de normas y normas escritas, de reglas y reglas de jurisprudencia: estas últimas son las peores, las que no se aprenden estudiando, las que uno, una vez descubiertas, duda de si es digno de utilizar y, cuando las utiliza, lo hace siempre cambiando la voz al tono de broma porque digamos que uno, en ese momento, se siente farsante, siente que pretende que ha hablado ese idioma toda la vida cuando todo el mundo, él mismo, sabe que no.
Todo eso pasa.
Un símil fácil de esta relación con el idioma nuevo sería el cómo se siente uno cuando un novio nuevo le presenta a sus amigos: todo es pura jurisprudencia; todos lo conocen mejor que él y tienen la información no escrita, conseguida a base de años de ver y escuchar; la información que les da la confianza suficiente para tratarlo con toda naturalidad, mientras uno aún está en la fase del a ver qué pasa si toco aquí, a ver qué pasa si digo esto. Por otro lado, pobre de él que acabe desvaneciéndose esa fase que tiene tanto de fascinación por haber incorporado un elemento (novio o idioma, da igual) nuevo e importante a su vida, y pase a ser simplemente un colega más. Y viceversa, claro.
Conseguir la naturalidad sin perder la fascinación, ese vendría a ser el reto. Casi nada.
dimarts, 11 d’octubre del 2011
diumenge, 9 d’octubre del 2011
Hay una cosa con la que no puedo: que alguien que va de superintelectual un día vaya y haga un comentario supertontito y lo apuntille con una coletilla, un tag, un guiño de ojo, de aquellos que suelen querer decir 'qué normal soy, ¿eh?'
Me chirría porque me parece de una autoconciencia desproporcionada, de un 'puedo ser como vosotros también en cuanto a que soy capaz de reconocer los comentarios tontitos que vosotros sabéis hacer y no tengo problema en hacerlos yo también, aunque yo sea capaz de hablar muy por encima de lo que vosotros nunca seréis capaces de hablar.
Me toca las pelotas que la gente que va de superintelectual tenga Twitter, eso es.
Me chirría porque me parece de una autoconciencia desproporcionada, de un 'puedo ser como vosotros también en cuanto a que soy capaz de reconocer los comentarios tontitos que vosotros sabéis hacer y no tengo problema en hacerlos yo también, aunque yo sea capaz de hablar muy por encima de lo que vosotros nunca seréis capaces de hablar.
Me toca las pelotas que la gente que va de superintelectual tenga Twitter, eso es.
Hay un episodio de Los Soprano demoledor pero feliz, que es lo que son las cosas cuando son Verdad.
Es el episodio en el que Tony Soprano hace con su hija Mead la ruta de las universidades para decidir en cuál estudiará ella a partir del curso próximo. El episodio comienza con otra línea argumental: Tony Junior, el hijo pequeño, ha quedado con otro chaval para pegarse después de clase. Tony Junior espera a que llegue el otro, quien, cuando llega, se mete la mano en el bolsillo, saca cuarenta dólares(entre otras cosas, Tony Junior le reclamaba los cuarenta dólares que costaba la camisa que le había destrozado en otra pelea), se los da y se va. Tony se queda de piedra, con el dinero en la mano, preguntándose por qué no quiere pelearse con él (el otro chaval le saca la cabeza). Un mirón dice 'es porque te tiene miedo'.
Cuando Tony llega a casa, le cuenta la historia a su hermana Mead. Su hermana le dice 'claro que te tiene miedo, ¿no sabes qué hace papá?' y le enseña en internet una web dedicada a la mafia. Tony Junior vuelve a quedarse de piedra.
Tony padre y Mead cogen por fin el coche y se van a hacer la ruta de las universidades. Entre una y otra, los dos solos en el coche, Mead, le pregunta a bocajarro si está metido en la mafia, nunca ha hablado con él de esto. Él intenta darle largas, le dice que la mafia no existe, que él gana el dinero de forma honrada, que le enfada que le pregunte eso... pero cede y acaba reconociendo que sí que hay algo -a lo que no llama mafia en ningún momento- que hace para ganarse un dinero extra. '¿Tony Junior lo sabe?', pregunta Tony Soprano, 'creo que sí', responde Mead, silencio y 'te quiero', añade Mead.
Mientras están fuera, Carmela Soprano reconoce en confesión que sabe que su marido hace cosas horribles y que ella lo ha permitido durante todo este tiempo porque sabe que, a pesar de todo, es un buen hombre.
Al final del episodio, que acaba en un entierro de un tío que no es tío de verdad sino, como dice Mead, 'le llamamos tío porque es de la otra 'familia' de papá', toda la familia intercambia miradas de complicidad. El espectador acaba sabiendo que todo el mundo lo sabe todo y todo el mundo sabe que todos lo saben todo y que están dispuestos a guardarse el secreto y a seguir respetándose y queriéndose igual.
Hay un momento en el episodio en el que Tony Soprano está en el pasillo de una universidad, esperando a que su hija salga de la oficina de admisiones, y ve una cita del escritor Nathaniel Hawthorne grabada en la pared. Dice:
Ningún hombre puede usar un rostro para sí mismo y otro para la multitud sin acabar confundido respecto a cuál es el verdadero.
Ahí está la verdad que viene a completar este episodio de Los Soprano. Ahí deberían empezar todas las inquisiciones del porqué de ciertos lazos que parecen indisolubles con la familia o con ciertos amigos. Miren, la familia y ciertos amigos les han visto como eran desde antes incluso de que ustedes fueran conscientes de cómo eran, sin máscaras, y no es que les hayan seguido queriendo a pesar de todo, es que les quieren precisamente por eso: no porque ustedes sean más guapos sin máscara sino porque ante ellos, a veces, se la quitan, así que ellos, aunque la lleven puesta, conocen bien la cara que hay detrás.
Piensen en cómo ustedes, como reza la cita que Tony Soprano lee en la universidad, de tanto utilizar la máscara, corren el peligro de hacerse un lío y olvidarse de la cara que hay detrás, la suya propia. Piensen en cómo la familia y esos pocos amigos nunca la olvidarán y estarán ahí para recordarles el gran descanso que es a veces quitarse un ratito la careta.
Si no pueden pensar esto último, es que ustedes se han olvidado ya de quienes son. Es igual, su familia y amigos no lo han hecho. Solo les queda ahora soprenderse, flipar, incluso enfadarse porque esos idiotas aún les siguen queriendo. Yo lo hago cada día: alucino pepinillos.
Es el episodio en el que Tony Soprano hace con su hija Mead la ruta de las universidades para decidir en cuál estudiará ella a partir del curso próximo. El episodio comienza con otra línea argumental: Tony Junior, el hijo pequeño, ha quedado con otro chaval para pegarse después de clase. Tony Junior espera a que llegue el otro, quien, cuando llega, se mete la mano en el bolsillo, saca cuarenta dólares(entre otras cosas, Tony Junior le reclamaba los cuarenta dólares que costaba la camisa que le había destrozado en otra pelea), se los da y se va. Tony se queda de piedra, con el dinero en la mano, preguntándose por qué no quiere pelearse con él (el otro chaval le saca la cabeza). Un mirón dice 'es porque te tiene miedo'.
Cuando Tony llega a casa, le cuenta la historia a su hermana Mead. Su hermana le dice 'claro que te tiene miedo, ¿no sabes qué hace papá?' y le enseña en internet una web dedicada a la mafia. Tony Junior vuelve a quedarse de piedra.
Tony padre y Mead cogen por fin el coche y se van a hacer la ruta de las universidades. Entre una y otra, los dos solos en el coche, Mead, le pregunta a bocajarro si está metido en la mafia, nunca ha hablado con él de esto. Él intenta darle largas, le dice que la mafia no existe, que él gana el dinero de forma honrada, que le enfada que le pregunte eso... pero cede y acaba reconociendo que sí que hay algo -a lo que no llama mafia en ningún momento- que hace para ganarse un dinero extra. '¿Tony Junior lo sabe?', pregunta Tony Soprano, 'creo que sí', responde Mead, silencio y 'te quiero', añade Mead.
Mientras están fuera, Carmela Soprano reconoce en confesión que sabe que su marido hace cosas horribles y que ella lo ha permitido durante todo este tiempo porque sabe que, a pesar de todo, es un buen hombre.
Al final del episodio, que acaba en un entierro de un tío que no es tío de verdad sino, como dice Mead, 'le llamamos tío porque es de la otra 'familia' de papá', toda la familia intercambia miradas de complicidad. El espectador acaba sabiendo que todo el mundo lo sabe todo y todo el mundo sabe que todos lo saben todo y que están dispuestos a guardarse el secreto y a seguir respetándose y queriéndose igual.
Hay un momento en el episodio en el que Tony Soprano está en el pasillo de una universidad, esperando a que su hija salga de la oficina de admisiones, y ve una cita del escritor Nathaniel Hawthorne grabada en la pared. Dice:
Ningún hombre puede usar un rostro para sí mismo y otro para la multitud sin acabar confundido respecto a cuál es el verdadero.
Ahí está la verdad que viene a completar este episodio de Los Soprano. Ahí deberían empezar todas las inquisiciones del porqué de ciertos lazos que parecen indisolubles con la familia o con ciertos amigos. Miren, la familia y ciertos amigos les han visto como eran desde antes incluso de que ustedes fueran conscientes de cómo eran, sin máscaras, y no es que les hayan seguido queriendo a pesar de todo, es que les quieren precisamente por eso: no porque ustedes sean más guapos sin máscara sino porque ante ellos, a veces, se la quitan, así que ellos, aunque la lleven puesta, conocen bien la cara que hay detrás.
Piensen en cómo ustedes, como reza la cita que Tony Soprano lee en la universidad, de tanto utilizar la máscara, corren el peligro de hacerse un lío y olvidarse de la cara que hay detrás, la suya propia. Piensen en cómo la familia y esos pocos amigos nunca la olvidarán y estarán ahí para recordarles el gran descanso que es a veces quitarse un ratito la careta.
Si no pueden pensar esto último, es que ustedes se han olvidado ya de quienes son. Es igual, su familia y amigos no lo han hecho. Solo les queda ahora soprenderse, flipar, incluso enfadarse porque esos idiotas aún les siguen queriendo. Yo lo hago cada día: alucino pepinillos.
dijous, 6 d’octubre del 2011
Claro, la solución, como siempre, habría sido no estar: si no se está, no se acaba cobrando. Pero es que no estar es de cobardes que por no tener lo malo se pierden todo lo bueno. Y ¿quién quiere perderse lo bueno?
No me tachen de críptica aún: hablo de algo concreto.
Aquí viene una versión de una cosa que ha pasado: la de mi yo condescendiente y justificador (pobrecica):
(Aviso: Mientras vayan leyendo, pensaran que soy idiota: les perdono y, para que no se asusten demasiado, al final les pongo la versión más realista del asunto).
Tengo un amigo (o tenía, yo qué sé) que está convencido de que puede hacer que todo aparezca y desaparezca según a él le venga bien. Está tan convencido de ello que lleva tiempo HACIENDO que todo aparezca o desaparezca según a él le viene bien. Y cuando digo todo, digo cosas como digo personas, ciudades o lo que sea.
Hacer desaparecer una cosa o hacer desaparecer una ciudad es fácil: basta con llevar la cosa o irse uno a otro lado. Hacer desaparecer a una persona suele requerir, sin embargo, algo más: una patada bien dada, una pérdida de respeto, una situación desagradable... Todo esto conlleva un cierto dolor para la persona a desaparecer en cuestión, esto es así, se lo digo yo, que soy la persona a desaparecer en este caso: duele. Y duele más si no es la primera vez y más aún si se pensaba que este tema estaba ya solucionado y todavía muchísimo más si conociéndonos como nos conocemos mi amigo y yo, veo que él no se da cuenta de que todo esto no era necesario: que cuando está en este plan, yo soy la primera en desaparecer. Es algo así como mi forma de protegerme de él: no quedarme a mirar.
No creo que mi amigo haga esto porque sea mala persona o porque lleve mala intención: es su manera de avanzar hacia algo en lo que lleva muchísimo tiempo trabajando. Hace un par de días, por mail, le dije que todo esto suyo me suena a un gran 'el fin justifica los medios' y que me parecía muy bien pero que estaba convencida de que él era mucho más inteligente que todo eso -sí, creo que lo que más me duele es que pensaba que era más inteligente: jode mucho ver que alguien a quien quieres se equivoca-, que debería haber aprendido ya a seguir avanzando conservando algunas cosas que valían la pena. Fui un poco chulita aquí, claro, lo dije pensando que una de las cosas que valía la pena era yo, y lo pienso, ¿qué pasa? a fin de cuentas, yo sé qué nos hemos dado el uno al otro mi amigo y yo.
Además esto de 'el fin justifica los medios' es una cosa que siempre me ha hecho sufrir: ¿y si tú piensas que sí pero resulta que no? ¿Y si llegas al fin y te encuentras con que has sacrificado demasiado, con que te tienes que apañar con lo que ha sobrevivido a todo el camino, que resulta que es poco y para nada suficiente? Pero bueno, no es asunto mío, al final, cada uno se salva a sí mismo y bastante tengo yo y blablabá.
No sé en qué acabará esto. No sé en qué punto nos encontraremos si nos volvemos a encontrar. No tengo ni idea, pero seremos otros seguro, como ya éramos otros esta última vez, aunque él parece que ni siquiera se había dado cuenta, aunque él diga que mejor nos distanciamos porque estábamos volviendo a ser los mismos, que es una manera -decir esto- como otra cualquiera de justificar aquella última patada bien dada, como si hiciera falta justificación, como si no fuera cierto aquello que dice siempre otro amigo: cuando alguien te deja, ya puede darte todas las explicaciones que quiera: la única verdad es que en ese momento ya no te quiere. Y ya está.
Cada uno hace lo que puede.
Ahora prefiero no ver a mi amigo en una temporada: yo también he aprendido a hacerlo desaparecer cuando no me va bien que esté, ya lo he hecho otras veces.
Sí, cada uno hace lo que puede.
La otra versión, mucho más sencilla, sería esta otra: la de mi yo realista:
Tengo un amigo (o tenía, yo qué sé) a quien una noche le cogió un calentón, vio que lo último que que le interesaba en ese momento era tenerme a su lado, actuó de la forma más bestia y, una vez hubo acabado, decidió que lo que sobraba no eran ni sus calentones ni su manera ruin de actuar, claro, eso sería como decidir que quien sobraba era él cuando era mucho más fácil decidir que era yo: yo sobraba. Y ahí quedó ventilada y desaprovechada o, en el mejor de los casos, aplazada una oportunidad de haberse convertido en una persona mejor. ¡Plop!
Mi conclusión, que al final es lo que a mí me importa, sigue siendo la misma:
Yo también he decidido que lo último que me interesa en este momento es tenerlo a mi lado y, no es mi estilo, pero él mismo me ha enseñado a hacerlo desaparecer: ahora prefiero no verlo en una temporada.
Cada uno hace lo que puede.
Y con el rato que he tardado escribiendo esto más el rato que empleé el otro día en salvar un poco la situación a base de mails, creo que ya he perdido más tiempo del que me hubiera gustado perder. Ya hace unos años que aprendí lo inútil y frustrante que puede resultar intentar arreglar las cosas con alguien cuando este alguien no tiene ni puta intención de arreglarlas.
Ya nos volveremos a encontrar si nos volvemos a encontrar. Y seremos otros otra vez. Seguro. Ya lo somos, otros.
FIN
No me tachen de críptica aún: hablo de algo concreto.
Aquí viene una versión de una cosa que ha pasado: la de mi yo condescendiente y justificador (pobrecica):
(Aviso: Mientras vayan leyendo, pensaran que soy idiota: les perdono y, para que no se asusten demasiado, al final les pongo la versión más realista del asunto).
Tengo un amigo (o tenía, yo qué sé) que está convencido de que puede hacer que todo aparezca y desaparezca según a él le venga bien. Está tan convencido de ello que lleva tiempo HACIENDO que todo aparezca o desaparezca según a él le viene bien. Y cuando digo todo, digo cosas como digo personas, ciudades o lo que sea.
Hacer desaparecer una cosa o hacer desaparecer una ciudad es fácil: basta con llevar la cosa o irse uno a otro lado. Hacer desaparecer a una persona suele requerir, sin embargo, algo más: una patada bien dada, una pérdida de respeto, una situación desagradable... Todo esto conlleva un cierto dolor para la persona a desaparecer en cuestión, esto es así, se lo digo yo, que soy la persona a desaparecer en este caso: duele. Y duele más si no es la primera vez y más aún si se pensaba que este tema estaba ya solucionado y todavía muchísimo más si conociéndonos como nos conocemos mi amigo y yo, veo que él no se da cuenta de que todo esto no era necesario: que cuando está en este plan, yo soy la primera en desaparecer. Es algo así como mi forma de protegerme de él: no quedarme a mirar.
No creo que mi amigo haga esto porque sea mala persona o porque lleve mala intención: es su manera de avanzar hacia algo en lo que lleva muchísimo tiempo trabajando. Hace un par de días, por mail, le dije que todo esto suyo me suena a un gran 'el fin justifica los medios' y que me parecía muy bien pero que estaba convencida de que él era mucho más inteligente que todo eso -sí, creo que lo que más me duele es que pensaba que era más inteligente: jode mucho ver que alguien a quien quieres se equivoca-, que debería haber aprendido ya a seguir avanzando conservando algunas cosas que valían la pena. Fui un poco chulita aquí, claro, lo dije pensando que una de las cosas que valía la pena era yo, y lo pienso, ¿qué pasa? a fin de cuentas, yo sé qué nos hemos dado el uno al otro mi amigo y yo.
Además esto de 'el fin justifica los medios' es una cosa que siempre me ha hecho sufrir: ¿y si tú piensas que sí pero resulta que no? ¿Y si llegas al fin y te encuentras con que has sacrificado demasiado, con que te tienes que apañar con lo que ha sobrevivido a todo el camino, que resulta que es poco y para nada suficiente? Pero bueno, no es asunto mío, al final, cada uno se salva a sí mismo y bastante tengo yo y blablabá.
No sé en qué acabará esto. No sé en qué punto nos encontraremos si nos volvemos a encontrar. No tengo ni idea, pero seremos otros seguro, como ya éramos otros esta última vez, aunque él parece que ni siquiera se había dado cuenta, aunque él diga que mejor nos distanciamos porque estábamos volviendo a ser los mismos, que es una manera -decir esto- como otra cualquiera de justificar aquella última patada bien dada, como si hiciera falta justificación, como si no fuera cierto aquello que dice siempre otro amigo: cuando alguien te deja, ya puede darte todas las explicaciones que quiera: la única verdad es que en ese momento ya no te quiere. Y ya está.
Cada uno hace lo que puede.
Ahora prefiero no ver a mi amigo en una temporada: yo también he aprendido a hacerlo desaparecer cuando no me va bien que esté, ya lo he hecho otras veces.
Sí, cada uno hace lo que puede.
La otra versión, mucho más sencilla, sería esta otra: la de mi yo realista:
Tengo un amigo (o tenía, yo qué sé) a quien una noche le cogió un calentón, vio que lo último que que le interesaba en ese momento era tenerme a su lado, actuó de la forma más bestia y, una vez hubo acabado, decidió que lo que sobraba no eran ni sus calentones ni su manera ruin de actuar, claro, eso sería como decidir que quien sobraba era él cuando era mucho más fácil decidir que era yo: yo sobraba. Y ahí quedó ventilada y desaprovechada o, en el mejor de los casos, aplazada una oportunidad de haberse convertido en una persona mejor. ¡Plop!
Mi conclusión, que al final es lo que a mí me importa, sigue siendo la misma:
Yo también he decidido que lo último que me interesa en este momento es tenerlo a mi lado y, no es mi estilo, pero él mismo me ha enseñado a hacerlo desaparecer: ahora prefiero no verlo en una temporada.
Cada uno hace lo que puede.
Y con el rato que he tardado escribiendo esto más el rato que empleé el otro día en salvar un poco la situación a base de mails, creo que ya he perdido más tiempo del que me hubiera gustado perder. Ya hace unos años que aprendí lo inútil y frustrante que puede resultar intentar arreglar las cosas con alguien cuando este alguien no tiene ni puta intención de arreglarlas.
Ya nos volveremos a encontrar si nos volvemos a encontrar. Y seremos otros otra vez. Seguro. Ya lo somos, otros.
FIN
dimarts, 4 d’octubre del 2011
Yo, en el fondo, leo al Vila por las citas de Pla que mete de vez en cuando (incluso por las no publicadas):
"En el ámbito de nuestras amistades -deia- han aparecido nuevas fieras. Algunas zonas de la consciencia individual se han corrompido. Y esto es grave porque se puede recuperar casi todo en la vida menos los impulsos de bondad. Estas zonas infectadas podrán quedar con el tiempo relegadas a la inmovilidad pero llegará otro momento favorable y reaparecerán con toda su fría e implacable maldad. Muchos se han enriquecido caprichosamente sin esfuerzo alguno. Es igual. Por las mismas absurdas razones por las que se han hecho ricos, caerán. Muchos se han vuelto malos y éstos -y aquí está el drama- permanecerán." Originalmente, de 'Viaje en autobús'. La censura la cortó.
"En el ámbito de nuestras amistades -deia- han aparecido nuevas fieras. Algunas zonas de la consciencia individual se han corrompido. Y esto es grave porque se puede recuperar casi todo en la vida menos los impulsos de bondad. Estas zonas infectadas podrán quedar con el tiempo relegadas a la inmovilidad pero llegará otro momento favorable y reaparecerán con toda su fría e implacable maldad. Muchos se han enriquecido caprichosamente sin esfuerzo alguno. Es igual. Por las mismas absurdas razones por las que se han hecho ricos, caerán. Muchos se han vuelto malos y éstos -y aquí está el drama- permanecerán." Originalmente, de 'Viaje en autobús'. La censura la cortó.
dilluns, 3 d’octubre del 2011
Tenía que pasar:
Talk about fanatism
Mateo 5: 27-29 Oísteis que fue: No adulterarás: Mas yo os digo, que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te fuere ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti: que mejor te es que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
Joder, lo raro es que no hubiera pasado antes. Piénsenlo: aquí todo el mundo se apunta a todo: los seguidores de unos aprenden a hablar en élfico, los de otros, se cortan el flequillo a ras de frente, saludan con los dedos separados y chapurrean el klingon por iniciativa propia y simple afición. ¿Cómo no iba a acabar pasando con la Biblia, que cuenta con miles y miles de seguidores organizados y cuyas enseñanzas y mandatos se proclaman todos los domingos en horario de invierno y de verano con posibilidad de saltártelo si te va mejor ir el sábado por la tarde o de hacer créditos extra si vas entresemana antes de trabajar?
¿Que has visto una churri y te has puesto a babear? Ojos fuera.
Aquí ahora debería salir el Papa o así y decir, ¡joder, que lo de arrancarse los ojos cada vez que uno mira a la mujer del prójimo no es para que todos acabemos ciegos!, igual que dije yo aquella vez, cuando compartía piso: ¡joder, que lo de poner cinco euros cada vez que alguien se salta el turno de limpieza no es para que todos pongamos cinco euros y nos quedemos tan tranquilos con el piso hecho una mierda!
Bueno, es lo que pasa cuando se piden cosas imposibles.
Talk about fanatism
Mateo 5: 27-29 Oísteis que fue: No adulterarás: Mas yo os digo, que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te fuere ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti: que mejor te es que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
Joder, lo raro es que no hubiera pasado antes. Piénsenlo: aquí todo el mundo se apunta a todo: los seguidores de unos aprenden a hablar en élfico, los de otros, se cortan el flequillo a ras de frente, saludan con los dedos separados y chapurrean el klingon por iniciativa propia y simple afición. ¿Cómo no iba a acabar pasando con la Biblia, que cuenta con miles y miles de seguidores organizados y cuyas enseñanzas y mandatos se proclaman todos los domingos en horario de invierno y de verano con posibilidad de saltártelo si te va mejor ir el sábado por la tarde o de hacer créditos extra si vas entresemana antes de trabajar?
¿Que has visto una churri y te has puesto a babear? Ojos fuera.
Aquí ahora debería salir el Papa o así y decir, ¡joder, que lo de arrancarse los ojos cada vez que uno mira a la mujer del prójimo no es para que todos acabemos ciegos!, igual que dije yo aquella vez, cuando compartía piso: ¡joder, que lo de poner cinco euros cada vez que alguien se salta el turno de limpieza no es para que todos pongamos cinco euros y nos quedemos tan tranquilos con el piso hecho una mierda!
Bueno, es lo que pasa cuando se piden cosas imposibles.
diumenge, 2 d’octubre del 2011
Ah, domingo... El día en que los periódicos se vuelven colorín y, si uno no ha salido la noche anterior y se levanta despejadito por la mañana, el cuerpo le pide terraza, café con leche grande y mesa, también grande, en la que desplegar página tras página aquellos montones de noticias todas con fotos en color.
El día en que página tras página se ve que los redactores el sábado también fiestean y se lo pasan convirtiendo la noticia en reportaje con fotos multicolor de Reuters y la declaración en entrevista de a tres páginas con instantánea de a tres columnas del protagonista en actitud zapatillil, enseñando a su gato naranja Chispa, que es domingo también para los entrevistados, que parlamentos, oficinas de partido, bancos, tribunales constitucionales y ccoos y ugtés también cierran. Todo, hasta la tinta, huele distinto en domingo. Y Juan José Millás deja el contar zapatos debajo de la cama para irse a pasear en taxi con el director general de la ONCE: venga taxis, venga taxis, que por la acera no se puede ir, que los pilones para que no aparquen las motos en ciego se llaman rompehuevos. Qué risa.
Domingo, el día en que la revista toma la portada y te planta una foto de un condenado de catorce años a la horca, en alta resolución, a todo color, con pie de foto que dice: 'Fulanito, con grilletes', por si no te habías fijado bien, que los domingos, ya se sabe, a uno se le escapa el detalle y a lo mejor se queda solo mirándole a los ojos al chaval, y no es plan, que es domingo, coño, no se me vayan por las ramas: mírenle a los ojos pero también a los pies, que es peligroso este chaval y lo van a matar. ¿Por qué? Ah, no lo pone en la portada, ya irán corriendo si eso a buscarlo dentro, de momento quédense con la información principal: catorce años, grilletes, horca: como si unos grilletes en los pies no fueran suficiente horca en el cuello para un chaval de catorce años. Qué fuerte que pongan esto en portada el día que ustedes habían cogido el periódico para acompañar el café y para ver qué podían hacer con los niños, que los colegios también cierran en domingo y, ahora mismo, deben de haberse levantado ya y seguro que están liándola parda en casa. Mejor acabarse el café con leche, cerrar el periódico y volver con él bajo el brazo a poner orden como sea, aunque no tengan decidido aún si hoy es un buen día para llevarlos al Caixaforum a joder la visita a la gente que iba solo por la exposición y no por pasear a los niños.
Pero ante la duda del qué hacer con los críos este domingo, sobre todo, quédense con la idea de los grilletes, no recurran a la de la horca, que los juzgados de instrucción vuelven a abrir mañana y aquí sí, ahorcar a un niño está contemplado, incluso mal mirado, por la ley, que lo del report del chaval este era solo para dejarle a usted un poquito de mal cuerpo de domingo, no de entresemana: el mal cuerpo de entresemana ya se sabe que es distinto, más tirando a depresivo, y eso los periódicos no lo quieren para nada: aquí, de lunes a viernes, no ha pasado nada, que hay cosas que entran mejor con el café del domingo y con los niños correteando por el Caixaforum: decidido, irá al Caixaforum, así su mujer se queda tranquila un rato, acabando de preparar la comida y leyéndose ese reportaje, tan majo, sobre Raina de Jordania, que luego viene la abuela a comer y, seguro, lo querrán comentar.
El día en que página tras página se ve que los redactores el sábado también fiestean y se lo pasan convirtiendo la noticia en reportaje con fotos multicolor de Reuters y la declaración en entrevista de a tres páginas con instantánea de a tres columnas del protagonista en actitud zapatillil, enseñando a su gato naranja Chispa, que es domingo también para los entrevistados, que parlamentos, oficinas de partido, bancos, tribunales constitucionales y ccoos y ugtés también cierran. Todo, hasta la tinta, huele distinto en domingo. Y Juan José Millás deja el contar zapatos debajo de la cama para irse a pasear en taxi con el director general de la ONCE: venga taxis, venga taxis, que por la acera no se puede ir, que los pilones para que no aparquen las motos en ciego se llaman rompehuevos. Qué risa.
Domingo, el día en que la revista toma la portada y te planta una foto de un condenado de catorce años a la horca, en alta resolución, a todo color, con pie de foto que dice: 'Fulanito, con grilletes', por si no te habías fijado bien, que los domingos, ya se sabe, a uno se le escapa el detalle y a lo mejor se queda solo mirándole a los ojos al chaval, y no es plan, que es domingo, coño, no se me vayan por las ramas: mírenle a los ojos pero también a los pies, que es peligroso este chaval y lo van a matar. ¿Por qué? Ah, no lo pone en la portada, ya irán corriendo si eso a buscarlo dentro, de momento quédense con la información principal: catorce años, grilletes, horca: como si unos grilletes en los pies no fueran suficiente horca en el cuello para un chaval de catorce años. Qué fuerte que pongan esto en portada el día que ustedes habían cogido el periódico para acompañar el café y para ver qué podían hacer con los niños, que los colegios también cierran en domingo y, ahora mismo, deben de haberse levantado ya y seguro que están liándola parda en casa. Mejor acabarse el café con leche, cerrar el periódico y volver con él bajo el brazo a poner orden como sea, aunque no tengan decidido aún si hoy es un buen día para llevarlos al Caixaforum a joder la visita a la gente que iba solo por la exposición y no por pasear a los niños.
Pero ante la duda del qué hacer con los críos este domingo, sobre todo, quédense con la idea de los grilletes, no recurran a la de la horca, que los juzgados de instrucción vuelven a abrir mañana y aquí sí, ahorcar a un niño está contemplado, incluso mal mirado, por la ley, que lo del report del chaval este era solo para dejarle a usted un poquito de mal cuerpo de domingo, no de entresemana: el mal cuerpo de entresemana ya se sabe que es distinto, más tirando a depresivo, y eso los periódicos no lo quieren para nada: aquí, de lunes a viernes, no ha pasado nada, que hay cosas que entran mejor con el café del domingo y con los niños correteando por el Caixaforum: decidido, irá al Caixaforum, así su mujer se queda tranquila un rato, acabando de preparar la comida y leyéndose ese reportaje, tan majo, sobre Raina de Jordania, que luego viene la abuela a comer y, seguro, lo querrán comentar.
dissabte, 1 d’octubre del 2011
Subscriure's a:
Missatges (Atom)